Hacía ya tiempo que un pensador francés no pensaba a la francesa. Me refiero a esos modelos de la historia del pensamiento que configuraban sistemas, y eran tan decisivos en la interpretación de lo estudiado que pautaban toda la visión del mundo que se imponía en una época. Al modo de René Descartes y el racionalismo, por ejemplo. En el 2013 Thomas Piketty publicó “El capital en el siglo XXI”, título que recuerda al monumental esfuerzo intelectual  de Carlos Marx iniciado con la publicación en el 1867 del primer tomo de “El capital”, que luego terminaría de publicar los demás tomos su amigo de leyenda Engels. Yo me temo que, casi como ha ocurrido con “El capital”, de Carlos Marx; el libro de Thomas Piketty, “El capital en el siglo XXI”, sea más  citado que leído; y aunque en ambos casos sean libros definitorios para la comprensión de una etapa, lo cierto es que, al ser análisis sistémicos son libros de difícil lecturas.

Tan abarcador como el problema al que se enfrenta, el libro de Piketty intenta esclarecer las maneras como se han realizado las apropiaciones de la riqueza producida en las distintas sociedades  desde el siglo XVIII hasta nuestros días. Son tres siglos y más de veinte países los que analiza, con una abrumadora base documental, pero, sobre todo, con un potente instrumental analítico que mortifica el entendimiento y cuestiona tanto al presente como al futuro, respecto de las desigualdades que amenazan el orden democrático. En ese deleite del pensamiento con que acompaña sus reflexiones, y en la introducción para que se vean sus intenciones, Piketty nos dice: “Cuando la tasa de rendimiento del capital supera de modo constante la tasa de crecimiento de la producción y del ingreso-lo que sucedía hasta el siglo XIX y amenaza con volverse la norma en el siglo XXI- el capitalismo produce mecánicamente desigualdades insostenibles, arbitrarias, que cuestionan de modo radical los valores meritocráticos en los que se fundamentan nuestras sociedades democráticas”.   En estas  preocupaciones Piketty no es un pionero, y un año antes de que publicara su libro, nada más y nada menos que Joseph E. Stiglitz, publicó “El precio de la desigualdad”, un notable esfuerzo por desentrañar las consecuencias de la desigualdad en el mundo de hoy, y por desmontar el mito de que los mercados, por sí solos, son eficientes y capaces de regular la justicia social; cuando, al contrario, tienden a acumular la riqueza en manos de unos pocos. Pero tanto en el caso de Stiglitz como en el de Piketty, es fácil advertir que en sus estudios  se arriba a una conclusión: que el crecimiento económico no opera como un justo redistribuidor de la riqueza, ni es un estímulo natural contra la desigualdad, puesto que la tendencia del capital es crecer a una velocidad mayor que la de la producción.

Hay muchas apreciaciones de Thomas Piketty que podrían servir a los poderosos de la economía dominicana, particularmente las que se refieren a la estructura de la desigualdad. Piketty explica : “La desigualdad del capital en el siglo XXI deberá ser concebida cada vez más a nivel mundial. Sin embargo, no hay ninguna duda de que la desigualdad patrimonial se sitúa actualmente  muy por debajo de lo que era hace un siglo: alrededor de 60-65% de la riqueza total para el decil superior a principios de la década iniciada en el 2010, lo que es al mismo tiempo muy elevado y sensiblemente más bajo que en la Bella Época. La diferencia es que, hoy en día, existe una clase media patrimonial propietaria aproximadamente de la tercera parte de la riqueza nacional, lo que no es nada desdeñable”. Comprobación sobre la importancia de esa clase media que él generaliza como un factor sustancial de la armonía social, y que se verifica su existencia en numerosos países caracterizados por su estabilidad social, como El Reyno Unido, Suecia, Estados Unidos, etc. En la República Dominicana, por el contrario, esa clase media se ha enflaquecido, y desaparecido en alrededor de un 5% en los últimos años. Sería mucho pedir a los poderes fácticos de un pequeño país que se lean “El Capital en el siglo XXI”, y no sólo porque entraña una voluntad apasionada por el saber dada la dificultad de su lectura, sino porque es también un poco la aventura del capital, y en ese espejo son muchos los espectros que se han de reflejar.