La visión marxista para explicar el tránsito de la esclavitud al capitalismo, con la revolución industrial y sus contradicciones internas que desembocaran inexorablemente en el Socialismo, sigue siendo increíblemente popular.  Se creen irrefutables alevosas e interesadas acusaciones sobre una salvaje explotación del empresario a los obreros en los primeros años de la Revolución Industrial, atrocidad que incluye entre sus víctimas a niños y mujeres.  Familias enteras viviendo en un paraíso que existía sólo en la cabeza de Engels, lo abandonan por voluntad propia y entran engañados, pero sin grilletes y con la puerta abierta, a fábricas infernales.

Los capitalistas las construyen en base a un patrimonio expropiado a los trabajadores, esclavos o siervos de modos de producción superados.  Con sus industrias de producción masiva, ellos  vuelven a seguir esquilmando a los obreros que son los que generan valor, pagando salarios permitan la supervivencia.  Contra esta distribución injusta, los trabajadores se van a terminar organizando para en una revolución cambiar violentamente las formas gobierno que esto permiten.

La propiedad privada, origen de todos los males, es sustituida por la propiedad colectiva, las empresas que ahora pertenecen a todos los proletarios, producen los bienes que todos necesitan en la cantidad y precios justos.  El egoísmo es decapitado, al igual que todo el que cree en que las cosas se pueden organizar de forma diferente.  Los cementerios de civiles masacrados por el socialismo, en cifras conservadoras, se acercan a los 100 millones (Robert Murphy).   Se produce para el bien común, cada hombre comprometido aportando de acuerdo a sus habilidades y recibiendo a cambio lo que está conforme a sus necesidades. Que merece bien poco o casi nada, como prueba la incapacidad supina de estos sistemas de planificación central donde se elimina las señales de precios libres, para producir bienes sencillos de consumo masivo esenciales.

Para evitar que las revoluciones socialistas se multipliquen, los hombres de empresa moderan su afán de lucro y ceden a presiones de los obreros que se organizan en sindicatos para exigir mejor trato.  Jornadas laborales más cortas, atención a la salubridad e higiene en las empresas, vacaciones, descansos, salarios mínimos, protección mujer embarazada, cero niños en los centros de trabajo, seguros accidentes, participación en utilidades, tolerancia a sindicatos, legalidad de las huelgas.  Todo esto se debe a exigencias en luchas obreras, que se aceptan porque es mejor que la alternativa de perderlo todo con un triunfo socialista.  Sin patrimonio y frente a un pelotón o una casa de verano menos y velero más pequeño. Lo entendieron.

Las falacias sobre el efecto de la revolución industrial en las mujeres y los niños se repiten a la saciedad, a pesar de que: “El sistema de factorías permitió un aumento general en el nivel de vida, drástica reducción de las tasas urbanas de mortalidad y caída en la mortalidad infantil, que provocan un aumento sin precedente en la población.” (Robert Hessen, en libro Ayn Rand, “Capitalism: The Unknown Ideal)

Hessen destaca que leyes laborales no terminaron con el trabajo de los niños. Se debió al incremento en salarios reales de sus padres y la abundancia de bienes que trajo la reinversión de utilidades de los industriales.  El sistema de factorías tampoco trajo miseria y degradación a las mujeres. Todo lo contrario, argumenta Hessen: “Les ofreció un medio de supervivencia, de independencia económica y de vivir por encima de la mera subsistencia”. Algo que no tenían en la realidad distorsionaron los marxistas. En estas críticas se unieron a los aristócratas que fueron desplazados por los hombres y mujeres exitosos, en los mercados libres y competitivos que abrió la revolución capitalista.

A la popularidad del escarnio contribuyó la identificación automática de producción privada con el capitalismo liberal. El más común asimilarlo con el mercantilismo, donde el empresario nacional o extranjero consigue del gobierno leyes que protegen su rentabilidad eliminando la competencia para explotar al consumidor. Otro, el de la tendencia natural a monopolizar áreas de producción o servicios sacando la competencia vendiendo más barato y hasta por debajo de los costos, para luego dar el zarpazo. Acusación sin una sola evidencia pruebe el caso.  Todos los monopolios se imponen por la fuerza de una ley o la amenaza creíble de una banda mafiosa privada.