Nosotros, la gente del Caribe no conocemos los cambios que generan las  estaciones del año. Siempre tenemos verano o como Jarabacoa “donde siempre es primavera”.

Vivir en Chile es experimentar muchas emociones, desde degustar una rica empanada, probar un incomparable pisco souer, hasta disfrutar de los cambios que ofrecen las estaciones del año.

Debo comenzar por el verano, a partir del 22 de diciembre, comienza en el último mes del año.  Es el tiempo en que todo  el mundo está como loco, buscando playas para disfrutarlas. Todos los cafecitos están en las calles y se puede disfrutar de la música, de los tragos, de ricos platos y de los  amigos. Es el verano más caluroso que he conocido. No me acostumbré a  que el Niño Jesús naciera con tanto calor.

Todos planifican sus vacaciones, están pendientes del Festival de Viña del Mar y del Festival del Huaso de Olmué.

La playa preferida es la de Reñaca, en Viña del Mar, sobre todo para los argentinos, que cruzan la cordillera buscando el calor y la belleza de esa playa.

Algo que me llamó mucho la atención fue, como vivimos en el Caribe y poseemos playas tan hermosas, cristalinas y tranquilas, el Pacífico ofrece otro tipo de belleza y  la gente disfruta tomando el sol, acercándose a la orilla y salir “juyendo” del fuerte oleaje, es decir, bañarse  no es más que mojarse los pies.

Una anécdota que tengo para compartir. Como es una época tan calurosa, me encantaba ir al patio, hacer un lodazal y entrar los pies para refrescarme, copié de los hipopótamos, ya que es su método para soportar el calor.

Del otoño tuve una gran experiencia en Talca.  Ésta  es una ciudad en la zona central de Chile, en donde es conocida la frase, “Talca, París y Londres”. Unos la atribuyen a que vinieron inmigrantes de París y de Londres, otros le achacan la frase a un inglés que cuando vio la niebla dijo, “Talca parece a Londres”, quedando en el pueblo el “Talca, París y Londres” – que al igual que nuestros yaniqueques, dicen que un tal Yhoni preparaba unos ricos cakes, Yhonis’ cakes, quedando al final yaniqueques-  yo pensaba que el ego de los talquinos era tal que se comparaban con esas grandes urbes. Pues en Talca, estando yo de visita, vi los árboles con la mayor amalgama  de los colores ocres. Quedé extasiada. Nunca había visto un espectáculo así.

El invierno es increíble, parece que estamos dentro de una nevera. La Cordillera de los Andes es imponente. Pero lo que más me gustó y disfruté fue ver todos los árboles pelados, no tenían hojas.

El frío es tan intenso que para salir, el peso de la ropa es tan grande y es tanta la que hay que ponerse, que se aumentan unas cuantas libras. La ropa interior, unas medias panties de lana, unos pantalones tipo licra de lana también, un pantalón, unas medias y unas botas. Una franela, un suéter de lana, una blusa, un abrigo o como allá se dice, una parca. Una bufanda, un gorro, unos guantes. Ese es el atuendo regular de invierno.

El invierno es especial, porque es cuando se celebran las fiestas patrias y es un bailar cuecas por donde quiera. Ir a las fondas, que son grandes terrazas en donde venden comidas típicas, se baila y se presentan los grupos folclóricos. Septiembre es un mes muy esperado para disfrutar las fiestas a lo largo de todo el país.

Pero si algo causa sorpresa es la llegada de la primavera. Luego de pasar un crudo invierno, de ver todos los árboles, sobre todo los frutales completamente pelados, al levantarse uno y mirar los brotes de flores en todos, nos damos cuenta de la presencia de la mano de Dios. Es increíble ver un cambio tan grande de un día para el otro y junto con ello llenarnos de alegría.

Ver los cerezos en flor es algo que nos lleva a la fantasía. Esta última experiencia la he querido compartir, ya que vi en unas fotos los cerezos de Washington y los de Japón florecidos y tuve que recordar mis días en Chile y unos versos de Neruda, de sus “20 poemas de amor y una canción desesperada”. El  final del poema 14:

“Te traeré de las montañas flores alegres, copihues,

avellanas oscuras, y cestas silvestres de besos’.

Quiero hacer contigo

lo que la primavera hace con los cerezos”

O como escribió el poeta japonés Kobayashi Issa, uno de los grandes maestro del haiku o haikú, género literario también cultivado por algunos escritores latinoamericanos, como son Jorge Luis Borges, Octavio Paz y Mario Benedetti y por Antonio Machado en España, entre otros.

“Bajo las flores del cerezo,

nadie es un perfecto desconocido”.

¡Qué viva la primavera, con su polen y sus alergias!