“Hay que cambiar el modelo económico.”
Unánime
Observemos en el epígrafe que decimos “unánime”, no “anónimo”, porque al parecer nadie está conforme con el actual modelo económico, aún los más beneficiados. Estos últimos, o bien quieren más y entienden que lo pueden lograr, o sufren de algún delirio inexplicable de conciencia y solidaridad, y quieren más para los demás. El hecho es que hay un consenso prácticamente completo en cuanto a que el “modelo económico” no funciona bien, como “debía”.
Pero empecemos por el principio. En general, un modelo es un espécimen ideal, el individuo o unidad con todas las virtudes. Así hay un “apartamento modelo”, como un “modelo de belleza”, bien se dice: ese muchacho es un “modelo”, refiriéndonos a su actitud y buenas costumbres. Modelo es la forma perfecta de hacer las cosas.
Los economistas hablan de modelos “teóricos” como un sistema de variables y sus interrelaciones en que impulsos determinados inducen resultados definidos. Hay resultados deseados y otros que no lo son. Se entiende que un rector, una fuerza eficiente: el Estado, el hedonismo individualista, origina el impulso que conduce a los resultados apetecidos según un cierto modelo. Esto es lo que denominan “política económica”. (Al revés, “economía política”, era la economía cuando no se veía como independiente de las demás ciencias del hombre y la sociedad, la economía “clásica”)
Los modelos “teóricos” son idealizaciones de la economía “práctica” (aquí no vamos a discutir la dialéctica de la teoría y la práctica). El modelo neoclásico, por ejemplo, “abstrae” del comportamiento habitual de los agentes económicos que cada quien persigue su propio beneficio sin que le preocupe sobremanera la situación del prójimo. Haciendo cada quien lo mismo, es decir, persiguiendo cada quien sólo su propio provecho, en virtud de “la mano invisible” de Adam Smith, llegamos a la mejor sociedad económica posible, aquella en que no es dable mejorar la situación de alguien sin perjudicar la de otro alguien. Es lo mejor a lo que podemos llegar en este mundo de egoísmo sensual, aplicar otra fórmula significaría re-crear el mundo.
Enfatizando aspectos específicos de la economía, se han desarrollado desprendimientos de los neoclásicos: la “racionalidad” de las expectativas, para los “racionalistas”, la consistencia en “las realizaciones” (no se puede crear “nada de la nada”) para los “ofertistas”, la conexión de cantidad de dinero con la inflación, para los monetaristas, etc. Todos, sin embargo, coinciden en que el laissez faire, laissez passer es la mejor política económica posible, el capitalismo se autorregula.
Keynes, por su lado, plantea que el sistema económico no opera como dicen los clásicos, no porque piense que los hombres son altruistas y solidarios, o desee que lo sean, sino por un problema de comunicación y coordinación. Una de las reglas de hierro del capitalismo es que sólo se compra para lo que se tiene dinero, no lo que se quiere. Otra, que sólo se produce lo que se vende. Los empresarios sólo producirán lo que esperan vender, generalmente menos de lo que pueden producir. Resultado de esto, darán empleo a los trabajadores que necesitan para producir lo que piensan vender, un número menor que los trabajadores disponibles. Consecuencia: habrá desempleo. Aún con desempleo, el ingreso no va a aumentar porque los desempleados no tienen recursos eficientes para lograr este propósito: el capitalismo no se autorregula. Es necesaria la intervención del Estado para recuperar el empleo.
En este momento no me puedo extender sobre el funcionamiento del modelo de Keynes, lo dejamos para más tarde. Sólo añadimos que Keynes no postula una intervención “moral” de parte del Estado, para compensar o resarcir a los perdedores en el juego del mercado, sino que el Estado debe intervenir para evitar un desempleo en masa que ponga en riesgo el “sistema de mercado”. En algún lugar escribo: “¿Keynes un socialista? Pero si Keynes era un aristócrata.” De hecho, a Keynes lo han puesto a decir los más grandes disparates y a su nombre se asocian políticas absurdas. Aunque de alguna manera esto es inevitable.
Estos anteriores son modelos “teóricos”, ahora vayamos a la “práctica” para tratar de extraer “los hechos estilizados”, para utilizar un concepto de Kaldor. De hecho, esta falta de contrastación (teoría-práctica) es la que ha contribuido a la esterilidad de la ciencia económica.
En nuestro país existe un real y vibrante laissez faire, laissez passer, al punto que se le puede llamar “haga lo que a ud. le venga en gana”. Ud. tiene la libertad de migrar del campo a la ciudad o de irse a Nueva York, si le sale del forro. Ni lo vamos a impedir ni lo vamos a lamentar, es el principio del egoísmo hedonista en operación.
Si llega de un campo de Azua y se asienta en un descampado de la periferia, nadie se lo va a impedir. Ni que traiga a su mujer y a sus siete muchachos, que viva en una casucha sin agua corriente y que una línea de alambre dulce de energía robada encienda un bombillo interior y una televisión. Ud. tiene libertad de tránsito y movimiento. ¿Escuela para los niños? ¿Para qué? Si su decisión soberana es que los niños no vayan a la escuela, el Estado no puede intervenir, eso es ámbito de la intimidad personal. De hecho, es bueno que no vayan al liceo porque lo poco que puedan aprender de ciencias y cívica le va a servir muy poco para la vida. Lo más que podrán lograr es escribir ocasionalmente en un periódico digital, como hago yo. Mejor instruirlos en el “pragmatismo” (el significado lo puede buscar en el diccionario), el arte de la astucia y la componenda para quedar con lo mejor mientras los demás se fastidian. Estudiar, sí, algo de retórica y sofística por si se enganchan a políticos. Y “sentir” a El Príncipe, eso es indispensable.
Eventualmente el que llega de un campo de Azua –que no fue a la escuela, como no están yendo sus hijos- tendrá que trabajar en algo, mejor dicho, deberá hacer algo para conseguir dinero. Tiene la opción –¿dígame si no es éste el reino de la libertad?- de robar con escalamiento, lo cual es muy peligroso, o de asaltar o arrancar cadenas, carteras y celulares, que lo es menos. Aunque puede alquilar un cacharro y ponerse a conchar. Para conchar lo importante es tener un buen par de cojones para “insertarse” en el mercado, es decir, en la ruta. Una vez adentro los va a necesitar de nuevo para evitar que otros “se inserten”. Miremos bien el asunto: el Estado no interviene –laissez faire, laissez passer-, deja que los agentes en el mercado del transporte público diluciden sus diferencias en la libertad de los batazos y los balazos.
Del concho puede pasar a manejar una voladora o un taxi. De nuevo el Estado no interviene: las voladoras pueden escoger la velocidad que consideren en la vía que estimen adecuada. En vía o en contra vía, da lo mismo. Hacia allá, hacia acá, a cien kilómetros por hora, o detener completamente el tránsito porque ahí viene una doña a subirse. Si algún conductor está en desacuerdo con este proceder, otra vez el Estado los deja que resuelvan sus diferencias en una negociación privada. Aunque a veces hayan heridos y muertos: el mercado es ocasionalmente algo ríspido.
Siga subiendo, no olvide que cuando mataron a Trujillo aquí no habían ricos. Todos esos que se la andan dando de abolengo, alcurnia y sangre azul, cuando Trujillo sus abuelos no pasaban de oficinistas. Aprovecharon, eso sí, esta tierra de libertad y oportunidades. Ud. puede formar un “sindicato”, la ley no lo prohíbe y la gente tiene la idea de que es una organización para defender los intereses de los afiliados. Llámele sindicato a su empresa y prosperará, al cabo todas las empresas extranjeras insertan el “dominicana” en sus nombres e imprimen cuadernos con el himno nacional. Y la propaganda de todas habla del beneficio que regalan a sus clientes con sus productos y nunca del beneficio que reciben de sus ventas. Entonces haga un sindicato o logre un monopolio, de lo que sea. Si su monopolio tiene una ley especial aprobada por el congreso, ¡bingo!, ya ud. es constitucional, nadie lo apea.
La mejor libertad es la del monopolio porque ahí ud. manda no importa quién venga ni lo que pase. Mi teoría del antídoto, que parece un chiste: A ud. lo envenenaron –o lo picó una serpiente, o tiene hipertensión, o insuficiencia renal, el caso práctico es irrelevante-. El antídoto cuesta mil pesos. Lo paga gustoso, ¡uf, qué susto! ¿Y si cuesta cinco mil pesos? Igual, la vida no tiene precio. ¿Y si vale diez mil? Ni modo, ni modo, la vida es lo más preciado. Y así le irán quitando todo porque ud. tiene la necesidad pero no la alternativa. En nuestro país, la lógica suprema de la libertad abstracta es la del monopolio.
Ya no tengo más espacio pero le dejo de tarea que busque la definición de monopolio en cualquier libro de microeconomía y que se lea la Constitución de la República. ¿Y entonces? Bueno, justamente eso, que nuestra libertad es tan, pero tan inmensa, que tenemos la libertad… de restringir la libertad de otros.