Muchos de nosotros hemos tenido la oportunidad de tener en nuestras manos el formidable análisis que realizara, en su día, el arquitecto Richard Rogers, en su libro “Ciudades para un pequeño planeta” (2000, Ed. Gustavo Gili. Barcelona, España).

Rogers, uno de los genios de la arquitectura contemporánea, como todo visionario, plantea ciertos puntos con una lucidez impresionante. Veamos algunos de ellos, con la esperanza de que recordando aquello, escrito hace 18 años y predicado hace 23 años por su propio autor, podamos “elucidarlo” al tenor de la actualidad.

La cultura de las ciudades según Rogers

Desde su punto de vista, Rogers, consideraba que la ciudades, ya para el 1995, se habían convertido en la principal fuente de contaminación para el medio ambiente, y hacía responsable de esto a la falta de planificación por parte de quienes tenías dicha responsabilidad.

Desde su particular forma de ver las cosas, y nada alejado de los planteamientos del urbanismo sostenible, Rogers, observa con preocupación el hecho de que la segregación por zonas (residenciales, ocio, equipamientos, administrativas/trabajo, etc.) se haya convertido en norma, lo que lleva al ciudadano a no identificarse con su entorno, a no apreciar su “lugar de estar” y a convivir con el tránsito atroz,  entre viales y edificaciones contaminantes.

El espacio comunitario (parques, plazas con naturaleza viva, pulmones urbanos) desaparece del casco urbano y se instala en la periferia. El consumismo, en toda su extensión conceptual, se instala en su lugar y lo desplaza.

El fenómeno de la emigración desde el campo a la ciudad

El campo, sin oportunidades de desarrollo (no solamente agrícolas), lleva a sus habitantes a emigrar hacia las ciudades. En este caso, Rogers no solo repite lo obvio; va más allá y señala una realidad silenciosa pero que se ha desarrollado  de manera sostenida y es el hecho de que las familias, las que pueden, se alejan del centro de las ciudades – impersonales por demás – y crean guetos de alto poder adquisitivo (o no) en zonas residenciales periféricas, dejando a otros guetos, deprimidos cultural y económicamente, estos espacios céntricos.

El autor de estas líneas, viviendo en Madrid  y siendo Madrid, una de las ciudades más amigables para vivir, huye, a toda velocidad, de la contaminación global imperante en el centro de la capital española. Caminar, comer, pasear o simplemente estar en la Gran Vía de Madrid, por ejemplo, supone, en muchos días de alta contaminación, una situación muy desagradable.

Ciudad post-industrial

Pero Rogers no se queda solo en la crítica, y como es de esperarse plantea soluciones. Nos habla de tres factores de optimización de nuestro modelo de ciudad y que son, en primer lugar, crear conciencia de sostenibilidad ecológica, en segundo lugar, potenciar las tecnologías en cuanto comunicaciones, y en tercer lugar fomentar la producción automatizada.

Al día de hoy, estos tres factores de optimización se están implementando, en mayor o menor medida. Podríamos decir que aunque queda mucho por caminar, sobre todo en el caso del primero factor, vamos avanzando poco a poco…. ¿Nos haría falta acelerar el paso?