Cuenta una anécdota del eterno García Márquez que, tras ver una película siendo apenas un niño en su natal Aracataca, exigió le mostrasen lo que había detrás de la pantalla; quizás se iniciará en ese momento su dilatada y accidentada relación con el cine que le llevará a ser crítico, guionista, estudioso y docente del séptimo arte. Convencido de las que a su juicio constituían insalvables diferencias entre cine y literatura, posteriormente definió aquella relación como “un matrimonio mal avenido en el cual las partes no pueden vivir juntas ni separadas”. Como tal, muchos han afirmado sobre su propia narrativa llevada al celuloide que las obras garciamarquianas no pueden ser filmadas en tanto que la película ya está inserta en el texto mismo, y cualquier pretensión de recrearla en pantalla constituiría una incompleta (o fallida) aproximación a ellas.

Diálogo de géneros, a nuestro modo de ver, sería tal vez la caracterización más pertinente para intentar aproximarnos a ese proceso de reinvención mutua que partió de la dramaturgia y del cine mudo hasta arribar a la filmografía moderna que ha hecho del guión nexo fundamental entre narrativa y película. Incluso pieza literaria de porte propio podría afirmarse. Tal vinculación se fue evidenciada desde los pioneros trabajos del Griffith confeso inspirado en Dickens quien admitía cómo el lenguaje cinematográfico nació hijo del lenguaje literario. Cine y literatura, pues, compartirán un inevitable e intangible mundo, según ha afirmado el español Gonzalo Suárez. Un universo común que ni los más perspicaces conseguirán acotar: el territorio de los sueños.

En un seminal ensayo publicado hace más de medio siglo en Cahiers du Cinéma bajo el título de “El cine y la novela: Problemas de narrativa”, …Ítalo Calvino definía el cine como un tributario de la literatura enfatizando que ambos constituyen ejemplos de la dislocación del tiempo (la voz en off fuera de pantalla como primera persona del singular, el flashback símbolo del pasado, y el fade-out reflejo del transcurrir de las horas y los días). Se trata de efectos que dichos géneros son capaces de provocar en su razón de ser como serie de fotogramas en movimiento, en el caso del primero, y como serie de palabras escritas, en el segundo. Trastrueque de la realidad, en suma, fundamento de sendas formas artísticas que por décadas ha empleado la cámara como agente descubridor (y transformador) de la historia depositada en las páginas literarias, en el corazón de la novela en nuestro caso.

Candela (dirección de Andrés Farías Cintrón, guión de Laura Conyedo Barral y Andrés Farías Cintrón, inspirada en la novela homónima de Rey Andújar) es una película que no puede considerarse una adaptación del texto originario per se y sobre la cual muchas de las afirmaciones anteriores podrían aplicarse. Mas, en el sentido creativo, Candela es, de hecho, una novela cinematográfica sobre todo gracias a la transformación temática lograda por los guionistas en tanto que simultáneamente entrelazan personajes, sucesos e historias pertenecientes a varias obras. Se trata de una riquísima conversación entre imagen y texto desde la cual salen fortalecidas las más de una Candela logradas en los 88 minutos de este convincente filme.

Cabe resaltar que la opera prima de Farías Cintrón recibió apoyo del Instituto Sundance así como de la Fabrique des Cinémas Du Monde del Centre National du Cinéma, entre otras organizaciones; a pesar de apenas haber sido estrenada, Candela ha disfrutado de un amplio reconocimiento local e internacional incluyendo el Premio del jurado en el Festival Biarritz en Francia, y el Premio a la mejor película del recién concluido XI Festival Internacional de Cine Fine Arts de Santo Domingo. El joven director ha hecho pública su satisfacción ante el precoz éxito del filme reconociendo a su vez que el cine nacional parecería estar entrando en su “época de oro” a pesar de las dificultades encontradas en el largo camino previo al lanzamiento de este alucinante largometraje.

La obra de Andújar que da sostén a esta película fue publicada en 2007; había sido precedida por El hombre triángulo (2005) y seguida por Los gestos inútiles (2015), Premio Alba de narrativa. Candela, novela “policial” en el sentido simplista del género, es un tour de force aguardando el impacto de las sempiternas sacudidas climáticas del Caribe-huracán y el estallido de la inequidad social de los grandes sectores urbanos de la República Dominicana de las últimas dos décadas. Marginalidad, sexo y carne; la lluvia al lado de un mar testigo de quienes han crecido preparándose para la muerte y la supervivencia a costa de todo, constituyen algunos de sus temas centrales: …Ella le clava las uñas en la nuca, lo besa, su lengua se enrosca y ella siente el tremendo renacer adentro. Segundo asalto: ella le agarra el pelo como en las películas del Lido y dice: Oui, mon petit, dando golpes de cintura como si ese cuerpo no fuera de ella. Qué maldito aguacero. En medio del polvo, él pregunta de nuevo el nombre. —Me dicen Candela. Material de película, no cabe duda.

Como guionistas, Conyedo Barral y Farías Cintrón verdaderamente se las traen; han reescrito y transformado la novela del joven Andújar a la que apostó Alfaguara gracias a la ya mencionada intertextualidad entre los relatos de sus demás obras. Han reinventado los protagonistas adjudicándoles una cuasi palpable fortaleza de seres intensamente vivos, sufrientes, y sintientes, como cualquiera de nosotros. Son sujetos que conducen autos de lujo en las calles del Polígono mientras otros deambulan en la Duarte con París en las antípodas de una nación de derroches y hambre: Sera Peñablanca, “hija de papi y mami”, el teniente Petafunte, más vivo que muerto, y Lubrini, quizás el más complejo de los personajes de Andújar, quien a primera vista parecería una suerte de alter ego del destacado autor, a decir por la lograda prosa de las epístolas esparcidas en las 150 páginas de Candela: Me voy como viento de hojas en almendro seco y arena revoloteada en pluma de pavo real. Me llevo el mal olor de las avenidas, los perros asesinados y el diluvio. Contaré cayenas en el camino y extrañaré la música que te salía del forro, del farol de tu desidia, de los músculos de tu antebrazo…

Insisto: el trato que Conyedo Barral y Farías Cintrón dedican a los sujetos que dan vida a esta cinta les ha dotado de olor, de sudor y miedo. De una maldad triste, en el caso de Sera (poderosamente interpretada por Sarah Jorge León), y de una melancolía premonitoria de lo peor, en el caso de Lubrini que, a nuestro juico, pudo haberse explotado más favorablemente en el desarrollo de los diálogos y la actuación. Sin embargo, es justo reconocer, tal cual establecía el Gabo, que el resultado del poder de la imagen cinematográfica impuesta sobre el observador con frecuencia dista del logrado por la metáfora escrita que alimenta la libre participación del lector provocado. Es decir, una cosa será nuestra recreación personal del sujeto revelado en la página, y otra la contundencia de su espectro cinematográfico que sacudirá la pupila en los linderos de la pantalla gracias a la mano del director.

Desprovistos de aspavientos y falsos sentimentalismos, creemos que el cine dominicano atraviesa un periodo importante en el que, si bien la adversidad pandémica no le ha favorecido, los productos creativos, los recursos humanos y técnicos resultantes de tanto esfuerzo y dedicación, comienzan a dar frutos. No ignoramos aquí las merecidas contribuciones de muchos talentos a través de los varios lustros que han precedido esta etapa, mas subrayamos, esperanzados, eso sí, que continúan desarrollándose los rasgos identitarios de un cine nacional maduro que deberá ser tomado en cuenta en el mundo hispanohablante en un futuro no lejano. Y Candela es un ejemplo de ello.