La prensa mundial y las redes sociales publican crueles imágenes que conmueven el alma al ver cómo las autoridades de los Estados Unidos, el país que más publicita su "democracia", montadas a caballos, golpean, sin misericordia, sin pena ni piedad, a los haitianos indefensos. Hay tanta crueldad en esa injusta acción, que sólo se compara con la asfixia que, en plena calle, de día y públicamente, y rodeado de otros policías, realizó un policía blanco contra el afroamericano George Floyd.

Los planes de dichas autoridades son devolver a los haitianos a Haití, pero resulta que muchos de ellos tienen años fuera de su país, e incluso, tienen ya hijos que han nacido fuera de aquel sufrido país, en cuya tragedia hay evidentes responsabilidades de la política aplicada por los mismos Estados Unidos. La inestabilidad en Haití se debe, en parte, a los golpes y contragolpes apoyados por los Estados Unidos. Luego de estos acontecimientos políticos, los medios hacen su trabajo para pintar como salvadores a los verdaderos culpables de la cruel tragedia creada en Haití.

En esa acción -si analizamos bien las historias parecidas ocurridas en los Estados Unidos contra los negros e inmigrantes pobres- hay innegablemente racismo (¿racismo estructural?), discriminación y elitismo. Paradójicamente, ese hecho salvaje ocurre en Texas, o Tejas -como dicen los mejicoamericanos- un estado cuyas tierras pertenecieron, y pertenecen en justicia, al país de México.

Las críticas han llovido en el mundo sobre el presidente demócrata Joe Biden; para el caso da lo mismo que sea republicano o no. Ahora las autoridades declaran a los medios de prensa y a los líderes de los derechos humanos, que "ya no están utilizando caballos" para perseguir a los haitianos y a otros inmigrantes pobres en Del Río, Texas, pero debieron ser sinceros y decir que ellos continúan persiguiendo y dando latigazos, pero sin caballos.

Sencillamente, los haitianos están huyendo de la pobreza y de la miseria; andan detrás de pan y de esperanza; los haitianos les andan huyendo a la muerte y a la propia situación que le han creado y empobrecido a su país. Devolver los haitianos desde los Estados Unidos a Haití, es un crimen y una falta de humanidad de los Estados Unidos. Haití tiene que trillar su propio camino para construir su verdadera democracia y su progreso, sin la hipocresía de los que han creado su desgracia, que no es poca. Contemos los golpes de Estado y encontraremos las guaridas de las hienas. La realidad es que la pobreza de Haití es el producto del saqueo de sus riquezas naturales y la inestabilidad política.

El pueblo de los Estados Unidos es uno de los pueblos más nobles del mundo, y eso lo reconocen hasta sus propios adversarios, y es por esa misma razón, que ya empezaron las acciones de condena y de protestas por los actos violentos contra nacionales haitianos, tanto de personalidades, funcionarios del propio gobierno, como también importantes organizaciones internacionales.

La muestra más evidente de la reacción de los ciudadanos estadounidenses contra el cuestionable hecho es la renuncia de Daniel Foote, enviado especial del gobierno de Joe Biden para Haití. Se están produciendo grandes reacciones tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo. La imagen del presidente se está afectando profundamente. Todo está por verse con la marcha de los nuevos acontecimientos.