El presente texto sería un intento de continuar la discusión anterior, en el cual tratábamos las cuestiones de la separación del Estado de las imponentes creencias religiosas, el riesgo que constituiría en elegir a un sacerdote como máximo representante de nuestros Estados, la imperiosa necesidad de avanzar en los derechos en este siglo 21 y los siglos por llegar.

Una de las calamidades (bíblicas) que viviremos en la eventualidad de un sacerdote-presidente sería en el intento de convertir a toda una nación en una caverna de supersticiones, lo que ya estamos padeciendo especialmente en Haití.

No hay que mencionar que las supersticiones son dañinas para el progreso o desarrollo de una sociedad, nación o país. Tienen una especial característica de “oscurecer” o “iluminar”, dependiendo la perspectiva de la persona creyente o no-creyente, la mentalidad, el corazón o el interior.

Son muchos los sucesos, mediatizados o no, que resultan de esas lamentables costumbres o tradiciones que no se cuestionan.

La persecución contra varios “ougan” (sacerdotes del vudú, pero personas ante todo) por fanáticos religiosos en medio de la angustia y la desesperación del “goudou-goudou” (apodo en creole del terremoto del 12 de enero 2010) es un indicio que andamos de mal en peor.

Desde 1789, el derecho a la vida y la integridad de las personas había sido declarado oficialmente derecho humano y fundamental. Alguien o todos-as debemos recordarles a los-as religiosos-as que no están exentos-as de respetar los derechos humanos.

Algunos-as dirán que esos sacerdotes son víctimas a la vez de sus propios medios, ya que son los principales promotores de las supersticiones, sobre todo en las zonas rurales del país. En parte sí, pero hay que reconocer que existen muchos falsos de ellos, y que deberíamos considerar que los originales son simples y esencialmente curanderos tradicionales con plantas naturales.

Todavía peor e inaceptable el suceso en el cual fueron asesinadas 3 mujeres, por otros fanáticos evangélicos que las acusaron de “loup-garou” (brujas).

Eran personas con discapacidades y fueron horriblemente linchadas por no haber encontrado el camino a su hogar a causa del colapso del puente en la zona de La Plaine (El Llano, del departamento Oeste, al norte de la capital haitiana).

Son éstos y otros casos de los cuales una gran parte de la sociedad haitiana ha sufrido por lo menos una vez en su vida. Algunos hemos escuchado “historias” y otros las hemos vivido.

En una ocasión, se nos ha contado que un grupo de fanáticos había ido a cazar (en el sentido más estricto y literal de la palabra) a una de esas brujas que “comen las almas de los-as bebés”.

Imaginando en los estereotipos de brujas que nos acostumbran ver en la industria cinematográfica de Hollywood, les preguntamos lo siguiente: “¿Acaso esa bruja era una mujer?” – Claro, que sí – “Y, ¿era una mujer pobre que vive en el lugar más alejado de la zona rural?” – entendemos que sí – “Bueno, es una mujer, envejecida, sola, pobre y con  harapos que hacen descubrir ante ese mundo supersticioso sus pecados mortales”.

Así fue la conclusión a la que hemos llegado con el grupo de referencia, que defendía sus creencias. Al menos uno de los integrantes reconoció en el instante –ya que habíamos dado justo en el clavo – que había sido manipulado o idiotizado por un pastor , quien les había incitado en ese lamentable ritual religioso de matar en nombre de dioses y diosas.

Pero, no todo pasa solamente en las zonas rurales, vulnerabilizadas tanto por las creencias religiosas, las supersticiones, tradiciones por repensar, y el abandono parcial o total del Estado. El lamentable suceso del horrible linchamiento de las 3 mujeres en las inmediaciones de Cabaret, en la zona de La Plaine, es un ejemplo.

Y nos relató una vez un amigo muy cercano que había sido echado por su madrastra de la casa donde reside su padre enfermo. La madrastra es una pastora evangélica, esquizofrénica, paranoica, “zombificada” por esas creencias que hemos mencionado anteriormente.

Cuando le preguntamos por qué esos atributos a su madre-por-ley (traducción literal de la interesante palabra en inglés), nos comentó: “es que estoy viendo que en pleno siglo 21, esa casa parece un castillo habitado por cavernícolas… me impidió ella entrar en ese lugar y sufro la pena de no poder visitar ahora a mi padre… por el solo hecho de yo haber invitado a sentarse en su sofá a una persona que ella calificó de demonio (“oungan”)…” ¡Cosas veredes!

Él nos refirió, en este caso, a los castillos, ya que entiende que esas creencias pertenecían en la historia medieval del Occidente y en los tiempos bíblicos, cuando existían señores feudales y el rey y sus nobles habitaban en castillos. También nos hace recordar la caza de brujas en Europa, originada por la iglesia católica y apoyada por la protestante en los siglos 13 hasta 16.

Desde 1789, el derecho a la vida y la integridad de las personas había sido declarado oficialmente derecho humano y fundamental. Alguien o todos-as debemos recordarles a los-as religiosos-as que no están exentos-as de respetar los derechos humanos.

Mientras tanto, algunos-as de nosotros-as, viendo que estamos ante el eterno retorno a lo mismo, exploramos la posibilidad de ir a vivir en una cueva y escaparnos de las cavernas espirituales reinantes en este mundo actual y de las épocas anteriores.