De entrada dejo establecido de que si alguien no se identifica con mi postura, respetaré su posición pues la democracia se alimenta de la pluralidad de criterios.
La vanidad fue considerada como el principal pecado del S. XX según la película el abogado del diablo.
La sociedad moderna es movida y manejada por la lógica económica y ha sido este modelo el creador de la vanidad. En esta lógica el consumo será el sello distintivo.
En un modelo donde lo importante sea consumir ningún segmento social debe quedar fuera de las ofertas.
Anteriormente un artículo se vendía por su calidad y su utilidad. Así las cosas se creaba un problema para la lógica del consumo. Por ejemplo: la utilidad de un lápiz es escribir independientemente de cualquier otro uso que le podamos agregar. Pero ¿Cómo venderle un lápiz a un analfabeto? Mirado desde este razonamiento un nicho de mercado quedaba fuera de la lógica del consumo.
A partir de ese momento los productos pasarán a comunicar sentidos. Dos nuevas cualidades se tomarán en cuenta para vender: Qué significa que uses un determinado producto y qué se dirá de ti al utilizar un producto.
Es ahí donde entra en el escenario un nuevo factor social: Las marcas. Las marcas agregarán un sentido de estatus a quien las utilice y pasarán a representar la mayor expresión de la vanidad. Visto esto podemos entender la razón de los premios donde se crean alfombras para pasear la vanidad y acrecentar los egos.
El paseo de la vanidad se actualizará en cada premiación, transitada con pasos lerdos por una alfombra roja buscando el lente de una cámara que le permita mostrar al mundo los miles de pesos gastados en un diseño que no pasará de una noche y en donde, quienes no luzcan marcas y diseños caros, están fuera de contexto.
En este orden los nuevos ídolos de la juventud son los pregoneros de la vanidad, artistas y deportistas que han ganado grandes sumas de dinero y cuyas vidas van trazando pautas de conductas, modas, ritmos y hasta de jergas.
Recuerdo en una ocasión que en una premiación local un intérprete urbano desfilaba por la alfombra roja y fue abordado por una de las comunicadoras escogidas para hacer las preguntas de siempre ¿De quién vistes?
A todas luces se notaba que el artista no estaba a la altura del evento por lo que, ante el asedio de la comunicadora, atinó a decir “No estoy vestido de ningún diseñador, pero mis gafas son Gucci”.
La cuestión aquí es portar una marca y la exclusividad de algún diseñador o diseñadora, joyas caras y demás parafernalias vanidosas o del contrario la vanidad no podrá aflorar en los escenarios diseñados para ella y de seguro existirán quienes al día siguiente estarán ahí para juzgarte.
He llegado a pensar que los premios son la excusa, el señuelo o la carnada que mordemos los espectadores porque al final lo que importa es la vanidad. Al día siguiente el tema será los mejores o peores vestidos de la noche y el premio pasará a un segundo plano.
Para ampliar la vanidad se ha instituido que a esos premios asista un público que con sus ruidos y peticiones de firmas de autógrafos exaltan los egos y hacen sentir que la vanidad tiene sentido. Resulta que quienes asisten son en su mayoría jóvenes empobrecidos de nuestros barrios. Quizás su presencia sirva para también recordarle a las estrellas que la vida, más allá del espejismo de la vanidad, también es real.
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