La aparición de la noticia de que en este singular patio surgen nada menos que unas treinta bancas ilegales por día es una bomba que debería llenarnos de vergüenza, aún sin explotar hasta el día de hoy, por su contenido de envicio a todo el país y a cada uno de sus ciudadanos. Treinta bancas cada 24 horas significan más de diez mil al año. Si sumamos las de un solo año a las ya más de cuarenta mil existentes de manera más o menos legal, dan como resultado una cifra impresionante de más de cincuenta mil. Si a su vez las dividimos entre los diez millones y medio de habitantes del país dan más o menos un promedio de una banca por cada doscientos veinticinco personas.
Todo un record. Toda una política para infectar un pueblo en la ludopatía, enfermedad esta que origina la adicción al juego y por ende a dejar parte o mucho de los ingresos de los esperanzados a ganar, pues las bancas, las loterías, como los casinos, las máquinas, y cualquier otra modalidad de apuestas están hechos para lucrarse unos muy pocos -entre ellos los dueños- y perder la inmensa mayoría. De vez en cuando aparece un anuncio de que alguien ha ganado veinte, treinta o, cuarenta millones, un señuelo que no deja dormir a muchos a millones que sueñan despiertos con agarrarse a ese clavo ardiendo de la probabilidad. Pero lo que se ha recaudado en esos sorteos son inmensamente, infinitamente mayores a costa de muchos bolsillos pobres.
Estas cifras anteriores hechas a puro bolígrafo casero pero que deben estar muy cerca de la realidad, indican dos aspectos muy importantes, el primero es que somos una sociedad básicamente precarista, llena de muchas necesidades perentorias de la vida diaria, desde la canasta familiar, la vivienda, la educación, el trabajo, la sanidad, las pensiones de retiro, y otras muchas bien conocidas por todos tanto los que las padecen que son medio país o más, y de los que gozan de mejor situación económica.
Y la segunda, que hay la percepción de tener muy pocas -y para muchos ninguna- oportunidades de poder salir de esta situación de permanente escasez y por ello acuden a visitar a Doña Suerte en billetes de lotería, quinielas, en inspiraciones de números soñados, en números, en casinos, en apuestas y donde haya algo de valor en juego desde una nevera usada hasta una canasta surtida de vecindario. Y ya se sabe pueblo que juega por necesidad pierde por obligación. ¿Por qué tanta manga ancha con las bancas, tanta facilidad de permisos, tantos ojos vendados ante la ilegalidad de muchas de ellas?
Bien fácil, son los cuartos, los molongos, el dinero. Para los gobiernos significan una buena fuente de ingresos vía recaudación de impuestos y no les importa si perjudican a los ciudadanos incitándoles al vicio a través de este tipo de establecimientos de los cuales muchos de ellos se llaman cínicamente ¨deportivos¨ o ¨hípicos¨. Y también porque hay muchos políticos – congresistas y otros- y militares y policías que son propietarios y de alguna manera ejercen sus influencias para mantener ese tipo de ¨industria¨.
Hemos leído de un alto dirigente de las bancas justificar que ellos crean empleos y pagan impuestos. Solo faltaría que además defraudaran al fisco. Los empleos, sin futuro laboral, rasan casi siempre el sueldo mínimo y las mayoría de bancas lucen una sola muchachona arregladita para atraer a los hombres como las abejas al panal de Juan Luís Guerra.
Si los gobiernos dedicaran al ¨emprendedurismo¨ la misma dinámica que a las bancas, mejor nos iría a todos; habría cinco o seis veces más puestos de trabajo que en el asunto del juego, más y más sanos impuestos a recaudar, y más negocios complementarios creados como suplidores, envasadoras, transporte y otros.
¿Saben la noticia que me hubiera gustado recibir? Qué cada día se abren treinta librerías ilegales en todo el territorio nacional. Ya saben también que a veces me gusta soñar como Pilarín, lo malo son los despertares ¡tan duros y crueles y apostados!