La Pasión de Cristo continúa siglo tras siglo en el cuerpo de los crucificados. Jesús agonizará hasta el fin del mundo, mientras uno solo de su hermanas y hermanos esté pendiendo todavía de alguna cruz, a semejanza de los bodhisatwas budistas (los iluminados) que se detienen en el umbral del Nirvana, no entran, para retornar al mundo del dolor –samsara– en solidaridad con quienes sufren, personas, animales y plantas. Con esta convicción, la Iglesia Católica, en la liturgia de Viernes Santo, pone en la boca de Cristo estas palabras conmovedoras:
“Pueblo mío, ¿qué te he hecho, en qué te he ofendido?, respóndeme. ¿Qué más podría haber hecho por ti? ¿en qué te falté? Yo te hice salir de Egipto y te alimenté con maná. Te preparé una tierra hermosa; tú, preparaste la cruz para tu rey”.
Al celebrar la abolición de la esclavitud, el 13 de mayo de 1888, nos damos cuenta de que aún no se ha completado. La pasión de Cristo continúa en la pasión del pueblo negro. Falta la segunda abolición, la de la miseria y el hambre. Se oyen todavía los lamentos de cautiverio y de liberación, venidos de las senzalas, hoy de las favelas alrededor de nuestras ciudades. La población negra todavía nos habla en forma de lamento y de súplica.
“Hermano mío blanco, hermana mía blanca, pueblo mío: ¿qué te he hecho, en qué te he ofendido?, ¡respóndeme! ”
Yo te inspiré la música cargada de banzo y de ritmo contagiante. Te enseñé cómo usar el bumbo, la cuica y el atabaque. Fui yo quien te dio el rock y la ginga de la samba. Y tú tomaste lo que era mío, te hiciste nombre y renombre, acumulaste dinero con tus composiciones y nada me devolviste.
Yo bajé de los montes y te mostré un mundo de sueños, de una fraternidad sin barreras. Creé mil fantasías multicolores y te preparé la mayor fiesta del mundo: dancé el carnaval para ti. Y tú te alegraste y me aplaudiste de pie. Pero pronto, muy pronto, me olvidaste, reenviándome al monte, a la favela, a la realidad desnuda y cruda del desempleo, del hambre y de la opresión.
“Hermano mío blanco, hermana mía blanca, pueblo mío, ¿qué te he hecho, en qué te he ofendido?, ¡respóndeme! ”
Yo te di en herencia el plato del día-a-día, el frijol y el arroz. De los restos que recibía hice la feijoada, el vatapá, el efó y el acarajé: la cocina típica de Bahia y de Brasil. Y tú me haces pasar hambre. Y permites que mis niños mueran de desnutrición o que sus cerebros sean irremediablemente afectados, infantilizándolos para siempre.
Yo fui arrancado violentamente de mi patria africana. Conocí el navío-fantasma de los negreros. Fui hecho cosa, “pieza“, esclavo. Fui la madre-negra para tus hijos. Cultivé los campos, recogí el tabaco y planté la caña. Hice todos los trabajos. Fui yo quien construyó las bellas iglesias que todos admiran, y los palacios que los dueños de esclavos habitaban. Y tú me llamas perezoso y me detienes por vagabundeo. A causa del color de mi piel me discriminas y todavía me tratas como si siguiese siendo esclavo.
“Hermano mío blanco, hermana mía blanca, pueblo mío, ¿qué te he hecho, en qué te he ofendido?, ¡respóndeme! ”
Yo supe resistir, conseguí huir y fundar quilombos: sociedades fraternales, sin esclavos, de gente pobre pero libre, negros, mestizos y blancos. A pesar de los azotes en mi espalda, trasmití la cordialidad y la dulzura al alma brasileña. Y tú me enviaste al capitão-do-mato para cazarme como a un bicho, arrasaste mis quilombos y aún hoy impides que la abolición de la miseria que esclaviza sea para siempre verdad cotidiana y efectiva.
Yo te mostré lo que significa ser templo vivo de Dios. Y, por eso, cómo sentir a Dios en el cuerpo lleno de axé y celebrarlo en el ritmo, en la danza y en las comidas. Y tú reprimiste mis religiones llamándolas ritos afro-brasileros o considerándolas simple folclore. Invadiste mis terreiros echándoles sal y destruyendo nuestras figuras sagradas. No raras veces, hiciste de la macumba un caso policial. La mayor parte de los jóvenes asesinados en las periferias con edades entre 18 y 24 años son negros, y por el hecho de ser negros son sospechosos de estar al servicio de las mafias de la droga. La mayoría de ellos son simples trabajadores.
“Hermano mío blanco, hermana mía blanca, pueblo mío: ¿qué te he hecho, en qué te he ofendido?, ¡respóndeme! ”
Cuando con mucho esfuerzo y sacrificio conseguí ascender un poco en la vida, ganando un salario sudado, comprando mi casita, educando a mis hijos, cantando mi samba, apoyando a mi equipo preferido y pudiendo tomar el fin de semana una cervecita con los amigos, tú dices que soy un negro de alma blanca, disminuyendo así el valor de nuestra alma de negros dignos y trabajadores. Y en los concursos, en igualdad de condiciones, casi siempre me postergas en favor de un blanco.
Y cuando se pensaron políticas que reparasen la perversidad histórica, permitiéndome lo que siempre me negaste, estudiar y formarme en las universidades y en las escuelas técnicas y así mejorar mi vida y la de mi familia, la mayoría de los tuyos grita: es contra la constitución, es una discriminación, es una injusticia social.
“Hermano mío blanco, hermana mía blanca, pueblo mío: ¿qué te he hecho, en qué te he ofendido?, ¡respóndeme! ”
Mis hermanos y hermanas negros, en este día 20 de noviembre, día de Zumbí y de la conciencia negra, quiero homenajearles a todos ustedes que consiguieron sobrevivir durante todo este largo tiempo, porque la alegría, la música, la danza y lo sagrado están dentro de ustedes, a pesar de todo el viacrucis de sufrimientos que injustamente les son impuestos.
Con mucho axé y amorosidad, LEONARDO BOFF, blanco y negro, por opción.