Son tradicionales aquellas danzas, porque han nacido en un tiempo histórico  y por razones formativas del proceso de nuestra identidad. El merengue está muy relacionado al surgimiento de la República en el siglo XIX, y otras danzas anteriores surgidas durante el proceso de conformación de una criollidad danzaría en la región caribeña, que el folklorista Fradique Lizardo definía, citando otros autores, como la Calenda.

El merengue, la mangulina, el carabiné, el pri-prí, entre otros ritmos se denominan danzas tradicionales o folklóricas. Otras danzas, como el son, la bachata, el bolero, y otros ritmos más recientes, son erróneamente llamadas danzas populares, separadas de las danzas tradicionales y no incluidas en los repertorios de los ballets folklóricos, lo cual constituye una frontera y discontinuidad danzaría. La danza no tiene temporalidad, todas son danzas nacionales, como tampoco hay ritmos exclusivos de un lugar, la cultura no tiene propietarios, si a los puertorriqueños les gusta el merengue, también es de ellos, al final la originalidad, su procedencia y apropiación, se impone.

Hoy muchas de estas danzas tradicionales están en peligro de desaparición, sin embargo, sigue habiendo danza, nuevas cadencias y nuevos movimientos, porque la danza, como todo hecho cultural, es diacrónico y sincrónico, es decir constante y cambiante.

Sacralidad y secularidad en la danza dominicana

En nuestro concierto de danzas nacionales, las hay que pertenecen a la dimensión sagrada y otras al mundo secular y del divertimento. En algunos casos, se dan la confluencia entre lo sagrado y lo secular como en los atabales que pueden ser bailados en celebraciones sagradas o festividades como las Fiestas Patronales.

Esencialmente nuestras danzas son seculares, no obstante, el perfil afroamericano de nuestra base rítmica, y la presencia de una esclavitud formal durante más de tres siglos acompañada de prohibiciones y normativas de censura de la cultura de origen africana, como el Código negro Carolino de 1789, acomodaron muchas músicas y ambientes festivos con la religiosidad popular donde han surgido danzas específicas, además de los palos: los congos, la zarandunga, el gagá, el balsié o palo echao, y la comarca liborista en San Juan de la Maguana, entre otros.

Sacralidad y secularidad son cartas de un mismo juego en nuestra cosmogonía y resulta a veces imposible separarlas. Por eso, en determinadas celebraciones religiosas como la de los congos, suelen presentarse, además de los grupos tradicionales de ellos, otros ritmos no sagrados como el pr-prí, el perico ripiao, la bachata y otras manifestaciones rítmicas seculares, obviamente, como parte de una cosmogonía que no separa lo secular de lo sagrado, de procedencia africana.

El Carabiné es una danza y un ritmo con más de 100 años de existencia en gran parte de la región sur y que en un momento sufrió una decadencia marcada en sus presentaciones y apariciones en la región sur de donde es oriundo. Hoy lo encontramos mutado a través de celebraciones de vudú, perdiendo su marco secular. Su danza es más rápida que antaño y sus pasos con ciertas modificaciones a la elegancia corporal y gestual de sus inicios, pero al menos sigue vivo, aunque con mucha metamorfosis.

Danza y espiritualidad es un código obligatorio para escuelas de danzas, bailarines, clásicos, modernos o tradicionales necesario para entender la base mimética de nuestras danzas nacionales, esto debido a que las expresiones particularmente identitarias de nuestras danzas provienen de las danzas sagradas: gestualidad, corporeidad, movimientos, pasos y figuras…quizás las seculares se permiten más libertad individual de expresión, pues en el contexto sagrado, se respetan normativas y aprendizajes sociales culturalmente heredados y codificados.

Las esencialidades de nuestras danzas podrían ser encontradas en las sagradas, sin omitir que otras danzas también antiguas nuestras, poseen un arquetipo sociocultural e histórico fundacional, como el merengue.

Ahora bien, las danzas nacionales aparecidas en el siglo XIX, no surgieron de la nada, estas fueron precedidas de bases corpóreas y rítmicas ancestrales que fueron sufriendo trasformaciones y sirvieron al fin y al cabo como esencia a los movimientos danzarios aparecidos en la vida republicana nuestra, constituyendo la ontogénesis de la danza dominicana.