A poco más de cuatro meses de las elecciones de mayo, la geografía nacional luce atiborrada de afiches promocionales con los rostros de los miles de aspirantes al Congreso y los municipios, pero no he escuchado ni leído todavía una sola propuesta de algunos de ellos sobre lo que piensan hacer una vez elegidos o acerca de su visión sobre la vida parlamentaria, el gobierno municipal o el futuro de la nación.

Y dudo que se molesten en darles esa obligada explicación al electorado nacional. ¿Saben por qué? Simplemente porque muy poco les importan los deberes implícitos a las posiciones que aspiran asumir y su compromiso se reduce a ajustarse a la línea de obediencia partidaria que se les trace, aún en situaciones en que el deber con la nación y el bienestar de la sociedad deberían estar primeros.

La mayoría de los dominicanos concurren a las urnas sin conciencia plena del valor que ese acto cívico representa. Votan sin saber por quién lo hacen. Y a causa de ello, cuando esos políticos asumen sus cargos no se sienten obligados a ningún compromiso pura y simplemente porque los ciudadanos no se lo exigieron mientras luchaban por el puesto. Es preciso entonces empezar a cambiar esta deplorable situación de la que se desprenden muchos de los males que aquejan la vida política nacional. Y la mejor manera de comenzar esta trascendental tarea es reclamarles de antemano su visión sobre la realidad en que vivimos. Exigirles a los futuros síndicos sus planes sobre ciudades y pueblos; a los que codician los apetitosos asientos del Congreso sus propuestas para mejorar las leyes y propiciar el respeto a la institucionalidad y la transparencia en el manejo de los asuntos públicos.

No podemos esperar que las cosas mejoren y los funcionarios respeten los derechos ciudadanos y, como es su obligación, defiendan los intereses de la colectividad, si seguimos votando como borregos.