Un artículo publicado el pasado mes de abril en la revista Nature Scientific Reports presenta los resultados de una investigación llevada a cabo por un equipo de investigadores de distintas instituciones académicas de Estados Unidos, Francia e Italia, cuyo propósito es mostrar cuáles son las ciudades del mundo con mayor producción y poder de difusión del conocimiento científico en función del tiempo, tomando como base de datos todas las publicaciones de la American Physical Society en un periodo de 50 años.
El estudio analizó el número de artículos científicos publicados en la mencionada revista por investigadores de una determinada ciudad. Luego, se calculó cuántas veces estos investigadores aparecen en el 10% de las publicaciones más citadas. Posteriormente, se contrastó el número esperado de artículos publicados con el número real de publicaciones.
En el mapa de estas “ciudades de la ciencia” destacan: Boston, Berkeley, Los Ángeles, Chicago, Picataway (New Jersey) y Princeton. También se encuentran: Tokio, Orsay, París, Roma y Londres.
El mapa muestra el predominio de las ciudades norteamericanas, seguidas muy lejanamente por urbes europeas y más lejos aún, por ciudades de Asia. Las ciudades latinoamericanas no dan visos de presencia entre los 100 primeros lugares.
Como todos los rankings, éste tiene distintas limitaciones y sesgos que deberán superarse en el futuro. No debe ser tomado como un reflejo exacto de cuáles son los núcleos urbanos donde habitan y laboran los científicos del mundo. Pero sí nos proporciona valiosa información sobre el nivel de producción de conocimiento por localidades geográficas expresado en uno de los indicadores más racionalmente aceptables para determinar dicho nivel: el artículo científico. A la vez, nos da una idea de la constancia con la que determinados núcleos urbanos muestran presencia como espacios desde donde es posible practicar la ciencia. Así, durante 50 años, ciudades como Boston o Berkeley están presentes en la lista, mientras las latinoamericanas no se destacan en ningún año durante ese lapso de tiempo.
Además, el estudio nos sirve como un estímulo para reflexionar sobre el valor real asignado a la ciencia en nuestra región, sobre nuestra capacidad para construir espacios que viabilicen la producción del conocimiento científico, los motivos de nuestra ausencia o reducida presencia en las publicaciones científicas internacionales y lo más importante, sobre las decisiones que debemos emprender para crear situaciones propicias para el desarrollo de la ciencia en nuestros países.
El primer paso en la dirección de modificar nuestra situación de irrelevancia científica debe dirigirse a un cambio en nuestra actitud de indiferencia ante el problema. ¿Cuántos medios de comunicación, universidades e instituciones vinculadas a la difusión de la ciencia les preocupan estudios como el que ocupa nuestra reflexión? ¿No deberíamos tomar como excusas estas investigaciones para realizar serios debates en torno a la cuestión e iniciar líneas de acciones al respecto?
Al fin y al cabo, en América Latina podemos enarbolar numerosos discursos sobre la necesidad de la autoafirmación colectiva de nuestros países, pero mientras los núcleos de generación y publicación científica se encuentren más allá de nuestras fronteras, seguiremos siendo meramente consumidores de lo que las ciudades punteras de la ciencia producen y por tanto, dependientes de sus creaciones y sus políticas.