El escándalo de la semana ha sido el tormentoso “allanamiento” realizado recientemente por el procurador fiscal José Manuel Cuevas Paulino, a quien la Procuraduría General de la República halló culpable de colocar una pistola en la cama del señor Erin Manuel Andújar (Peña) mientras cacheaba su vivienda en horas de la madrugada.
Cuevas Paulino fue a prestar servicio a Ocoa desde Baní poco después de que precisamente “Peña” denunció que vendía drogas por encargo de ayudantes fiscales, miembros de la Policía y de la DNCD, y tras la investigación, la Procuraduría botó a la ayudante Rosanna Rodríguez, sustituyó al que estaba allí, Nerys Soto Féliz, por considerar que obstruyó la investigación. Peña fue para Cuevas, Alfa y Omega: principio y fin.
Peña admitió que era un vendedor de drogas, que primero era para su beneficio y luego un simple peón de fiscales y policías para operar el negocio ilegal que ellos, como autoridades, debían perseguir y castigar. ¡Y tantas marchas y contramarchas contra las drogas que hacía Soto Féliz en Ocoa y tenía el enemigo tan cerca de su despacho!
Su denuncia (la de Peña) no motivó ninguna investigación hasta que se aventuró a volver a Ocoa y una “patrulla” lo recibió cuatro kilómetros antes de llegar al poblado con una lluvia de tiros que salvó la vida en forma increíble, pero sufrió heridas muy serias y prisión en estado delicado.
Armado el primer escándalo, comprobada la veracidad de la denuncia del “delincuente” que estaba al servicio de las “autoridades”, la Procuraduría hizo volar casi en pleno al equipo de la Fiscalía de Ocoa. El señor Cuevas Paulino llegó como refuerzo importado para poner el orden interno y externo como procurador interino.
Meses después, la semana pasada, por algún motivo que desconozco, Cuevas Paulino decidió complicar a Peña en un expediente que lo llevaría otra vez a la cárcel. Pistola en el bolsillo izquierdo, convocó a la prensa y fue a hacer el allanamiento en la casa de Peña en el barrio “San Antonio”, con sus pequeñitos gritando por el espanto y la mujer del acosado, desnuda, como es natural, por estar en su casa en la madrugada.
En un aparente descuido de los camarógrafos pero que resultó ser suyo, Cuevas –según la Procuraduría y un video que lo prueba- metió el arma entre la base y el colchón de una de las camas de la casa de Peña y gritó a todo pulmón, como quien no sabe nada: ¡Ay, mira, tiene un arma!
¿Con qué propósito? ¿Lo hizo para limpiar a los anteriores fiscales que usaban a Peña como buhonero de drogas para que le entregaran el dinero de la venta o para sustituirlos en ese rentable ilícito penal? No lo se. Él sí y espero que se lo diga al tribunal que lo juzgará, no como fiscal, sino como fabricante de falsos positivos para encerrar a infelices, víctimas de sus colegas y ahora verdugo suyo. Y qué diga también dónde consiguió la pistola porque eso complica su expediente porque si es cuerpo de delito, malo; si no, entonces ¿trafica él con armas a tal nivel que hasta puede quemarlas?
Este caso ha vuelto a mi mente varias etapas de la vida de Ocoa y la necesidad de hacer algunas aclaraciones y sugerencias.
Desde que era yo un niño alfabetizado iba cada tarde-noche a leer el diario El Caribe de Germán Emilio Ornes a la biblioteca municipal que ordenaba la amable señorita Aidée Guerrero, primero en la calle 27 de Febrero esquina Sánchez, frente a la vieja residencia y negocio de Héctor Pimentel; luego en la calle Duarte, frente al parque, donde anteriormente funcionó la farmacia de Neno Lara.
El Caribe era el periódico de mayor calidad informativa, mejor cobertura de la información nacional e internacional, así como con los articulistas de opinión de más bella pluma y mejor informados, pero no escapaba a una realidad: Ocoa salía en la prensa cuando la bestialidad de uno de sus hijos con poca educación y sin tolerancia asesinaba a cuchilladas a cualquier vecino o a una prostituta de Guachupita.
Por igual, Ocoa era noticia cuando los revolucionarios se abrigaban allí para seguir la eterna rebeldía política que se inició con la resistencia de los manieles, el antitrujillismo militante, la fundación del primer comité del PRD en el país, el sacrificio de los catorcistas alzados en La Horma contra el golpe a Juan Bosch, el antibalaguerismo resuelto, la acogida de Orlando Mazara en La Arabia, el santuario seguro de Manfredo Casado Villar para todas las fuerzas revolucionarias en Los Martínez, el ejemplo de Caamaño y los guerrilleros de 1973.
Ocoa es un pequeño lugar donde se funden grandes ideales, ejemplos de entrega y gran capacidad organizativa, pero es una tierra singular por la belleza de sus montañas, la fertilidad de sus valles, el café y la papa insuperables, y ahora, con la más moderna tecnología, la producción en invernaderos.
Todo eso hace a esta tierra merecedora del escudriño de la prensa, de los turistas nacionales y extranjeros. Y no hay quejas, pero lamentablemente sigue siendo noticia mayormente por los escándalos.
El último escándalo no lo cometió un ocoeño, sino el fiscal que estaba en Ocoa, que no es precisamente ocoeño pese a que allí hay personas no nacidas que tienen más méritos –por sus acciones positivas- que algunos de los que vimos la luz por primera vez al pie de la cordillera Central. Por eso ellos gozan del cariño de todo el pueblo y eso está muy bien y hay que seguir esperando a nuevos allegados.
Todo lo que he dicho solo tiene un propósito: puntualizar que ese fiscal, hoy vergüenza de la sociedad dominicana por sus actos enrostrados por sus superiores, no tomaba agua del arroyo de Parra cuando era un niño, no iba a la escuela “Luisa Ozema Pellerano” a alfabetizarse con el rigor de doña Geña, Isabelita Castillo, entre otras; tampoco estudió en el liceo “José Núñez de Cáceres”, no peregrinaba a La Cruz que está más arriba de La Vigía (donde asesinaron a Guarionex Contreras cuando Trujillo), no se bañaba en La Lisa, en el Salto de Parra ni mangueaba en El Alambique, en La Angostura, El Naranjal ni Arroyo Hondo.
Ocoeños son, vivos o muertos, el padre Luis Quinn, Juan Bautista Castillo (Blanco) y su hermano Cholito; Mignolio Pujols Colón, con sus laboriosos padres y sus hermanos; Viriato y Plutarco Sención; Roberto, Amaury y Niove Santana Sánchez, con sus honrosos padres Roberto y Thelma; José Sánchez Reyna, con su valiente padre. Benigno Casado y sus hijos Wilson y Digno; Luis Concepción, Lindo Tejeda, Luis Emilio Arias, Lalao Santana, Isidro Díaz, Nicolás Sánchez, Alberto y Pascual Estrella, Darío Aguasvivas, Luis Pujols y Máximo Aníbal Rossis.
También son ocoeños Milcíades Mejía, Juan Chalas (Dorito), Enrique Chalas, Alexis Read, Laíto Tejeda, Logingo Alcántara, el hijo de Curra, y una interminable pléyade de seres humanos, normales, pero decentes, trabajadores, ejemplo y símbolo del verdadero Ocoa.
¡Esos son los fiscales ocoeños, no el señor Cuevas Paulino, que no supo honrar la oportunidad que se le dio!