Dirigido a Jaime Aristy Escuder en nombre de todos los indignados de las diásporas
Recuerdo que hace ya una década cuando nos conocimos, en casa de Margarita, en Zurich. Llegó Usted desde nuestra media isla a darnos una conferencia sobre la realidad política, social y económica por la que estaba; y sigue pasando nuestro país. Recuerdo que centenares de dominicanos de todos los cantones del país helvético se desplazaron para ir a escucharle. Recuerdo como Usted estremeció la sala con su impecable retórica.
Sí Don Jaime, su alocución fue más que un discurso, fue una denuncia a la injusticia social y una denuncia a la atroz corrupción de los gobiernos del PLD. Recuerdo que nos expusó Usted imágenes en su presentación en Powerpoint de niňos en las calles, hambrientos, enfermos, niňos sin pupitres, sin escuelas, en fin niňos huérfanos de esperanza. También nos mostró hospitales en ruinas llenos de pacientes tirados en los pasillos como animales, mendigando salud e implorando vida. Recuerdo que nos describió con gráficos macro-económicos la inflación anual del país, el déficit de pago, el aumento de la tasa de interés, el incremento de los niveles de desempleo, la deuda pública, la deuda externa, la devaluación del peso y toda esa cosmología numérica de indicadores, que Usted virtuosamente maneja; y acertadamente explayó la desgraciada causa de nuestro destino.
“Mientras la mayoría de la población agoniza en su miseria los mercaderes de la política viven en la opulencia y sus riquezas usurpada del Estado acrecientan cada día más“. Esto lo recuerdo escuchar de sus vehementes pronunciadas palabras, Don Jaime.
Así mismo, como un guerrero que lucha por la justicia se fue Usted a la batalla para combatir intelectualmente a esos canallas. La tristeza de los dominicanos de la diáspora se desvanecía, le aplaudían emocionados porque le veían como a los super héroes sacado de los "comics" que vienen a salvarles de los malhechores.
Luego viajó Usted al sur, allí le esperó Arelis, continuó su lucha discursando, aglutinando coterráneos que llegaban a Milano desde toda Italia. Las salas parecían derruirse por los multiplicados aplausos que no cesaban de los entusiastas.
Recuerdo las innumerables veces que viajó a Madrid y recuerdo las tantas veces que le recibieron nuestros compatriotas: Juan, Hector, Julio Cesar, Cristian, por mencionar algunos.
Sí Don Jaime, Usted apareció como el caballero en su armadura medieval con la espada del verbo a hostilizar a los enemigos de la patria. Recuerdo a nuestros paisanos de la diáspora perigrinar con sus escasos recursos desde las Canarias, desde tierras andaluzas, extremeñas, catalanas, vascas, gallegas y asturianas; y venían sólo a escucharle.
La solidaridad de las diásporas siempre se mantuvo coherente con Usted porque creían en esa ilusoria esperanza con la que le Usted apaciguó sus incertidumbres y comenzaron a creer que el retorno del destierro se acerca y el bienestar de sus familiares que subsisten gracias a las remesas mejorará.
Sí Don Jaime, esos paisanos que con sus modestos ahorros aportaron para financiarle a Usted, igual como el misionero oblato daba el diezmo eclesiástico, los billetes aéreos en primera clase, hospedajes, gastos de viajes, abogados para su falsa escaramuza contra la malversación y la distribución de centenares de ejemplares de su controversial libro “El lado oscuro de la SunLand“; que seguramente terminaron en alguna inhóspita papelera para reciclar en Deixalleria de Pals .
Empero Don Jaime, bastó un mero decreto presidencial, un efímero nombramiento de “Administrador General de Punta Catalina“ para que Usted traspasase su alma a los demonios que desterraron a Dios de nuestro Paraíso.
Usted Don Jaime, se ha olvidado de las diásporas que incondicionalmente coadyuvaron a sus supuestos “verdaderos propósitos“. Usted ha escupido la dignidad y se ha burlado de los conciudadanos de las diásporas que siempre estuvieron presente con Usted.
Hoy nuestra añorada patria no se rinde ante la cobardía de sus malos hijos. Nuestra patria se levanta y se organiza. Nuestra Patria marcha por las calles de nuestras ciudades sumándose a ella cada vez más y más veraces patriotas. Ya se expandió el color verde como un germen multiplicador en los expatriados de las diásporas.
Sí Don Jaime, esa permanente e intransferible dignidad moral de los buenos dominicanos será la que hará justicia. Esa dignidad de los verdaderos patriotas será la que expelerá la miseria, la corrupción y la impunidad.
Un día cercano esos niños de las calles, hambrientos e indigentes (que tanto Usted mencionó en esas oportunistas y farisaicas diatribas) se educarán y hablarán con Dios y le convencerán de retornar al Paraíso del cual fue desterrado. Un día los enfermos no estarán desahuciados en los pasillos de los hospitales. Un día seremos un país donde la vida nos depare la felicidad de ser dominicanos libres de esos demonios con quienes Usted se ha aliado y ha negociado su moral.
Sí Don Jaime, un día le recordaremos como al caballero de la armadura oxidada, encerrado sin poder quitársela. ¡Prisionero y sofocado en su propia vergüenza!