Empezaron a llegar, a donde vivíamos, el mismo año del deceso de mi padre. Las llevaban empleados de los chinos. Eran de cartón, de las de cervezas grandes Dentro acomodaban comida, bebidas y golosinas tradicionales de la temporada navideña. Las conocíamos, como las cajas chinas. Ni remotamente las que ahora ha hecho fama asando cerdos… Aquellas, solo transportaban un volumen de agradecimientos que solo el tiempo me pudo ir despejando a conciencia del porque llegaban tan puntuales y del por qué las enviaban los chinos…

A sabiendas de que mi madre, había enviudado con dos hijos (de Don Tura Brea), que había sido por muchos años el contable tanto de chinos como de “turcos” (libaneses, árabes, sirios, y palestinos), en aquel San Francisco de Macorís del Jaya de mediados del siglo pasado, los chinos, dadivosos y muy cercanos, tenían la bondadosa costumbre de obsequiarle, a ella y a nosotros, sus hijos (Teresa, mi hermana, de apenas 4 años menor que yo), dos cajas, que ahora identifico chinas. Eran obsequios de Navidad (por tradición).

Pero aquellas dos cajas chinas, espaciadas en sus entregas el 24 en la mañana y los 31, a idénticas horas, no traían puerco, traían dentro un pavo entero, asado, y creo recordar que con algo de relleno; por los cuatro costados las llenaban de cuantas frutas de la temporada y tradicionales bebidas (principalmente vinos y licores). Completaban los espacios interiores, los ramilletes de dulces frutas o cajas de chocolates de coloridos atractivos. Así fue constantemente, sin fallar una sola vez, por espacio de 14 años, hasta el 1972, en que mi madre tuvo que mudarse a Santo Domingo porque ya sus dos hijos estaban estudiando carreras universitarias. Aquellos chinos con sus deferencias nos permitían disfrutar de verdaderos y reales manjares en unos años de transición compleja entre políticas y economías locales (e internacionales).

Y pensar que esos regalos los hacían “los chinos pobres”, una casta de almacenistas y dueños de fondas, muy diferente a la que tenía los restaurantes y hoteles (“los chinos ricos”). Kan Sing era el patriarca de ese grupo, un recio oriental que vivió una larga vida. Siempre atento por saber cómo estábamos nosotros (le iba a saludar cada vez que iba a San Francisco, todavía hacia finales del siglo pasado). Fueron mis primeros contactos con la solidaridad y la reciprocidad de los agradecimientos… Nos dieron cátedras de humildad… A aquellos chinos, me es imposible olvidarlos…