Solo a una mentalidad clientelar se le ocurre ofrecer cajas navideñas a una multitud empobrecida. Las dádivas de los políticos en pleno siglo XXI es una herencia anacrónica que solo vemos en las sociedades empobrecidas sistemáticamente y cuyo pasado colonial sigue imperante en las élites políticas que se asumen a sí mismas como agentes de objetivación del otro empobrecido. El asistencialismo en las festividades navideñas, venga de donde venga, es la falsa sonrisa que oculta la violencia estructural y estructurante de siglos de subalternización (Spivak, citado por Mella, 2015, p. 268).

Creo que en muchos aspectos el sujeto subalterno es la herencia más eficiente de la modernidad-colonialidad. Nuestras independencias no alteraron ni un ápice este modo de constituirnos como sociedad y la élite política criolla ha perpetuado este proceder como un mecanismo para su propia continuidad en cuanto grupo privilegiado. Aquí está lo nefasto de nuestros líderes políticos dominicanos y latinoamericanos: han inoculado el virus de que son los bendecidos de la tierra que, desde su altura consagrada, exhiben un gesto de bondad hacia los otros, los desafortunados, los subalternos. Lo peor: publicitan este falso gesto de bondad como un compromiso solidario con el pueblo dominicano.

Las imágenes que han circulado tanto en los medios de comunicación masiva (prensa y televisión) como en las redes sociales son claros indicios de esta deprimente estrategia de poder. En todas ellas se juegan dos roles: el blanco-rico que da sobre el negro-pobre que recibe. Añádale a este cuadro una leve sonrisa de regocijo de parte del dador y una escéptica mueca de parte del que recibe.

No sobran las voces que moralizan el gesto, otros lo satanizan. Muchos buscan culpables en las propias víctimas cuando el reparto no se efectúa siguiendo el orden esperado. De todas maneras, una verdad está clara: el mito del desarrollo de los pueblos ha producido más pobres que ricos. La modernidad tecnocientífica y el capitalismo globalizador neoliberal no han impactado a la mayoría del modo en que nos dijeron que lo harían, tan solo ha sido un discurso y una maquinaria para producir excluidos, subalternos. En estas circunstancias histórico-sociales nos damos cuenta de que el sujeto subalterno no tiene voz pública, no es protagonista de su propia historia porque la historia la escriben los de arriba. No toma decisiones porque está alejado del centro de toma de decisiones a través del artilugio de la representación. El sujeto subalterno es un voto pasivo e instrumentalizado que debe mantenerse en la pobreza y en la ignorancia más vil para que sea útil. De ahí la perpetuación de esta práctica aberrante.

La beneficencia es un principio ético de gran utilidad en el mundo actual, pero no el asistencialismo ni el oportunismo de unas dádivas en el contexto de una festividad cristiana. Es muy distinto hacer un bien a otros, a través de una actividad bien hecha, que dar migajas de lo que he usurpado. Lo que se demanda del político y cualquier profesional es beneficencia, no el asistencialismo efímero que perpetúa el clientelismo.

Las dádivas de las cajas navideñas, vengan de donde vengan, deben desaparecer del panorama de las prácticas políticas en nuestro país. Confieso que no me queda claro si este cambio de práctica debe venir de los políticos jóvenes o de los posibles receptores en el futuro. De los actuales “líderes” no lo espero, como tampoco lo espero de la gente realmente necesitada que tiene sus posibilidades de superación truncas o, en muchos casos, limitadas por condiciones de género, de edad o de salud. Pedirle a un empobrecido hambriento que no reciba estas dádivas es un sinsentido. La solución ha de ser estructural como estructural es la causa.

El desarrollo moderno-colonial ha producido una capa de pobreza que le ha sido necesaria para su real sobrevivencia. Reestructurar estas mentalidades subordinadas y sujetas a una violencia estructural de siglos será difícil, pero no imposible. El camino es largo, tengo certeza de ello. Las voluntades que anhelan y demandan de un cambio radical de estas prácticas se unen cada vez más, pero no bastan los buenos deseos si no hay formación y participación política. Educar en política es crear conciencia crítica e imaginar-construir nuevos mundos posibles.