Los que ya somos, según dicen, ancianos, por tener más de ochenta años, desde ahora estamos envidiando sanamente a las generaciones futuras en muchos aspectos, que en otros no.
Cuando nosotros nacimos por allá por el 1933 hasta que recibimos el título de abogado en 1956, pocas cosas cambiaron radicalmente, quiero decir en tecnológicamente, especialmente en nuestro país.
A los que teníamos vicios de escribir, tener una maquinilla era una fortuna y cuando llegaron las eléctricas, fue una locura. El transporte sufrió cambios, sobre todo en nuestra región a medida que había más carreteras y puentes. el ferrocarril fue desapareciendo, además, Sánchez dejó de ser puerto casi único.
Cierto que pudimos asistir a la revolución tecnológica, que nos resistimos a la computadora como muchos se resisten al e-book o libro digital. Que la apatía por estar al día no alcanza a muchos de mis contemporáneos, lamentablemente. Quien se queda atrás de los avances de su tiempo sencillamente se convirtió en estatua de piedra.
Por eso, cuando leemos las cosas que se anuncian para un futuro poco menos que inmediato para los jóvenes, del vehículo eléctrico, que aunque existe, sigue siendo una curiosidad todavía en nuestro país y mucho más los que no necesitarán conductores que los que nunca aprendimos a manejar por haber chocado el primer día, podríamos tener esa maravilla en nuestro parqueo y solo darle órdenes.
Noticias como lo de Catalina parecerán ridículas, existiendo como existen tantas formas de aprovechar las energías naturales, incluyendo la del Sol que apenas estamos utilizando: Cada quien podría en su casa producir su electricidad.
Pero la maravilla que nos encantó fue el automóvil que vuela. Hasta ahora solo son para un pasajero que tiene que ser piloto y chofer. Los avances que hemos visto demuestran que si hay un atasco, sencillamente se presiona algo y le nacen alas como las de los helicópteros, y a volar paloma.
Sabemos que tanto los vehículos sin tripulantes, que serán mejores cumpliendo con las leyes que los locos que andan por nuestras calles y carreteras, están como quien dice “al doblar de la esquina”, pero por más que vivamos, sabemos que se nos está acabando el tiempo y no los veremos. Pero nos encanta imaginarlos.
En cuanto al Pegaso de cuatro ruedas, el carro que vuela, podrá haber choques en el espacio, mortales, es verdad, como todo lo que inventa el hombre, pero qué chulería es saber que vamos hacia allá, los nuevos Icaros deberán seguir el consejo de Dédalo de no volar demasiado alto, lo mismo que los vayan en las bicicletas y los motonetas aéreas que también vendrán. Pero ay, como pasará con los drones, capaces de tantas fechorías como bienestares, el hombre no inventa cosas más que para fuñirse un día.
Nosotros, “los de entonces, que ya no somos los mismos” a lo mejor nos salvamos de la hecatombe nuclear que ahora está en manos de dos impulsivos en dos extremos, tanto en distancia como en tamaño de países.
A los que saben rezar y creen que estos pedidos llegan a lo Alto, en vez de estar pensando tonterías, que le pidan a quien sea, que le dé juicio a esos dos y nos dé vida para ver las otras maravillas que son las cosas que irremediablemente los de mi generación o los de más allá no podremos ver.