En esta era del conocimiento y auge de las admirables tecnologías de la información y comunicaciones, nadie puede alegar carencia de información. El covid-19 lo ilustra muy bien: todos los diarios digitales y escritos del mundo, la radio y la televisión nos muestran oportunamente, con precisión y detalle, el comportamiento y secuelas del nuevo asesino. ¡Deberíamos estudiar los efectos tranquilizantes, aterradores o emocionalmente desestabilizantes derivados de la impresionante interconectividad que disfrutamos hoy! 

Disponemos en nuestros celulares de aplicaciones especializadas en conciertos, salud, noticias, clima, literatura, tecnologías y nuevas enfermedades y epidemias. Quien acostumbra a leer “las fuentes confiables” en una determinada temática, no tiene por qué perder tiempo tratando de discernir entre las mentiras y verdades de las redes sociales. Si bien ya escribimos sobre este asunto (Acento: El siglo de las redes de idiotas, 24 de febrero de 2018), volver sobre él es siempre desafiante.

Si bien es cierto que la desinformación y las noticias falsas son inherentes a la comunicación, la realidad es que el volumen de estas se torna decididamente impresionante.

Lo peor, existen diversas plataformas especializadas en la desinformación. En ellas un equipo editorial o los propios usuarios pueden crear libremente contenidos falsos para difundir a través de la red. Sus productos consuetudinarios son las exageraciones, tergiversaciones, falsedades y rumores sobre hechos reales o  ficticios.

Como señala Natalia Díaz Santín en un interesante artículo aparecido en la red bajo el títuloLas fake news: la desinformación en el siglo de la información” (junio 2019) “…la mala información…es un riesgo y genera un perjuicio social y económico, y deberíamos poner mucho cuidado a este fenómeno viral”. Apunta que las fake news, cada vez más sofisticadas y de diferentes formatos,  son aupadas por grupos de presión, por colectivos con intereses muchas veces ideológicos o religiosos (ajenos a la búsqueda de “la verdad”). Y esto conduce a una dificultad para discernir y comprobar su veracidad y los riesgos asociados”. 

Las fake news son de carácter multimensional y su crecimiento es el del tipo de progresión geometrica. Como sabemos, se trata de historias falsas que parecen noticias auténticas y que son difundidas no solo a través de la red, sino también con la ayuda de otros medios. En ellas descubrimos la clara intención de influir en los acontecimientos políticos: unas veces con la engañosa apariencia de seguridad y convicción, otras recurriendo a las bromas e ingeniosos memes que llaman nuestra atención. ¡Y que ilimitada es la facilidad que tenemos todos de viralizar los contenidos falsos!

La intención de diversos grupos de influir en los acontecimientos políticos es parte consustancial del germen  de  la  desinformación: siempre, de manera subrepticia y desde hace siglos, se ha buscado la aprobación o desaprobación social, política o moral de partidos, grupos, sectas, instituciones y personalidades.

La diferencia ahora es la velocidad con que se hace y el alcance global del ejercicio. La libertad que tenemos de convertirnos en ciberreporteros de gran calidad viene aparejada con el derecho de cientos de miles de ciudadanos u organizaciones de desinformar, a veces muy ingeniosamente.

Quizás un buen ejemplo es el actual candidato a la presidencia del PLD, Gonzalo Castillo. ¿No han advertirdo ustedes los tremendos esfuerzos desplegados en las redes sociales tratando de que el comportamiento político del Penco refleje exactamente el significado que da al término el Diccionario de la RAE-caballo flaco o matalón, persona rústica o tosca, y persona inútil? ¿Dónde quedó la acepción regional dominicana que le quiso dar -con todas sus buenas intenciones- el presidente Medina? Fue sepultada por la guerra de memes de los grupos de presión contrarios a esa organización política.

En estas redes no solo se exaltan las virtudes de los elegidos; también se potencian y exageran maliciosamente sus defectos y malos pasos; se extreman las limitaciones cognitivas y de cultura general; también suele lastimarse implacablemente la reputación de cualquiera con el chicote de la desinformación.

Más recientemente se añade el ingrediente de las bromas. Y en las bromas cargadas de resentimientos, apologías, burlas, ironía, y otros ingredientes, los memes están jugando un rol central.

Como señala Joan Donovan en un artículo publicado en MIT Technology Review (29 Octubre, 2019) “aunque mucha gente piensa que los memes son un entretenimiento inofensivo (comentarios divertidos y sarcásticos sobre hechos actuales), ahora están lejos de serlo. Las guerras de memes son una característica constante de nuestra política y no solo los utilizan los troles de internet o algunos jóvenes que se aburren en un sótano, sino también los Gobiernos, candidatos políticos y activistas de todo el mundo”.

La desinformación se acrecienta con un Sancho agresivo, perspicaz, incisivo, manipulador y  de correrías globales: los memes de nuestra época.