La sabiduría común nos indica que las comparaciones son odiosas. A pesar de ello, las mismas se vuelven inevitables cuando pensamos en términos de lo que podría ser y efectivamente no es en la realidad en que se habita. En estos días estoy en Donostia-San Sebastián (Bilbao, España) presentando mi tesis doctoral en Filosofía.
El convenio UASD-Universidad del País Vasco me ha permitido hacer mis estudios doctorales a un precio relativamente bajo (lo que me ha permitido costearlo casi en su totalidad) y con alta calidad académica (lo que me ha permitido estar a la altura del conocimiento filosófico actual). Es un esfuerzo de colaboración con las universidades estatales de América Latina de parte del gobierno del País Vasco, a través de su universidad estatal, que ha producido una veintena de doctores para la universidad estatal dominicana y seguirá produciendo más (ya que hay nuevas cohortes en proceso). Hay que decirlo, la UASD posee la mayor cantidad de doctores en Filosofía y con una escuela en vías de robustecerse y darle cuerpo a lo que podríamos llamar “filosofía dominicana de hoy”. El desafío está lanzado, corresponde ahora pensar la realidad dominicana y transformarla a través de la educación y el pensamiento filosófico como ya lo vienen haciendo lo que nos han precedido.
En los ratos de meditación y preparación para el examen de defensa he visitado las vías principales de esta pequeña ciudad costera y he pensado calmadamente por qué no hemos alcanzado el nivel de disciplina vehicular, de organización del espacio público y de infraestructura urbana de una ciudad tan pequeña como esta. ¿Qué nos ha faltado? ¿Por qué no podemos hacerlo? ¿Qué nos lo impide?
Igualmente, al conocer las instalaciones del campus de Donostia-San Sebastián de la universidad pública, me he preguntado por qué no logramos los niveles de infraestructura y organización académica en nuestra universidad estatal. ¿Qué nos ha sucedido si tenemos el material y el talento humano y académico para estar al mismo nivel de las universidades españolas? Confieso que no se trata de ellos bien-yo mal. Jamás. Igual hay crisis académicas y financiera en las universidades del mundo (en cada conversación académica es el tema recurrente).
Ver lo que ha mostrado esta pequeña ciudad en términos de respeto a lo común, de identidad propia, de distribución del espacio común, de respeto a la ley, de control sobre la corrupción (que me han confirmado que existe como en todo lugar del mundo, pero se persigue y castiga) te obligan necesariamente a preguntarte ¿por qué no lo hemos logrado aún?
No sé si ser una nación relativamente joven, como un adolescente que construye su identidad y tiene miedo de sí mismo, nos ha afectado como sociedad. No sé si el hecho de nacer como colonia nos ha dejado la marca indeleble de no madurar bajo un proyecto común que garantice no la sobrevivencia de todos, sino la vida digna para todos.
Frente a las comparaciones odiosas, aunque convocan al pesimismo y a la desvalorización de lo nuestro, no me dejo vencer por la música melodiosa de las sirenas del pasado ni las del presente. Ver lo otro muy distinto a lo mío, solo me conmina a buscar creativamente lo posible para mejorar nuestra existencia como sociedad. El desafío del oficio de pensar me obliga a imaginar otro mundo posible para todos (de eso se trata sacar un doctorado en filosofía, saber que nos dedicaremos para siempre al oficio de pensar con cierta utilidad social).
No se piense que el oficio de pensar será inservible o será invencible en la transformación social que demandamos, todo depende de nosotros mismos. Nosotros somos los agentes del cambio social que demanda el país, en todos los órdenes, desde nuestras posiciones y profesiones. Nunca como ahora la República Dominicana ha tenido tantos profesionales preparados en distintas áreas del saber humano. Nunca como hoy el país ha tenido tantas manos expertas que no han emigrado y otros que, huyendo a una situación impuesta en su país, han llegado prestos a ofrecer sus servicios y su talento.
Estos próximos diez años serán decisivos para nosotros como país, o avanzamos cuantitativa y cualitativamente todos o tendremos que cerrar y apagar la luz.