Alguna gente habla de mi en términos elogiosos, y yo agradezco la distinción.

Pienso que no soy brillante, soy perseverante.

(Engracia Franjul de Abate).

En febrero, justo antes de la cuarentena, viajé a Santo Domingo. En esa estadía, Frank Abate Franjul me llevó un regalo a nuestro encuentro en la Catedral Primada de América. Fue uno de mis invitados al paseo guiado por mi tía Lourdes Noboa, del que escribí previamente aquí. El trueque resultó compensatorio. El libro obsequiado, una biografía sobre su madre, me atrajo desde la portada por su título: Las cuentas claras, trayectoria de Engracia Franjul de Abate, su imponente foto y por el nombre de la biógrafa: Jeanne Marion-Landais.

En la presente semana, la visibilidad de las mujeres profesionales ha sido tema del debate público. Se demanda con argumentos sustentados, paridad en los cargos ministeriales y de alta dirección del estado entre hombres y mujeres. El Cambio, a decir del presidente electo Luis Abinader Corona, es un cambio social, no un mero cambio de la fuerza política en el poder. La lectura de esta biografía sobre una mujer profesional, Engracia Franjul de Abate resulta oportuna para poner en correcta perspectiva la demanda de paridad. Ella, una destacada líder transformadora del sector financiero nacional, prefirió una valoración neutra, esto es, por su capacidad de trabajo, sin abrazar el discurso feminista propiamente. En mi opinión, su historia justamente da todo el peso a las voces de un feminismo arraigado en las nueva posición jurídico-constitucional, no conquistada en los años en que ella fue pionera.

Las aspiraciones del feminismo de hoy, no son distintas al enraizado en el pasado cuando las representantes del movimiento lograron el reconocimiento de ciertos derechos civiles, tales como, la plena capacidad y la administración de la común de bienes matrimoniales, comentaba con la joven estudiante de Derecho Isabel del Villar Peña, quien me actualiza en el tema. El reclamo se asienta en la amplificación que brinda el estado social democrático de derecho conquistado con la reforma constitucional de 2010. En el siglo XX no había un constitucionalismo habilitante de la igualdad entre el hombre y la mujer. Es por lo que, no es de extrañar la postura de doña Engracia Franjul de Abate, en el mundo de las finanzas corporativas. Las mujeres de su generación, en puestos de transición y alta dirección, solo contaban con el enfoque en la tarea como ella explica, para transcender en sus carreras profesionales.

La acción afirmativa de la paridad reclamada tiene su mejor fundamento en una correcta interpretación de la Carta Magna. De un lado, existe abundante oferta de mujeres con perfiles politécnicos aunada al criterio que expande el principio de igualdad, del numeral 5 del artículo 39 de la Constitución; y, por otro lado, representamos una cuota importante de la población. La disposición garantista de la reforma constitucional del 2010, que Del Villar Peña me explica ya ha servido de sustento al Tribunal Superior Electoral en otros procesos, reza: 5) El Estado debe promover y garantizar la participación equilibrada de mujeres y hombres en las candidaturas a los cargos de elección popular para las instancias de dirección y decisión en el ámbito público, en la administración de justicia y en los organismos de control del Estado.

Entre mujeres profesionales existe un talento humano poco aprovechado para dirigir la estrategia nacional de desarrollo. Es justamente esa paridad, de ser acogida por el presidente electo, una acción afirmativa justa, no porque constituya un auxilio o trampolín en provecho de una minoría, sino porque rescata un importante activo del capital humano engendrado por la titular del Cambio, a decir de Abinader Corona, la propia sociedad dominicana. En suma, la acción afirmativa de la paridad encuentra su fundamento en los principios constitucionales de igualdad, eficiencia de la Administración y participación ciudadana.

Desde el siglo XIX, Eugenio María de Hostos, en su obra La educación científica de la mujer, planteó una acabada tesis sobre el rol de la mujer en el desarrollo de los pueblos. La entretenida biografía escrita por Jeanne Marion-Landais me permite derivar que Engracita fue causahabiente de esa corriente filosófica. La joven que niña ayudaba a su padre a llevar las cuentas del colmado que éste tenía en el municipio de Los Llanos, fue alumna del Instituto Salomé Ureña y de la Escuela Normal nocturna, es parte de esa corriente. A pesar de la tiranía, la lección hostosiana se mantuvo viva en esos centros hasta mediados del siglo XX. Egresada en 1962, de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, a poco tiempo de tiranicidio, formó parte de la generación que debía rescatar la democracia para el desarrollo.

Llamó mi atención el balance de cuentas, con el que la biógrafa describe a la protagonista en cada capítulo de su vida. Por ejemplo, al referirse a una figura política de ese entonces, Joaquín Balaguer. Engracia no editó en sus anécdotas contadas directamente a Jeanne que, en dos ocasiones, el entonces Secretario de Educación y luego Presidente en funciones durante la tiranía, fue instrumental para ella continuar sus estudios. Como discreta mujer de las finanzas, hace el relato sin agregar más que los datos relevantes. Explica, que, en el sistema de privilegios y discrecionalidades de la tiranía, le tocó a ese personaje decidir su destino y para fortuna de ella, con resultados positivos. Sin necesidad de emitir opiniones personales, cuenta que dejó el Banco Agrícola para irse al sector privado cuando en 1966, Balaguer asciende a la presidencia. Los procesos de la institución financiera dónde ella venía desempeñando una destacada labor en sus primeros años de ejercicio, para la bancarización del sector agrícola y ganadero del país, sufrieron el embate de la política instaurada por el nuevo mandatario.

La biografía ofrece una elegante perspectiva de las fuentes abrazadas por doña Engracia, como otros jóvenes de su generación, para construir sus utopías. Existían conflictos que impactaban las decisiones sobre carrera y matrimonio, en tiempos en que, por la mera sospecha, apresaban sin vacilación a cualquier joven, como fue el caso de su novio y futuro esposo, Salvador Abate, así como a su hermano. El apresamiento de su pareja se debió a una supuesta colaboración con un miembro de la resistencia. Esos eventos traían como complemento alteraciones en las relaciones familiares.  Ella cuenta a Marion-Landais que el apresamiento de su hermano produjo reservas en sus suegros respecto a su matrimonio. Inseguros y preocupados por lo ocurrido a su hijo, concluyeron que su apresamiento de tres meses tenía su origen en la relación con el hermano de la novia. Esos datos son importantes aportes de esta biografía. El daño que los sistemas autoritarios infringen en la dinámica social es profundo. Siembran desconfianza donde se intenta construir vida comunitaria basada en valores democráticos. La joven Engracita buscaba sentido de dirección.

La asistencia a un Cursillo de Cristiandad, resultó el inicio de un catolicismo ferviente, que Marion-Landais describe como el sustrato ideológico de su trabajo. El ambiente inestable y los enraizados deseos de la joven profesional de aportar a su país, encontraron en la religiosidad respuestas a sus búsquedas. Vale la pena leer a la biógrafa contextualizando el compromiso que motivó a la protagonista: La idea de aquellos dos hombres de iglesia fueron una fuente de inspiración para Engracita durante toda su vida y luego, junto a la esperanza nacida con la caída de la dictadora trujillista, fueron determinantes en su visión de que el liderazgo de las entidades financieras debía orientarse a servir como promotores del desarrollo  y actuar como buenos administradores de recursos que, para que pudieran seguir siendo utilizados, necesitaban una adecuada fiscalización y manejo, con un clara rendición de cuentas y transparencia. En su visión del mundo, los administradores necesitan ser claros en sus números para saber exactamente con lo que se cuenta, manejar con honestidad sus recursos porque no son propios ("el dinero ajeno llora por su dueño", decía mi padre) y rentables para ser sostenibles en el tiempo. Este capítulo me pareció particularmente edificante. La lucha por una política y cultura más diversa, debe servirnos no solo para reclamar derechos, sino, además, para reconocer aportes a la colectividad, alcanzados por personas que manejan otros sistemas de creencias. La meta es alcanzar consensos.

En días en que la vida ha extremado situaciones de riesgo, la biografía recuerda que generaciones previas, desarrollaron sus fortalezas ante otra categoría de adversidades. Eran tiempos de no poderse mover de una ciudad a otra, sin pasar por los puestos de vigilancia de la tiranía. De tener que pedir la opinión discrecional de un ministro para seguir estudiando, mientras al hijo del dictador, Radhames Trujillo, compañero de estudios, le acomodaban un refrigerador en plena facultad para complacer sus antojos. De ir a labor de parto en medio de una revolución armada y llenar tendederos de pañales que había que lavar y planchar a mano, mientras que al otro día ella debía presentarse al banco a atender cuentas financieras de micro, medianas y grandes empresas. La protagonista tenía que viajar por todo el país, pues pasaría tiempo antes de que la red telefónica o el fax le permitieran brindar el servicio al cliente a distancia. Vale recordar que los envejecientes de hoy, vivieron en su juventud circunstancias para nosotros inimaginables, con el fin de legarnos un mejor país. Les adeudamos los mejores esfuerzos preventivos mientras dure la pandemia.

La historia de la banca nacional y de la vida de la protagonista se fusionan en capítulos de bien documentada y entretenida redacción. El tesón de la joven financiera y el recuerdo agradecido de las lecciones aprendidas por sus mentores es lo mejor de ese segmento del relato, en el que destaca Marión-Landais lo siguiente: La participación de las mujeres en la economía nacional es más grande de lo que aparece en las cuentas nacionales o los libros, hay mujeres invisibles que son motores de proyectos llevados a cabo por una motivación personal de otras personas, en un primer momento hombres, pero cada vez más, hombres y mujeres. Los ideales de una madre o una compañera pueden impulsar más a la acción que un sinnúmero de sistemas de motivación y remuneración empresarial. Más pertinente aún, la participación de las mujeres en la economía, no solo trae beneficios para ellas, sino, que, como sabemos, suelen ser los mejores mecanismos de reinversión social en capital humano. La figura de la madre cariñosa y fuerte a la vez es prácticamente un cliché en el mundo latinoamericano —ya sea desde el punto de vista de las estadísticas, citando la proporción de los hogares, donde la madre es la jefa del hogar, como desde el punto de vista antropológico, donde se tratan de identificar influencias para explicar el arraigo a las devociones marianas en la región— lo cierto es que la imagen es muy popular. Lo que es menos común es el hecho de que ha habido mujeres que se han apoyado en este modelo para potenciar el desarrollo comunitario o nacional.

La recomendación de este libro se extiende a toda persona interesada en temas promoción al desarrollo, no solo en beneficio de las mujeres. Doña Engracia trabajó con diferentes sectores y estratos de la nación. De manera especial, lo recomiendo a profesionales vinculados al Derecho Corporativo. La historia de la Ley de Fomento Agrícola, actualmente en proceso de modificación por la Ley de Garantías Mobiliarias; los procesos de responsabilidad social corporativa, la organización de las microfinanzas y las normas de gobierno corporativo, son parte del relato. Estos nacieron por iniciativas institucionales en los que doña Engracia fue actora y protagonista.

Marion-Landais agotó un estudio paralelo a las memorias de la protagonista sobre estos procesos. De esta manera, la narración que cuenta la vida de doña Engracia es amplificada por los apuntes de la biógrafa acerca del impacto que tuvieron esos procesos en el crecimiento de los negocios; y, por ende, de la economía nacional. En las palabras de Marión-Landais, conquistas alcanzadas gracias al catolicismo idealista de los años cincuenta, impregnado por la preocupación de la dimensión con ética de la existencia, le imprimió [a Engracia] un sentido de misión transcendental a la manera que asumía las funciones laborales con verdadero compromiso de contribuir al bienestar común. Así, por ejemplo, el capítulo en que se relata la función de doña Engracia como Comisaria de Cuentas del Banco Popular, la de miembro del Consejo Directivo de esa y otras instituciones financieras y organismos de desarrollo, donde puso al servicio de estas su visión y promoción socioeconómica, de búsqueda rentable de oportunidades para las grandes mayorías y de legalidad y ética en el manejo de los recursos. Incluidas algunas que enfrentaron conflictos internos.

La autora de la obra hace un trabajo formidable de explicación de los antecedentes de cada figura, para luego exponer cómo estos nacieron en la praxis que ejecutó doña Engracia antes de las reformas legales que le dieron sentido moderno: …durante mucho tiempo, la atención a sistemas de buen gobierno y responsabilidad de la administración con respecto a terceros no fue objeto de atención, durante, literalmente siglos. La situación encarada por un grupo de administradores del Domínico dentro de lo que se encontraba doña Engracia (y, como se ha visto posteriormente por otras entidades) era relativamente nueva y sin precedentes teóricos en terreno dominicano.

Franjul de Abate, se animó a compartir sus memorias con su joven colega, en el interés de servir de referente para el rescate institucional de ciertas entidades financieras, como el Instituto Nacional de la Vivienda (INVI), que han quedado alejadas de sus objetivos iniciales: Recuperar esas instituciones para ajustarlas a lo que fue el objetivo de la creación para la que fueron concebidas es una de las razones por la que escribo estas remembranzas, señala Franjul de Abate. Abunda sobre posibles cursos de acción para satisfacer la demanda de viviendas, en especial en Santo Domingo Este y Oeste. La creación de viviendas para clases más necesitadas es un tema que podría formar parte de la agenda de la nueva Primera Dama, Raquel Arbaje, según expresó esta semana.

Marión-Landais no se limita a un relato romántico acerca de la vida de una mujer singular, que tuvo la virtud de saber cuándo tenía que irse y dejar una posición, de las muchas que ocupó. El trabajo tiene como finalidad conocer procesos claves de nuestra historia, en los que Engracia Franjul de Abate participó con su impronta renovadora. La contextualización de las elecciones nacionales de 1996, en las que la protagonista fue parte de la Junta Electoral del Distrito Nacional, está particularmente bien lograda.

No obstante, Jeanne se permite ciertos vuelos poéticos, por ejemplo, al sugerir que la joven Engracita encarnó los ideales de progreso del personaje de ficción que era su tocaya, de la novela de folklore Bani o Engracia y Antoñita, de Francisco Gregorio Billini. Jeanne Marion-Landais no me podría recordar porque era una niñita. Pero la veía desde el Edificio La Altagracia, cuando su madre, mi maestra de Literatura, la guiaba al plantel de Primaria, en el edificio Santa Catalina. Gracias a la segunda, mi inolvidable maestra de secundaria del Colegio Santo Domingo, Isabel Mesa de Marion-Landais, conocí esa y otras novelas. Sus lecciones abonaron imborrables ideales. No deje de disfrutar de la conversación de estas dos damas financieras, para comprender que no hay mejor aliada para contribuir al fomento socio-económico, que una mujer con preparación, compromiso ético y lealtad a sus utopías. Mil gracias Frank por tan buen regalo.