Durante 2020, la mundialmente respetada e influyente economista italo-estadounidense Mariana Mazzucato escribía fervorosamente dos libros sobre cómo abordar los grandes problemas de la humanidad, esos que parecen imbatibles, irresolubles, misiones imposibles: cómo terminar con la pobreza, salvar al medioambiente y tender puentes sobre las grandes brechas sociales.

El más jugoso de esos libros se titula “Misión economía: una guía para cambiar el capitalismo” (marzo 2021), mientras el otro es un ensayo de poco más de 100 páginas, titulado “No desaprovechemos esta crisis: lecciones de la covid-19” (mayo 2021), y ambos están dedicados a repensar el capitalismo, transformando las grandes crisis, como la pandemia del coronavirus, en grandes oportunidades, que dejen un legado positivo para siempre.

En Misión Economía, Mazzucato presenta una propuesta de gestión del Estado y de orientación del mercado que consiste, grosso modo, en un rol protagónico, audaz y emprendedor del Estado para crear misiones que inspiren a los ciudadanos y motiven al sector público y al sector privado a formar alianzas orientadas al “propósito público”, y con ello, movilizar una gran parte de la economía, si es que no toda.

La investigadora propone un Estado innovador, que sea previsor y tome riesgos; que se asocie con el sector privado para acometer los desafíos que ninguno de los dos puede superar solo, y socialice con su socio, el sector privado, tanto las ganancias como las pérdidas de los emprendimientos que lidera el sector público, pero no como suele suceder en esas alianzas estratégicas, que solo este carga con las pérdidas.

Mazzucato pone como ejemplo emblemático la misión espacial Apolo 13, con la que Estados Unidos logró llevar un hombre a la Luna y regresarlo sano salvo, como le propuso a la nación el presidente John F. Kennedy en su inspirador discurso de 1961 conocido como the moonspeech.

Haber alcanzado ese logro, que parecía imposible, por los fracasos que le precedieron y el rezago de Estados Unidos en la carrera espacial, fue el resultado de una gran alianza público privada en torno a un propósito de interés público, que tuvo un efecto expansivo en toda la economía estadounidense, un impacto mundial y un legado permanente.

La hazaña del alunizaje, aquel “pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad”, como dijera el astronauta Neil Armstrong cuando puso un pie en la superficie lunar el 20 de julio de 1969, ha sido especialmente evocado en estos meses recientes, al ver las proezas de los innovadores privados que hoy compiten en la carrera empresarial espacial: el estadounidense Jeff Bezos, el sudafricano Elon Musk y el británico Richard Branson.

Todo estos emprendimientos privados fueron precedidos por aquel emprendimiento público, hace más de medio siglo, una innovación tan arriesgada  y audaz que tardó más de una década en consolidar un primer hito mundialmente celebrado, tras varios resonantes y vergonzosos fracasos, varias pérdidas de vidas y naves aeroespaciales, así como cientos de miles de millones de dólares de los contribuyentes invertidos.

El «programa Apolo» costó al gobierno de Estados Unidos 28,000 millones de dólares, equivalentes a 283,000 millones de dólares de 2020 y al 4% del presupuesto estadounidense de entonces, e implicó a más de cuatrocientos mil trabajadores de la NASA, universidades y contratistas de 80 países, entre 1960 y 1972.

Llegar a la Luna fue un descomunal ejercicio de resolución de problemas, en el que el sector público tenía el mando y trabajaba de cerca con empresas—pequeñas, medianas y grandes— en cientos de cuestiones independientes y diferentes que motorizaron la actividad en decenas de industrias distintas.

“El Gobierno utilizó su poder adquisitivo para desarrollar contratos breves, claros y muy ambiciosos”, puntualiza Mazzucato.  “La colaboración y la experimentación público- privadas del Apolo produjeron innovaciones en muchos otros sectores como el de la alimentación, la medicina, los materiales, la biología, la microbiología, la geología e incluso los inodoros…”

“Al repensar cómo pueden organizarse mejor las relaciones entre el sector público y el sector privado en torno al propósito público, podemos crear un crecimiento más equilibrado y fuerte, con nuevas competencias y oportunidades que se extienden por toda la economía”.

“Lo que integró todos esos esfuerzos y les dio un sentido fue que formaban parte de una misión; una misión liderada por el Gobierno y llevada a cabo por muchos actores”, enfatiza la autora.

“Hoy en día”, argumenta, “se necesita con urgencia un enfoque ‘orientado por misiones’: asociaciones entre los sectores público y privado, cuyo objetivo sea resolver los principales problemas de la sociedad”.

“Pensemos, por ejemplo, en usar la política de contrataciones del sector público para estimular la innovación—social, organizativa y tecnológica— cuanto sea posible, con el fin de resolver problemas tan diversos como los delitos cometidos con arma blanca en las ciudades o la soledad de los ancianos en casa.

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El autor es consultor en innovación y comunicación
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