El deceso de cinco adolescentes de la provincia Duarte en un siniestro de tránsito ocurrido la madrugada del domingo en el distrito municipal Ranchito, La Vega, en la frontera con el municipio San Francisco de Macorís, constituye una muestra más de que la muerte ronda en las carreteras de la República Dominicana.

Por esta causa, 600 seres humanos han muerto en la primera mitad del año. 900 de los fenecidos en 2018 estaban borrachos. La tasa de mortalidad aquí es de 29,3; es decir, 3 mil fallecidos por cada 100,000 habitantes, una epidemia desatendida que nos avergüenza ante el mundo. En países donde el caos en las vías públicas no impera, la tasa se mueve entre 4 y 7 %.    https://www.diariolibre.com/actualidad/salud/mas-de-900-muertos-en-accidentes-este-ano-por-el-alcohol-MB11453852.

Miguel Ángel de la Cruz, Luis de Jesús Almonó, Nabil Piña de la Rosa, Kamil Rodríguez y Emil Suárez Ledesma, menores de 18 años, han fallecido al chocar el carro Corolla en que viajaban a alta velocidad contra una caseta y una banca de lotería. Según las versiones de familiares, habían salido del cumpleaños de un amigo y, sin su consentimiento, decidieron salir de la ciudad. Los jóvenes lucían muy embriagados y vapeaban dentro del vehículo, conforme un vídeo filmado minutos antes de la tragedia. https://eldia.com.do/jovenes-que-murieron-en-accidente-en-la-vega-salieron-sin-consentimiento/.

DÍAS DE LAMENTOS

Tras estos fallecimientos, una ola gigante de discursos plañideros y atribución de culpas a sus familiares y a ellos, aun ya en el cementerio, cubre todos los mentideros mediáticos y sitios públicos del territorio nacional; sin embargo, no tardará en diluirse en las orillas de la indiferencia generalizada, para que la epidemia siga en pico muy alto.

En esta ocasión, los discursos quejumbrosos tal vez duren unas horas más en la agenda mediática en vista de la procedencia de clase social media alta de los estudiantes del bachillerato del colegio La Altagracia, de San Francisco de Macorís, capital de la provincia Duarte. Pero solo unas horas, porque llegará el olvido irresponsable de la sociedad y las carreteras seguirán con su mar dc sangre.

Un problema de salud pública de tal envergadura no está para tratamientos espumosos por parte de la plaga de oportunistas del patio, incluidos funcionarios ineptos, ahora muy activos por el tráfago político.

Pocos repararán que eran evitables las cinco muertes de los muchachos de la provincia norestana, si las carreteras nuestras  estuvieran protegidas por la autoridad.

Pero no. Día y noche, muy riesgosas. De día, caóticas; de noche, tenebrosas, solitarias. Y, salvo las que llevan al exclusivo polo turístico del Este, semejan trillos, sin señalización y con hoyos imposibles de evadir pese a unas risibles rondas de pintura amarilla que le hacen, no se sabe si como alerta, o ubicación para retornar un día a taparlos; día que muchas veces se convierte en años.    

Si los jóvenes, como otros innominados que han sufrido igual suerte, hubiesen sido detenidos a tiempo por exceso de velocidad y consumo de bebidas alcohólicas, hoy celebrarían llenos de vida, tal vez contando la experiencia del cumpleaños de su amigo. Pero no. A ninguna hora hay control de las carreteras. De noche, se puede recorrer hasta 300 kilómetros a alta velocidad, sin que aparezca una autoridad. De día, la única diferencia es la caterva de vehículos de todas las categorías, muchos sin condiciones de seguridad mínima para circular, que zigzaguean e incumplen todas las normas de tránsito.   

Hace dos años se promulgó la ley 63, que crea el Instituto Nacional de Tránsito y Transporte Terrestre (INTRANT), para “implementar la nueva política de movilidad, transporte terrestre, tránsito y seguridad vial”. La pieza también crea el Observatorio Permanente de Seguridad Vial (Opsevi),  responsable de “recolectar y gestionar la información oportuna, objetiva y confiable que contribuya a la determinación de las causas y efectos de los siniestros viales”.   

Desde esa fecha, nada ha cambiado en las carreteras de la muerte, salvo resoluciones y advertencias verbales que se esfuman en alardes mediáticos como la espuma de la leche hirviente. Con ímpetu, el organismo estatal anunció la prohibición para transitar con neumáticos inseguros, uso del carril izquierdo por vehículos pesados, sobrecargas y altas velocidades. Hoy, el desorden es mayor. La epidemia continúa.