(Enseñanzas de la Semana Mayor)

Toda nuestra existencia como sociedad ha sido la expresión en esencia del optimismo, el optimismo que encierra nuestra historia a través de las epopeyas de nuestras acciones. Sin embargo, en cada hecho de nuestro andar, que es historia, se encuentra en su contenido, el pesimismo y la melancolía al mismo tiempo. Es la naturaleza binaria de los seres vivos: A los días le suceden las noches; a la siembra, la cosecha; a la vida, le vendrá inexorablemente, la muerte.

Los seres vivos, al margen de la especie humana, no hacen historia, están y siguen donde siempre han estado y estuvieron. En cambio, nosotros, conscientes de nuestra existencia, hacedores con nuestras acciones y decisiones de la historia; progresamos, evolucionamos, nos construimos, construyéndonos, nos hacemos haciendo y en cada eslabón, nos vamos recreando en peldaños superiores a los de ayer.

Este carácter de transformarnos más allá de las circunstancias, sobre todo externas, nos lleva a entender que como individuo, como sociedad, debemos seguir aunando el modelo de la insistencia. La insistencia, más que el ejemplo o el modelo, para comprender que cada acción tiene consecuencias; que en nuestro yo, solo es válido en la medida que armoniza con el tú, con el nosotros. Una validación que encuentra eco en el espacio vital de nuestra realidad, para situarla en la perspectiva de un presente que es gloria de lo mejor de su pasado y fragua entonada de las luces del futuro.

Como sociedad, como personas, como gente, debemos cambiar de actitud. La actitud es la llave maestra sempiterna de la construcción de la esperanza. La actitud son las convicciones firmes de nuestro optimismo vital; empero, flexibles, que nos permiten comprender toda la dimensión dinámica que nos envuelve en esta pesarosa vida cotidiana. Ella, posibilita, que en nuestra interactuación con los  demás, podamos asumir la antorcha, el hueco necesario para poder asirnos cada día más al carro de la historia. La actitud positiva, hilvana, puntada tras puntada, la ropa necesaria para construirnos con los demás.

La actitud, como fuente razonada y consciente que nos da sentido a nuestra existencia, solo encuentra verdadero sonido, hoy día, en la medida en que nos damos a los demás; en la medida en que se expanda nuestro vehículo de la solidaridad; en la medida en que no permitamos que en nuestro entorno, a nuestro alrededor, permitamos la indiferencia y la conducta inadecuada. La actitud que encierra el desafío del presente es entender y asumir que protestar es el germen, el parto de una mejor relación, de una mejor sociedad. Y, decir la verdad es el acto más consciente de nuestra existencia.

Ameritamos de una nueva actitud como sociedad, que relieve, resalte y apuntale el concierto de que dar con el corazón, con el alma, nos hace más seres humanos, nos hace más personas y nos impide ser solo un ser vivo y nada más. La actitud que la sociedad nos pide, nos exige a gritos, es la de dejar atrás el pesimismo secular que nos acogota, que nos trastoca y nos hace vivir una vida sin vida, más allá de todo el espacio material que nos rodee de manera positiva.

La actitud que nos debe de arropar es la del hombre o la mujer que ve el ojo del aguja como el hueco perfecto para innovar y crear un nuevo signo de la historia, para sumar, crear y motivar una nueva razón de ser. Como muy bien señalara Francoise Guizot, los pesimistas no son sino espectadores; son los optimistas los que transforman el mundo. Martín Seligman, nos explica que la diferencia entre los triunfadores y los perdedores radica en el estilo explicativo que adoptamos ante los problemas de la realidad: lo que nos decimos a nosotros mismos sobre determinada  experiencia.

La conformidad; la cultura permanente del pasado negativo; la cultura de la indiferencia. Requerimos más proactividad y una actitud más constructiva ante la vida; elementos cardinales para desdibujar la cultura de la quejedumbre; la cultura de la hipocresía social, de la doblez, de la doble moral, del relativismo, del Laissez Faire et Laissez Passer; del ya pasó y déjalo así.

La actitud tiene tres componentes que son: Cognición, Afecto y Comportamiento. La Cognición es la descripción del objeto o fenómeno que vemos y sobre el cual tenemos que asumir una posición. Afecto, lo afectivo es la parte subjetiva, que abarca lo que sentimental, lo emocional, respecto a mi decisión con relación al objeto o fenómeno. Y, el Comportamiento, es la validación de la intención de la conducta  frente al objeto. Por eso, frente a la actitud, que se requiere hoy en nuestra sociedad, es la capacidad de elección y de cómo hacerlo. Lo que marca la diferencia de cada uno de nosotros, como especie particular con la singularidad y especificidad que nos caracterizan en el concierto de los seres vivos, es cómo en cada instante del desafío de la historia asumimos el cómo hacerlo, para poder trascender.

Ese cómo hacerlo crea una impronta imborrable, positiva o negativamente. Cuando se asume la actitud positiva, creamos huellas perennes constructivas, saludables, optimistas, generosas, profundamente sensibles y con principios. ¡Es lo que al final hizo Jesús, asumir una vida plena, intensa, espiritual y voluntaria, para entregarla en aras de resarcirnos como humanos! ¡Qué expresión más grande y halagüeña de solidaridad: Entregar su vida que es la muerte, para dar más vida, que es el verdadero sueño de un mundo mejor. El modelo que suma, construye y alienta!