Los tejados son un buen lugar. Brindan alcance, ecos del sentir convencional. Un reencuentro con nosotros mismos, que puede ser utópico, o etéreo, pero ineludiblemente evocará a la andariega de nuestra percepción.
Esta noche, mi percepción se ovilla alrededor de la Luna. Allí se anuda.
¿Por qué la Luna?
Pues supongo, porque ella te puede mirar. Y yo no.
Este tejado es donde vivo ahora, tus ojos eran mi alcoba. Pero, el vestido negro de la noche, es un crespón sólo para el que no sabe soñar, y si algo sé hacer, es precisamente, soñar. Lo oscuro de su presencia, lejos de despedir nuestro amor, lo abraza.
Con la fuerza de mi sueños, le hablé a la Luna de nosotros. Al principio, me miró indiferente, pero hubo algo en el murmullo de la gente, que la hizo regresar a mi historia. Con su regreso, mis lamentos se volvieron agua.
Se apoderó de mí, una idea palpitante. No hay lenguaje suficientemente rico, o extenso, para hacerle honra. Pero yo guardo en mi pecho todo el amor que alguna vez sostuve, y que aún sostengo (porque si es amor verdadero, nunca se podrá conjugar en pasado) y eso, tendrá que bastar.
Verás, el olvido es una cruz, para el que carga ausencias.
Por eso, no intento olvidar. No lo lograría nunca. Olvidarte a ti, sería olvidar los mejores momentos de mi vida. Pero bueno, nunca son tan mentirosas nuestras mentiras, ni tan verdaderas nuestras verdades, como se piensa.
Todo, es un matiz.
La vida es un juego de luces y sombras. Un vago destello, que no enciende, pero tampoco apaga. Así, en lo gris, aquí sobre el tejado, decido perdonar, para poder recordar sin morir cada vez un poco.
Perdonar, nos hace sentir maravillosos, seres sin límites.
Nos permite no esperar nada. Nada de nada, ni de nadie. Es la mejor manera de respetar el orden natural, y la belleza de las cosas, incluso las tristes.
Después de todo, la tristeza, al igual que la ira, la duda, y todo lo que exista entre ellas, están en todas partes. Se llora igual en el lugar más recóndito del mundo, que en el lugar en el que estás ahora, leyendo.
Un orden diferente de las cosas, no es desorden, es otra identidad.
Así lo percibo, desde la altura de este lugar. Y en eso confío.
Mientras así lo siga percibiendo, mis lamentos continuarán siendo de agua. Correrán, hasta desembocar en algún poema, se transformarán en algo hermoso, y dejarán de doler.