Siempre que oigo hablar a Temístocles Montás me asaltan las brujas de Shakespeare. Las brujas son seres que tienen la virtud de introducirnos inmediatamente en el misterio, en lo sobrenatural. No hay más que evocarlas y ya toda la realidad deja de ser lo que es. Y si hay un autor que hace pendular el relato de lo sobrenatural a lo real asociado a la lucha por el poder es, sin ninguna dudas, William Shakespeare. Solía dialogar con mis estudiantes sobre Shakespeare y el poder apelando a dos modelos básicos de la ambición humana contenidos en las obras “Macbet” y “Hamlet”, y al papel de las brujas agoreras que siempre aparecen en el pórtico de la representación shakespeariana. Macbet es el mejor arquetipo, su ambición no se para ante nada, es un personaje enteramente dominado por las fuerzas misteriosas del destino, a la usanza de la inexorabilidad que los griegos daban a las personificaciones del destino (Clotho, Atropos, Lachesis) en el desenlace de los actos humanos. Lo sabemos porque las tres brujas que les hablan a Macbet y a Banquo vaticinan para él la obtención de un gran poder, incluso el hecho de llegar a ser proclamado Rey de Escocia; aunque también le dejan entrever su caída en una jugada del destino que estaba ya cifrada en el vientre de la madre de MacDuff. Las brujas de Shakespeare son siempre Casandras, Pitonisas, pájaros de mal agüeros, bocas de chivo; cuyos vaticinios se irán revelando como hojas de los árboles que caen en el otoño.
Quizás es por eso que siempre que habla Temístocles Montás me asaltan las brujas de Shakespeare. Porque nadie como él ha sido tan empecinado en querernos robar con un golpe de varita mágica nuestra percepción de la realidad. Nadie como él ha revoloteado tanto sobre la razón hasta desvirtuarla como un instrumento que nos permita reconciliarnos con lo real, y nadie como él ha manipulado tanto el crepúsculo pálido y chato de toda la degradación moral que nos abate. El país vive sumido en la incertidumbre, la impotencia y la ira; y él quiere construir una nación en la cual los ciudadanos estén sometidos y sean tan sólo entusiastas partidarios de sus oráculos y sus certezas derivadas de la manipulación. Tiene quince años en el cargo, y no se avergüenza de su papel nefasto. Durante los gobiernos de Leonel Fernández fue la cara visible del despojo. Seis paquetazos fiscales que mermaron el precario estado de bienestar de la clase media y de los pobres. Al inicio del gobierno de Danilo armó y justificó otro paquetazo fiscal que empobreció, aún más, a la clase media. Y ahora dice que ya no hay pobres, que ¡somos un país de clase media! Como cuando las brujas de Shakespeare aparecen, la realidad tiene que dejar de ser lo que es.
El Banco Mundial dice lo contrario: “Hay una baja movilidad económica, con menos del 2% de la población escalando a un grupo de mayores ingresos durante toda una década, comparado con un promedio del 41% en la región de América Latina y el Caribe”. Y Oxfam lo dice claramente: “en República Dominicana la población más pobre apenas capta el 4% de los ingresos, y la gran mayoría de los que nacen pobres mueren pobres”. Y el “Informe de desarrollo humano” del PNUD afirma que “el 4.5 de la clase media ha desaparecido”. ¿Es posible, entonces, que, según Temístocles Montás, Danilo Medina haya logrado suprimir la pobreza en tres años de gobierno, y convertirnos en un país de clase media? Que esa bruja de Shakespeare se vaya a los barrios, que mire objetivamente qué ha cambiado en esos antros de miseria, que le pregunte a la clase media el por qué vive agarrada de un clavo caliente, mientras un panegirista le calienta las nalgas con la llama del cinismo del progreso. A pesar de los enormes recursos que ha manejado el PLD en sus quince años continuos de gobierno no ha sido capaz de beneficiar a la población. Todo el inmovilismo social de los informes de los organismos internacionales ocurre acompañado de un extraordinario dinamismo económico del país. Y la manipulación de Temístocles Montás no es más que ese sesgo miserable que intenta ocultar el fracaso del modelo económico de sus gobiernos. Es una burla, un grado repugnante de perversión.