Yo tenía en preparación un artículo sobre discapacidad, pero ante el hecho de que la atención pública está centrada en el proceso de las primarias, aprovecho para mostrar aquí extractos del libro “Las cuentas claras: trayectoria de Engracia Franjul de Abate” sobre una dimensión de la participación que tuvo esta reconocida profesional en la organización de las elecciones de los años 1996 y 1998, en las que fungió como jueza de la Junta del Distrito Nacional. Las ventas de ese libro, disponible en la librería  Mamey, en la calle Mercedes de la ciudad colonial, se hacen a favor de El Arca, la asociación favor de la inclusión de las personas con discapacidad intelectual con la que colaboro desde el año 2014.

Entre todas las demarcaciones electorales, la del Distrito Nacional era la que tenía mayor peso por su número de habitantes y su extensión territorial. Hay que recordar que la división administrativa del país en aquellos momentos implicaba un distrito que recogía votos de localidades tan apartadas como Boca Chica, Guerra, Pedro Brand, Sabana Perdida y Haina.

Al momento de ser juramentados, los jueces no disponían de conocimientos sobre el estado de la infraestructura de los colegios electorales, tenían que evaluar (y capacitar) quiénes compondrían las mesas en los colegios, asegurarse de que la información de los votos se transmitiera de manera íntegra y fidedigna y de que la colaboración fuese posible en todo momento.

A Luis Guzmán, arquitecto de profesión, su amigo Jaime Mota lo invitó a que examinara las condiciones físicas del edificio de la Junta del Distrito. Él cuenta que el aspecto le dio grima: el acceso al edificio no estaba asfaltado, lo que implicaría dificultades en las líneas para recibir las urnas. No se debe dejar de lado que se trataba de una época en que la transmisión de información se hacía sobre todo por vía física (con incipientes uso de teléfonos celulares). La Junta usó walkie-talkies en cada una de las vueltas electorales de 1996, y no se apoyó en internet. Había que transportar físicamente las hojas con la información que era transcrita en varios momentos: en las actas de las mesas, en la Junta del Distrito y, finalmente, en la Junta Central Electoral.

A Luis Guzmán le inquietaba la dimensión física, no sólo por su condición de arquitecto, sino también porque conocía la experiencia de su amigo Fernando Ottenwalder, quien también había participado como colaborador voluntario en el año 1990, en calidad de presidente de una mesa, y, al ir a llevar la caja con el acta y los votos, encontró tal congestionamiento pasadas las doce de la noche en la recepción de los presidentes de las mesas, que decidió irse a dormir y volver más tarde. Así que usó esas y otras anécdotas para convencer a los demás de que se hacía necesario asfaltar las inmediaciones por si había lluvia. Las elecciones se celebran en mayo, mes en el que, antes de los cambios ocasionados por el calentamiento global, era de lluvias frecuentes. De paso, se asfaltó también parte del patio de la estación de bomberos, cuyo edificio estaba en diagonal con el de la Junta del Distrito. También se dispuso de carpas por la misma lluvia, y se organizó el espacio para alojar filas para la recepción de las urnas.

La organización física comprendió documentar el estado material de todos los colegios electorales, el mapeo de dónde se ubicaban esos centros para entonces proceder a planificar la ruta de transporte de todos los que traerían urnas y dividir el acceso a las calles y los centros de acopio por localidad de proveniencia. Los días dieciséis y diecisiete de mayo y, posteriormente, 30 de junio y 1 de julio de 1996, todas las calles aledañas a la Junta estaban reservadas para los vehículos de los delegados encargados de las urnas. Se informó previamente sobre las rutas que utilizarían y los lugares a los que se dirigirían y se contrataron muchos ayudantes.