“Quienes creen que el dinero lo hace todo, terminan haciendo todo por dinero”-Voltaire.
A diferencia de lo ocurrido en los Estados Unidos, Brasil, México y otros países de la región, el debate electoral tiene serios problemas para ser incorporado a la cultura política institucional de la República Dominicana.
En la mayoría de las naciones dicha práctica la promueven los medios de comunicación, ya sea en soledad, ya en alianza con determinados grupos de interés (asociaciones empresariales, sociedad civil, etc.) que facilitan los recursos y la plataforma para su celebración y difusión.
En el caso dominicano la Asociación Nacional de Jóvenes Empresarios (ANJE) ha tomado la delantera en la promoción de estos encuentros. El ejercicio pasado se hizo sobre la base de preguntas de interés general preelaboradas, no bajo la modalidad de una disputa abierta entre los participantes. En este caso subyace un guión que abarca los asuntos de interés político, económico y social con la pretensión de resumir los anhelos, inquietudes y aprehensiones principales de los votantes.
Muchos países han institucionalizado los debates electorales. Para poner solo un ejemplo, Costa Rica, mediante resolución del Tribunal Supremo de Elecciones, dejó bajo la responsabilidad de los medios de comunicación privados el fomento y la organización de estos eventos al nivel de algunos candidatos presidenciales. También la misma autoridad electoral los organiza con la obligación de invitar a todos los candidatos electorales, de conformidad con un mandato de la Sala Constitucional de 1998. Tales debates adquieren tal relevancia que hasta los países muy pobres y de escaso desarrollo institucional lo promueven. Es el caso del vecino Haití que en el 2010 organizó seis debates bajo la consigna Anvan’n Vote (Antes de que Votemos).
En República Dominicana es muy sintomático que sean los propios partidos hegemónicos los que se nieguen al debate abierto de sus ideas y propuestas sobre los temas cruciales del presente y futuro del desarrollo nacional.
La suplantación de las ideas redentoras y los sueños populares de una mejor sociedad por el mercantilismo político. El declive de la autoridad del Estado y el bloqueo subsecuente de la definición y consecución de metas colectivas. El desgaste moral de los partidos tradicionales y la intensificación y diversificacón de la corrupción administrativa en los más altos niveles de conducción del Estado. La prevalencia del clientelismo como ingrediente natural y necesario del sistema democrático. El financiamiento de las candidaturas por los mejores postores, sin importar el linaje de los fondos recibidos. Todo ello y algunos otros factores adicionales explican el predominio del más vergonzoso analfabetismo holístico de los problemas de la sociedad actual de quienes aspiran a los cargos públicos.
¿Cuáles son en realidad los factores que determinan la elección de candidatos a los cargos públicos? ¿El conocimiento? ¿La formación académica, humana y religiosa? ¿Las tradiciones intelectuales familiares conservadas? ¿El trabajo bien hecho? ¿Los méritos acumulados en los estrechos espacios gubernamentales donde se desarrollan excepcionales destrezas técnicas y propuestas de política en esencia revolucionarias? ¿La honradez y verticalidad moral a toda prueba?
Nada de eso. En general, pueden ser candidatos, salvo raras ejemplares excepciones, todos aquellos que tengan el dinero suficiente para financiar personalmente sus aspiraciones o que ofrezcan substanciosos regalos al partido que se trate.
No es extraño entonces que los partidos tradicionales tengan mucho miedo al debate político abierto. Es que detrás de muchos candidatos “relevantes” y muy “populares” se esconde el narcotráfico, las trampas en los negocios, el lavado de activos, una vida privada indecorosa, relaciones amistosas muy pecaminosas y fortunas que no pueden explicarse desde ningún razonable nivel argumentativo. Todo ello además de la ignorancia que aflora en sus intervenciones públicas y cuya mayor notoriedad, como escribía Baltasar Gracián, es la presunción de saber.
La triste realidad es que muchos de ellos no tienen el conocimiento básico para desarrollar con la debida coherencia un discurso sobre un tema específico. Y cuando se lo escriben, no dejan de tartamudear quizás por muy atendibles razones: no saben en realidad de qué hablan o nunca leyeron dos esquirlas de una obra clásica.
Estos falsos héroes se imponen. No podría ser de otro modo cuando del otro lado tenemos grandes contingentes de un electorado viciado, analfabeto igual, corrompido, en espera de dádivas para resolver los apremios materiales del día y en todo momento decididos a intercambiar la recóndita y genuina intención del voto por la promesas de algún empujón que propicie un salto sorpresivo al bienestar individual y familiar.
Ahora mismo, al nivel de los gobiernos territoriales, ¿quiénes en general nos representarían? ¿Nos hemos esforzado por descubrir que hay detrás de sus fachadas y fingidas sonrisas y biografías comunitarias?
Obviamente, en toda podredumbre encontramos encomiables excepciones. Quisiéramos fueran más para canalizar nuestros votos hacia ellas. En todo caso, es nuestro interés que se den los debates en los niveles presidencial, senatorial y municipal. Es bueno conocer sus capacidades y planes antes de que votemos. Es saludable descubrirlos en apuros que sean visibles para todo el mundo y darle las espaldas.