Justo en el marco de estas semanas, hace ya cuatro años, publiqué en varios medios de República Dominicana y de los Estados Unidos, un artículo titulado “Las Fronteras de Trump”. En él, dictaba el perfil de la política de inmigración de la entonces nueva administración del Partido Republicano en poder de la Casa Blanca. Una postura oficial que, con decretos, fijaba las promesas de campaña de impedir o limitar la entrada a los Estados Unidos de nacionales de países específicos y, por igual, dificultar a todo indocumentado u otros de estatus indefinido su estadía y protección legal. En fin, un estado de rechazo y suspicacia hacia todo inmigrante, sin importar edad, acompañó esa política.
No todos los simpatizantes del Partido Republicano o el mismo Trump, son parte del segmento de la población estadounidense que, en sus resentimientos culturales, necesita un "OTRO" para justificar sus propios fracasos e infelicidad, no obstante, las medidas inmigración que motivaron actos de repudio, de generalización y motes despectivos, solo pueden ser justificadas como herramientas de adulación a ese segmento que se siente estar perdiendo su dominio social y económico o simplemente comparadas con épocas de supremacía blanca.
De un lado los que simpatizaban con ellas, la justificaban alegando que estas impedirían crímenes y evitarían la perdida de los valores de su nación americana que se veía invadida por extranjeros sin escrúpulos de perfiles sospechosos. Por otro lado, las corrientes liberales y los gobiernos y pueblos de América Latina y África rechazaban públicamente las nuevas medidas, por su trasfondo despectivo, negativo y excluyente. Las políticas que el presidente Trump había prometido no estuvieron lejos de su propuesta de campaña. Estas tenían una connotación específica: excluir y ahuyentar a todo interesado en emigrar hacia los Estados Unidos. Desde separar familias hasta la deportación brusca y sin proceso legal. Pero estas estaban más enfocadas en ciertos credos y etnias específicas. La retórica fue tanta que hasta los nacidos aquí, pero de origen extranjero, aun residiendo legalmente se sentían perseguidos, discriminados e inquietos. Los actos diarios acapararon la atención de una América que parecía asumir una atroz política exterior que cuando comparada con los ideales proteccionistas de Monroe y su doctrina, haría lucir a estos como unos de corte infantil.
Ahora bien, han pasado cuatro años, la agenda anti-inmigrante de Trump y todas las otras posturas políticas y públicas ha llevado a la nación americana a ser una dividida y alienada del mundo. Entonces, con una nueva administración, que quiere estrechar las partes de la nación y además sanear los decretos separatistas de la pasada, ¿que pudiéramos esperar?
Bueno, con la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca, la hostilidad, el reproche y la incertidumbre del inmigrante parece estar diluyéndose. Desde su campaña presidencial y en los primeros días de su gestión, el líder demócrata fijó claramente su intención de eliminar todos los decretos detrimentos que firmara e impusiera a través de su política nacionalista, excluyente y denigrante, el expresidente Donald Trump. Y en las primeras horas de su primer día de gestión, apenas juramentándose, el mismo 20 de enero de este 2021, el presidente Biden emitió varias órdenes ejecutivas sobre inmigración. Por igual, se revocaron las prohibiciones de viaje que impedían la entrada ciudadanos de ciertas naciones africanas y de mayoría musulmana, conocido como el ‘Travel Ban’.
Entre otros decretos, estuvo el de Protección de Salida Forzada diferida de EDP se extendió a los ciudadanos liberianos hasta el 30 de junio de 2022. Como también se suspendieron las inscripciones en los protocolos de protección al inmigrante que mantiene los solicitantes de asilo esperando en México.
Finalmente, también se ordenó la detención de deportaciones durante 100 días a partir del 22 de enero con algunas excepciones. Se fijó en esa misma orden el hecho de que se adoptarán nuevas políticas de ejecución. Aunque seis días más tarde, un tribunal del distrito impidió temporalmente que el gobierno incrementará la pausa de 100 días.
Los dominicanos a veces nos sentimos ajenos a las situaciones que muchos otros que viven en Estados Unidos están sufriendo, visto que, creemos que los nuestros gozan de estatus claro. Que no somos indocumentados, ‘dreamers’ o refugiados. Pero lo cierto es que miles de los nuestros viven a diario en una incertidumbre inmigratoria, sin estatus formal y que, con la reciente administración, podrán ver esa situación mejorar.