Las enfermedades de la democracia no pueden tratarse ni curarse por médicos expertos, son una patología tan social, tan política, que ni la psicología social, asociada a las ciencias sociales, puede emprender los procedimientos inicuos de su naturaleza científica con certeza.

En los diversos mundos de organización social (naciones) con culturas distintivas y arraigo particular amparado en contexto específico, la democracia se manifiesta y aplica en forma diferente; porque ciertamente no es lo mismo en un país en desarrollo, que en uno desarrollado. Pero enmarcado en esos mismos parámetros socio-políticos, ella presenta matices tan disímiles que nos asombran de su ejecución y comportamiento cultural de su gente, que no alcanzamos comprender cuando visitamos o estudiamos su desempeño.

Si interiorizamos las grandes diferencias de Estados Unidos con respecto al mundo árabe en materia de modelo de su organización política, el gran imperio veremos no comprende con su óptica occidental aquel mundo, cuya cultura milenaria dista exponencialmente de USA.

En nuestra muestra cultural los afanes democráticos sufren la enfermedad del populismo, que se vincula con el clientelismo político, permitiendo el usufructo de recursos que no son propios de los patrocinadores de ese adefesio social. Este tema del populismo ha sido ampliamente estudiado por las expertas dominicanas Ramonina Brea y Mu-Kien Sang Ben en los años  noventa, por Iniciativa Democrática, Administrado por la Pontificia Universidad  Madre y Maestra.

Estudios donde caracterizan  ese mal de que adolece la sociedad dominicana, que todavía sufre el cuerpo enfermo de la democracia nacional, quizás con mayor gravedad de aquellos primeros tiempos de la endeble democracia antes y post Balaguer, donde impera la demagogia política como compañera indistinta del populismo, que le alimenta para continuar creciendo el tumor lastimosamente maligno del cuerpo social nacional.

Otro defecto que podemos contemplar de la Democracia es su carácter y contenido elitista, motorizada su protagonismo por una clase rica o política que orienta las políticas públicas y privadas( ( finalmente tornadas publicas), reduciendo su despliegue en diversos países al privilegio de unos pocos y la marginación de amplias capas sociales, que ven restringidos sus ingresos o posibilidades. No hay democracia participativa como lo proclama la socialdemocracia, y nos dejan en testimonio posesivo, la apropiación de la palabra, del verbo, del discurso: es el desahogo de los entes para que se recreen en un espacio supuesto de libertad.

No podemos negarlo, dominicanos y foráneos nos expresamos con libertad de pensamiento e ideas. Esa constituye la democracia que hemos conquistado con tanto sacrificio y ardor en la historia de estos pueblos, que ayer se redimieron del coloniaje, y hoy necesitan redimirse de una nueva y vigorosa transformación con la fuerza y convencimiento de aquellos revolucionarios y patriotas que entregaron su vida a bellos ideales. Aunque estos indicadores han desaparecido, al menos conquistemos una justicia social, una estructura transparente e independiente de ella;  conquistemos reducir la pobreza y eliminar la corrupción agazapada en los corrillos malolientes del Estado.

Hay que salvar al paciente gravoso de la democracia para que resurja y se evite la instalacion de populismos que no resuelven los fundamentales problemas de una sociedad, y por el contrario los agravan más en beneficio de una nueva clase política que asume el dominio absoluto de los aparatos del Estado en nombre de un salvador personal o colectivo supuestamente ideológico.

Tenemos varios casos en nuestra América por no haber afrontado con responsabilidad y gallardía los desafueros de los gobernantes y empresarios, en cambio fueron cómplices de permitir encarcelar la democracia a un simple escarceo teórico y sin aplicaciones sociales sentidas por las mayorías nacionales. De cara al futuro, las sociedades débiles están llamadas a vivir convulsiones de ahora en adelante al estilo de México, Venezuela y Dominicana, por culpa y responsabilidad de los que hoy aplauden los desvaríos de una democracia reducida a sus intereses, su enriquecimiento personal y la carencia de una justa distribución de los encantos a que todo ciudadano aspira para hacer un mundo mejor, donde todos disfrutemos por igual conforme a su trabajo, talento y entrega a valores que consoliden su comunidad o nación.