«É o pau, é a pedra, é o fim do camino, é um resto de toco, é um pouco sozinho ». Así comienza Aguas de março, una canción que cuenta el recorrido del agua desde la cima de la montaña hasta el mar. El agua que todo lo arrastra a su paso: raíces, vidrios o pedazos de soledad. El agua que se espera con ansias para aplacar la sed de la tierra. Con esas letras, salpicadas de simpleza y poesía, Tom Jobim se alegra porque con marzo se acaba el verano y vienen las lluvias. No vienen solas: una promesa de vida las acompaña.
Antonio Carlos Brasileiro de Almeida Jobim, poseedor de un nombre kilométrico que pocos identificarían, hubiera apagado 90 velitas el pasado 25 de enero. Qué le habría regalado la ciudad de Río que lo vio nacer o su propia gente que sigue tarareando sus melodías.
Recordemos los gestos conmemorativos para el creador de la bossa nova, cuyos acordes sonaron por primera vez en las reuniones de un puñado de estudiantes cariocas. Los años sesenta estaban a la vuelta de la esquina y mientras aquellos jóvenes charlaban y cantaban, casi sin proponérselo surgió esa música suave, similar a una samba lenta, con toques de jazz y destellos de Debussy.
En 1999 por ejemplo, al cumplirse cinco años de su muerte, las autoridades decidieron que el aeropuerto de Río se llamara Tom Jobim. Incluso hay una placa que hace un guiño a la canción Samba do avião.
Tom Tom como lo llamaba su hermana, siempre supo que entre la construcción de edificios y de canciones no hay mucha diferencia, por eso abandonó la carrera de arquitectura y se dedicó de lleno a la composición.
Jobim no estaba solo en su aventura melódica, lo acompañaba su amigo el poeta Vinicius de Moraes, con quien ideó canciones inolvidables como La garota de Ipanema. La leyenda cuenta que cada tarde ambos se sentaban en la terraza del bar Veloso a ver pasar la vida, las olas, la brisa, cuando de pronto irrumpió en el paisaje una linda chica, cuyo caminar hipnótico los distrajo: « Olha que coisa mais linda, mais cheia de graça, é ela, menina, que vem e que passa, num doce balanço a caminho do mar» (Mira que cosa más linda, tan llena de gracia, es esa muchacha, que viene y que pasa, con su contoneo camino del mar).
En ese barrio, inmortalizado por la melodía, que además es una de las más interpretadas en el mundo, sino preguntémosle a Sinatra, Andrea Bocelli o Julio Iglesias, Jobim iba a pescar, a refrescarse en sus playas. Y precisamente allí, en el Malecón de Ipanema, pasea ahora su estatua en tamaño natural, hecha de bronce y arcilla por Christina Motta. Tom lleva su guitarra al hombro y la ilusión en la mirada.
La estatua, cortesía del Ayuntamiento, se inauguró en 2014, en memoria del vigésimo aniversario luctuoso. Cómo olvidar aquella tristeza todavía fresca, cuando la muerte lo sorprendió en un quirófano con tan sólo 67 años. Brasil perdía así, a uno de los mayores exponentes de su música popular… Aquel 1994, fue aciago, pues también se mató en un accidente el gran piloto Ayrton Senna. ¿Habrá aligerado el doble dolor, la victoria de la seleçao en el mundial de futbol?
Para el 2016, con la celebración de las olimpiadas en Río, de nueva cuenta el deporte rendiría homenaje a la bossa nova. Las mascotas de los juegos eran un par de animales coloridos, que representaban a la exuberante naturaleza brasileira. La gente decidió que se llamaran Tom y Vinicius.
¿Y para los 90 años que Jobim no pudo cumplir entre nosotros? Disculpen si el regalo no es original pero, qué mejor que escuchar sus canciones: «São as águas de março fechando o verão, É a promessa de vida no teu coração… ».