Siempre hemos pensado que la política, desde sus actores, debe sufrir un cambio radical. Necesitamos “políticos” que sean expertos en gestión estatal, que puedan ver más allá de sus intereses partidarios (o propios) y que puedan promover las iniciativas necesarias para comenzar a sacar nuestro país de la bonanza ficticia que solo los números ven.

Nuestros candidatos, siempre apelando al “populismo”, (aunque olvidan que el populismo no es antónimo de la élite, sino una categorización de lo que es cónsono con el pueblo), se mantienen buscando votos sin importar la manera, y una de estas ha sido la de reclutar íconos sociales (peloteros, merengueros, etc) en sus filas.

Es por esto que siempre nos surgen muchas dudas cuando vemos que reconocidos partidos o personalidades de la política contratan (porque solo puede verse así) a figuras públicas, normalmente con algún tipo de arraigo social consecuencia de programas de radio, televisión o por su producción musical, para que apoyen una u otra candidatura, porque es fácil preguntarnos… ¿y qué sabe de política o gestión estatal el artista urbano “fulano de tal”?

Pero esto, que hace a estas personalidades ser más mercenarios, que por un precio están dispuestos a adjudicar sus logros personales a esa línea política o candidato especifico, ha ido evolucionando a un paso preocupante, desembocando en que ya no solamente se busca el apoyo de estos “cheques” que ya sea por publicidad pagada o favores específicos se endosan, sino que hemos visto como estos mismos han pasado a ser los candidatos, como acompañantes de una boleta.

¿Por qué nos preocupa esto? Sencillo. Hemos denunciado en otras ocasiones una degradación social sistemática que, por un lado, ha sido promovida por la misma deficiencia de quienes están llamados a administrar(nos). Cuando un pueblo depende de personas sin preparación específica o sin experiencia, está condenado a sufrir las consecuencias de esa deficiencia.

Aplicando una variable del principio de incompetencia de Peter, es fácil ver cómo – consecuencia de un éxito social intangible – estos individuos se han transformado en capital. En una moneda que los líderes utilizarán, cuando necesiten apelar a la población que se identifique con cada uno de ellos, de la forma y como entiendan surta más efecto. Han alcanzado un nivel de relevancia tan etéreo que, en un mundo donde los seguidores y los “me gusta” representan, en sí, una métrica capitalizable, se traducen fácilmente a ser una herramienta más de la clase política.

Marx decía que el trabajo inmaterial en una sociedad donde se pasa fácil de una clase de trabajo a otra es, en sí, lo que destruyó la necesidad de especialización y, además, el orgullo como tal en cada oficio. El trabajo pasó a ser un medio para producir riqueza genérica, sin importar el trabajo como tal. En palabras de Alexander Zinoviev, vemos la mediocridad eventualmente como nivel general, que se traduce al éxito social, no un éxito real.

Esa es la razón por la que un día, tenemos una reconocida comunicadora, quien ha trabajado por mucho tiempo en los medios, logrando escalar por sus propios méritos, y al día siguiente, se transforma – sin previo aviso – en “política”, vendiendo una imagen potable de que desea ayudar a su demarcación, llevando regalos a los niños en navidad y asistiendo a los desamparados. Es este comportamiento oportunista lo que irrita, y aunque en el 1989 lo dijeron claramente Theodor Adorno y Max Horkheimer, se reitera que las películas y la radio (actualizando, las redes sociales) ya no pretenden ser arte. Son meros negocios que se transforma rápidamente en ideología para justificar la basura que producen de forma deliberada, sin temor al “qué dirán” pues, al final, estos “representantes sociales” solo buscan su beneficio económico.

Este año, consecuencia de los chismes políticos que en los últimos meses han atrapado la atención de nuestro pueblo, tenemos elecciones con un valor agregado adicional: hay muchas batallas internas que se resolverán – de una forma u otra – en las urnas. Es por esto por lo que debemos esforzarnos por no dejarnos “marear” por estas propuestas “populares” que, a ultimo momento, los partidos reconocidos (de décadas y recientes) pretenden vendernos como símbolos de pulcritud y amor por su pueblo.

Seamos críticos de los políticos que nos toman por tontos al comprar la imagen de una persona “famosa”, pero más críticos de esa misma persona que, luego de mucho tiempo venderse como “del pueblo” prefiere, por “dos pesos”, vendernos como su valor y capitalizar nuestro apoyo.

Votemos por propuestas con sustento, dejemos de lados los camaleones y piratas, obviemos las encuestas (que de nada sirven para el voto, si lo vemos objetivamente) y enfoquémonos en los actores. Evaluemos a los nuevos, a los que no han tenido la oportunidad de quedarnos mal. Estudiemos a los viejos, los que nos defraudan (y han defraudado constantemente). Cuestionemos a esos que nos aman con tanta locura de repente. A esos sin méritos, pidámosles credenciales, obliguémoslos a que nos convenzan.

No votemos por votar.