A partir de hoy, Opiniones hará un seguimiento analítico de la situación en Haití, donde, a menos que la junta militar decida abandonar el poder, una intervención militar de Estados Unidos es inminente. Dicho seguimiento incluirá, como en esta ocasión, testimonios enviados directamente desde Puerto Príncipe, por la periodista dominicana, Alanna Lockward, enviada especial del semanario dominicano, Rumbo.

Desde hace más  tiempo del que uno se quisiera acordar, Haití pasa de un gobierno de fuerza temporal a otro más largo,  más dictatorial, a otro mucho peor que el anterior, y así sucesivamente. La clara desventaja en que se encontraba el país respecto al nuevo “Gran Vecino del Norte” era ya desastrosa. Seis décadas después de la fundación de la Primera República Negra en Las Américas, y el mundo, Estados Unidos terminó su gesta unificadora y republicana, dejando a mucha gente en el Sur ardientemente opuesta a una república de esclavos liberados ubicada tan cerca en la geografía y en el tiempo. Estados Unidos daba por sentado que de tal palo esclavo sólo podía salir una astilla “retrógrada” e “incivilizada”.

LA MISMA HISTORIA

Quizás hoy, o pasado mañana, el párrafo anterior pueda salir publicado en alguno de los dos periódicos matutinos que sobreviven en Haití. La  misma historia que se repite desde hace más de 200 años. Sólo así se explica que la gente continúe sobreviviendo en este estado de caos permanente. Los campesinos, “los héroes más tristes del Embargo”, según Rosny Smarth, asesor de la Secretaría de Agricultura del gobierno de Aristide, siguen trabajando arduamente esta tierra. Los mercados siguen llenos de gente que ofrece toda clase de vegetales y legumbres, madera y carbón para cocinar. La deforestación sigue su agitado curso… Todos los días de la semana, desde temprano, este pueblo que trabaja sin parar y sin ganar casi nada, sigue arrastrando las cadenas de su esclavitud económica con una determinación ensayada y sudada por los siglos de cinco siglos.

Las bases, por llamarlas de algún modo, con las que la República Haitiana, liberada del colonialismo europeo, entra al mapa geopolítico de principios de este siglo, les fueron redactadas en Washington: “Yo he participado en la administración de dos pequeñas repúblicas. En realidad, yo mismo escribí la constitución de Haití y, si me es permitido decirlo, creo que es una muy buena constitución” (Franklin Delano Roosevelt, Subsecretario de Marina). Dicha “constitución” sería la punta de cañón con la que Estados Unidos se “armó” de presencia política  durante la ocupación militar de 1915-1934.

Las cuentas que puedan pasarse en este infinito rosario de deudas por cobrar siguen corriendo como la sangre barata de las masas haitianas, la diferencia es que ahora hay un nombre que lloran al unísono las voces de los hijos torturados de esta tierra: Jean-Bertrand Aristide. A esta gente no le importa el Embargo, si ése es el precio que hay qué pagar para que se le restituya su derecho a la mínima determinación de votar por su propio presidente. Los burgueses están satisfechos con su Embargo, como punto de apoyo de su profunda ideología anti-Aristide: mejor el Embargo que Aristide. Lo que no quita que ambos sectores se encuentren en un momento de apuro económico innombrable para los más desprotegidos, insoportable incluso para los que todavía siguen jurando por la bandera del totalitarismo.

Raúl Recio. Sin Título, de la serie "Yo estoy aquí pero no soy yo" (1986-2000)

IMPERDONABLE FRESCURA

La modesta ambición política de este mayúsculo sector de la población es considerada por un sector igualmente amplio de la burguesía haitiana como una frescura imperdonable. Estados Unidos parece compartir esta opinión. Este episodio ha sido hasta ahora la invasión más evadida por el Departamento de Estado.

Y hablando de frescuras, refresquémonos la memoria una vez más respecto al colonialismo de la psique haitiana. Llegué aquí hace un mes y medio y todavía no he entrevistado a la primera persona que haya propuesto otra solución para la crisis haitiana que no venga vía Estados Unidos. Desde el marxista más reputado hasta el hombre más pobre; desde la prensa local, hasta la cocinera de la casa, pasando por el rico más repugnante. Aquí hay más consenso del necesario para una intervención que destituya el poder de la milicia sobre la sociedad civil y establezca un régimen … Bueno, ahí es donde los muchos están de acuerdo, y los pocos juran que sobre sus cadáveres enjoyados volverá Aristide a sentarse en la silla de alfileres.

EL NUEVO HERALD, VIERNES 16 DE SEPTIEMBRE DE 1994.

http://alannalockward.wordpress.com/un-haiti-dominicano/