Son diversas las calificaciones para denotar los comportamientos mediocres. José Ingenieros, ensayista crítico de origen argentino, que escribió varias obras dentro de esa corriente, en 1813 entrega la obra titulada con ese título, ( El hombre mediocre), en cuyos conceptos encerró una especie de arengas sobre la distracción del ser humano en asuntos insignificantes que les hacen siempre preso de la rutina y que jamas le permitirán hacer grandes cosas y acciones transcendentales. Es como decir vivir siempre en círculo vicioso y concentrado en asuntos baladíes o un simple mundo de burbujas.

Por su parte, en el Larousse encontramos la acepción que refiere, que indica algo o alguien que no presenta calidad ni el valor que sean mínimamente aceptables para su entorno. Su significado de medio o común, también refiere lo vulgar.

Respecto a nuestra particular consideración, a partir de lo expuesto más arriba, este especimen social tiene el significado de personas de baja perspectiva social y moral, con rasgos de oportunista y trepador, que no escatima esfuerzos para hacer poses de grandeza, cuando escasamente es un enano mental y social.

Pero sin embargo, toma de parapeto a individuos que bajo esfuerzos han descollados. Por lo que, para elevar su estatus de mediocres a rango social de etiqueta aparente de que es un individuo de importancia y abolengo social, usan las diatribas como flechas envenenadas contra estos.

De tal enanismo mental, asume como arma de guerra manchar honras bien ganadas de coterraneos o individuos que si lo han dado todo para ser instrumentos utiles de las mejores causas de su entorno. Siempre a cambio de nada, y sólo por responsabilidad social.

A fin de conectarnos con el planteamiento principal de estas reflexiones, comparto la acepción más atinada del diccionario de términos , que describe la diatriba como el discurso escrito o verbal en el que se injuria o censura a alguien o algo con el fin de hacerle daño. Es algo así como fabricar descrédito de alguien importante para el mediocre, o compararse con su desacreditado o para tapar su pasado satánico e inmoral y cubrirse del manto inmaculado de la imagen o moral de su víctima.

Ese mediocre no escatima esfuerzo para deshonrar, y quien por lo general es un personaje de pose de serio y honesto. Pero arrastra una cola tapada por la simulación. Y más, se portan energúmenos cuando alguien levanta la sabana de todo el estiércol que se le acumula por su categoría de extorsionar, de simulador y, sobre todo, de circunspecto personaje sumergido en la falsa creencia de que posee el linaje de los herederos de Dios.

Por tanto como sabe que su imagen moral es sólo una fachada de porcelana, antes que se le descubra su falsa máscara, inician una andanada de diatribas contra las personas que, producto de su mediocridad, jamás podría alcanzar su estatus. Por tal los convierten en víctimas de sus maquinaciones para que les sirvan de escalera para subir de estatus, siendo simples mediocres con fachada de honestos y sin saber que su imagen está presa tras los barrotes de la cárcel social que la sociedad dispone para juzgar los farsantes en su audiencia moral.

No son pocos, sino cientos de miles que existen como torpedeador de moral. Sin embargo el juicio inclemente de la historia no se equivoca. En su momento mandará al zafacón de la historia a los farsantes. A leguas se verán sus resultados cuando llegue el momento de desenmascarar su mediocridad, simplemente tapada por el manto efímero de sus falsas diatribas