El bestiario político dominicano ha hecho que hablar de la justicia sea una misteriosa alquimia entre memoria, truculencias, emociones y razón. Balaguer, por ejemplo, se refugiaba en la discreción de los símbolos. Nadie concibe su imagen sin los signos agobiantes del poder, puesto que su opción de goce era mandar, decidir la suerte o la desdicha de muchos otros; ser capaz de todos los excesos con tal de mantener su dominio en el orden político y social. Y tenía para ello domesticada la justicia. Todavía se recuerda con sorna al presidente de la Suprema Corte de sus gobiernos, el venerable Néstor Contín Aybar, profundamente dormido con la cándida inocencia de los abuelos, la boca abierta con un leve hilillo de baba, y el sopor del sueño como el único medio conocido de escapar del instante; imagen que se repetía cada seis de noviembre, día de la Constitución dominicana,  mientras el presidente Balaguer decía su discurso ciceroniano y desplegaba su idea de predominio de la “paz y el orden” por sobre las libertades individuales. El retrato jocoso de Néstor Contín Aybar durmiendo pasó a ser la imagen de una justicia maniatada, y su sueñera el ardid tramposo de un abuelo vencido que sabía dormirse a tiempo.

Pero el retroceso de la justicia dominicana ha dejado atrás las pálidas virtudes cotidianas de un presidente de la Suprema que se dormía discurso tras discurso. La Justicia es hoy un elemento fundamental de la degradación moral que vivimos, su retroceso es inigualable, y aunque el Presidente de la suprema actual, Mariano Germán, tiene los ojos bien abiertos, es un político con toga y birrete que degrada la función de un juez.  La justicia es una instancia fundamental de la convivencia civilizada, ninguno de los dibujos adjetivos que intentan definirla puede prescindir de  su piedra filosofal básica: armonizar la convivencia y ser un factor de equidad. Sancho Panza se fue a gobernar la Isla Barataria armado de algunos consejos que Don Quijote le prodigó, entre los cuales sobresale el referido a la equidad: “Cuando te sucediere juzgar algún pleito de un enemigo tuyo, aparta las mientes de su injuria y ponla en la verdad del caso”. Porque no hay justicia si el sentido de la equidad se subordina a las estrategias políticas de dominación. No hay justicia si los jueces son la pantomima de la ley. Es lo que vivimos hoy en la República Dominicana, una impotencia completa frente a los actos de la justicia. Una podredumbre moral  que cada día nos impide una apertura sobre el mundo real.

He conversado con jueces y abogados, y hasta con fiscales, y como en este país una cosa es lo público y otra lo privado; ante las confesiones silenciosas de esos protagonistas,  he perdido esa mezcla de moral y de lógica que es el buen sentido. ¿Cómo es posible que la justicia dominicana sea ese estercolero, esa inmundicia, esa inverosimilitud que se cobija bajo el púdico nombre de “sentencia”? ¿No tienden los acusados a parecerse a sus jueces? ¿No asquea ya ese universo turbio de togas y birretes revueltos con la línea del Partido gobernante? ¿No avergüenza a los poderes fácticos, a la iglesia, a los intelectuales, al pueblo en general; tribunales que dictan sentencias bajo consignas y compulsiones que no ocultan sino propósitos de dominación, impunidad? De todo el universo degradado de las instituciones públicas, el más preocupante es el de la justicia. La justicia dominicana se ha entregado a las cosas. Ha hecho su propia enajenación. Es como si estuviéramos perdidos para todo lo que enaltece la vida social. Somos los huérfanos de la historia, y entre un Presidente de la Suprema que se duerme para no oír un discurso que era la exaltación del autoritarismo; y uno que es un cínico, una repetición del poder, un instrumento del hambre de mandar y de la impunidad; preferimos al abuelo dormido que dejaba correr la baba de la justicia, y representa la obediencia, la sumisión ciega al discurso del otro. Los jueces no existen, no son más que una réplica del gobierno. Es un error pensar que Mariano Germán se dormirá cada seis de noviembre oyendo el discurso de Danilo Medina. Él es una realidad que nos puede conducir a la barbarie. Las verdaderas babas de la justicia.