La misión de un jugador de béisbol tiene que ser tomada en cuenta como una expresión de eso que Peter Gammons dijo una vez para referirse a Garry Kasparov el ajedrecista, juega mejor que Capablanca. Sin embargo, queda demostrado que el genial cubano no tenía sino un juego diferente, pristiño y que acogotaba a los jugadores adversarios como si se tratara de una manifestación que nadie estaría en condiciones de aquilatar. En Buenos Aires, 1927 los jugadores se sentían diversos. Habían afirmado que el genial cubano tendría que demostrar que Alekhine no era un jugador adverso a esa lástima que sentía cuando otros corroboraban las misiones de un día que terminaría por ser una bebentina de café, y de donas. Lo mismo ocurría en la cabeza de Garry Kasparov aun dormido cuando se sintió mejor que todos los jugadores de ajedrez de la historia, algo garrafalmente estúpido porque Garry nunca conoció a Bogoljuvov y no tiene idea que Capablanca decidió un día no jugar con las blancas porque le dolía la muela de atrás. Pero Bogoljuvov era un tipo frio, se había internado en Siberia y conocía cuales eran las nociones de un día que le permitía contradecir la apertura Capablanca, es decir el uso del caballo en demasía. Lo otro consuetudinariamente ocurrió cuando Bel Far Niente se convirtió en la ley de un escritor que no tenía caso en el asunto de las manifestaciones del amor mas redivivo, recargado el Matrix de una nueva fórmula en el tablero de ajedrez. Otro tiempo atrás dimos con la misión de eternizarse de Peter Svidler y correspondía a conocerse con un estilo de juego donde notamos eso que se independizaba como criterio bástame decir que como manifestación de eso que otros correspondieron como si fuera una visión de entumecidas lastimas en Mar del Plata, con todo lo sucedáneo del pan y del whisky más citadino. Lo que ocurre señora es que no es posible entender este juego llamado juego ciencia sin tener a mano un vademécum llamado iniciación que impide que los jugadores se entretengan con tragos en el bar, porque a ellos no se les permite corresponder con ese viejo aserto de Paul Morphy de que todo el mundo tendría que ser el más duro de todos. Lo ocurrido después se me aprecio cuando dijo jugando un beodo quilates más quilates menos que el día de las expropiaciones de bernstein era esa condición que el nuevo ideario de Ponomariov nunca tendría como energumenica misión de otros deseos. Lo mismo ocurrió cuando nos dimos cuenta que el aire terminaría por servir de acicate para condensar mi visión del ajedrez en relatividad, una pieza se mueve, los jugadores –como la misiones de Trump en el gobierno norteamericano contra China-, se sienten que están en sus aguas. Los mismos dependen de dosis altas de veraneo pero ciertamente que el día en que sepamos quien fue Mathew Gordon Summer entonces no daremos una explicación más dutil que la que nos expone en su canción Probably me, (Mark Gillespie, 2017), que se me de memoria y que nadie está en capacidad de no decir que se trata de una obra maestra, como la que ocurre, como cuando Dikinson emprender el canto, el arte energumenico de existir sin un noción de espanto y reducto de una mislesacneo, donde el aire de los aires no tiene que ver con los del tablero de Kissinger. Lo mismo ocurrió cuando Steve Carlton demostró que su bola rápida era más efectiva que su bola curva, lo que otros demostraron ese día en que nadie pensó que el mundo se iba a acabar porque se le ocurriera a George Bush que la misteriosa misión de Scoll and Bones tenía algo de sui generis, la agrupación de Charly García que en nada nos ofrece variantes ilusorias. Mi mano man sería un personaje de ese milimétrico conteo de estrellas que realizan los astrónomos antes de surgir a la crónica social como si se tratara de un viejo español donde le podemos entender el aire a la pelota que se desinfla como un gobierno sin apoyo de nation builders. Mi sintagma, pordioseros dicen en un artístico misionero, no respondió a ese numen de institutrices. Acordaban que en el misterio se podía admitir eso que otros dijeron sin otras palabras. No sabemos cómo expresar la palabra que atemoriza milímetro a milímetro a un renuente grupo de seres que entienden que en la calculada misión de las relaciones exteriores de un país existe eso que creemos será la mejor expresión del propio ser (ahora interpretado como otra variante). No podemos negar que en el tablero mundial de Breszinsky, los ojos que entibiaron las relaciones entre Rusia y los Estados Unidos no tenían que ver sino con las cartas que demostraron entender los que dijeron que no era señuelo de los olvidos aquel dime y direte que emprendieron Yasser Arafat y Bill Clinton, el viejo Bill. Pretendamos entonces conocer cuáles eran los motivos en los que nos dudábamos, pero sepamos que el día en que se cobertizo la realidad con nuevas propuestas los demócratas demostraron que, en 1916, el clamor incesante de las alas de un reino inexpugnable existía en eso que otros interpretaran luego como una adivinanza de camino (digamos, como una manifestación de las mismas palabras). En otras palabras, lo que dijo Emir Saddan Hussein no era que no era malo con los Yankees, sino que el mundo se parecía a esa prefaciada realidad de un intermezzo italiano donde hayan colocado con norte espécimen todo eso que el arte de la noche exprime en los sesos de los combatientes a las guerras que tanto piropea Lutwaak en su ensayo. No sabemos cómo actuar en medio de esa misión que demuestra eso que nadie está en capacidad de decir a los otros políticos de Medio Oriente con la misma particularidad de un autor de canciones. Las canciones que creemos están aquí son manifestaciones, como en el caso de Wilson Philips, de la más excelsa pulcritud en la imagen de la niña rubia que tanto nos gusta. No podemos negar que el mundo termino por parecerse a un patio. Una de las legendarias misiones de los viajeros más duros era conocer el arte de la navegación con el mismo arte de la laroscopia que tienen algunos adictos a la fama, esos que elaboran los silogísticos dominios de estos llamados inversionistas que no tienen nada que ofrecer que no sea sonar con varios emolumentos de las realidades de extraños portafolios.
Sin embargo, lo que quiero decir es que la magia de algún jugador es ahora vestida de una nube que nadie está en capacidad de decir que es ahora la demostración especial de ese superbo estilo de Capablanca de abordar al caballero y atender a la dama, pero sépase que mi dominio no tiene que ver con ese territorio como si se tarareara una canción de Pecos Cambas. Lo único que quiero decirles es que el dominio de la Real Maestranza tiene otra palabra en nuestras vidas. El viejo mundo en el que andábamos desnudos y solos en la época colonial, no existe ahora, pero con hombres que ahora dicen que el mundo les pertenece como si se tratara de datos de historiadores extraños. Por ejemplo, la metáfora de níveas fórmulas era la misión de ninon de Ala, una mujer que solo creía que Ala era el único Dios que existía. Ahora entendemos que el mejor de los mundos posibles es decir que nadie está aprendiendo otra palabra, u otro idioma. Conozco gente que juega al ajedrez y no sabe que ese universo esta deletreado en otras palabras.
Cuando Peter Svidler demostró la teoría del avance posterior al ataque repetido, entonces comprendimos que el mundo del ajedrez podría continuar como herencia de Bent Larsen, el mejor ajedrecista de todas las mañanas y todas las tardes. Era tal su grado de acompasamiento que no podía decirse que el mundo tenía la misma = oro formula que P.4D, urdido como muestra de ese preclaro principio que también domina Lázaro Bruzón y que no tiene nada que ver con matar una mosca una vez en la vida porque si a esos días le damos esos percibidos nominales, los ojos de los diascevastes terminaran por decirnos que en estos fervores, los días van contados como nadie había dicho nunca, porque nadie entendió que el remisión es un oro céntrico mundial de milagros en el trafago de las tablas. Lo que no se supo nunca era que el Larsen de Pier Damiani no era ni por asomo ese que en menos de diez años correspondió a los milimétricos detalles del Sur, esa región de intrépidas mascaras. En 1999, el ajedrecista José Raúl Capablanca no hubiera sido tan profiláctico como en estos momentos que corren consideramos que fue en Buenos Aires, pero ciertamente que el día en que los datos se junten y se diseccionen las partidas de cada cual, los demás dirán, pero Larsen era el ajedrecista y otros dirán con corrección diplomática que los dioses dijeron que en nada debíamos desmeritar a los que llegaron luego y se convirtieron en Grandes Mashalls. Lo que si se ocultó de la prensa mundial fue el día en que los más urdidos murakamis entendieron ese mundial formado de infamias donde el cruento del oro se bifurco en noches de extremado lujo en sitios de Marraquesh. Ajedrecistas notables fueron José Raúl Capablanca, Víctor Korchnoi, y Bugoljuvov, pero en el frio correo de las noches, los que interpretaron dominio y fuerza se quedaron con el abismo y nunca comprendieron algo que va más allá del arte del señuelo, y es la celada que en algunos casos se convierte en misión de una importante sombra de partidos locuaces. En ese asunto, creemos que nadie es capaz de decir las mismas palabras que uso Capablanca para decir que todo estaba bien en la vida, cuando felicito a Karpov por su avance, otro maestro de la nde, Negociada democracia eterna. Todos estos asuntos serán resueltos en el próximo artículo de la columna Fervores, que ahora usted lee.