Sentirse viejo es una negación constante. Probablemente del subconsciente buscando evadir la muerte, o quizás de la monotonía, de esa que no te ayuda a registrar que los años pasan de a golpe y te atrofia la perspectiva.
Y sin embargo resulta que la vida, esa gran bromista, es también un match de boxeo. Te devuelve a trompadas lo que has pretendido con empeño ignorar con los años. Tres momentos, tres golpes recuerdo que me confirmaron que a pesar de mi edad, el tiempo no aminora su marcha.
Y es que se trata de pequeñas cosas, no son las inmensas ni las más simbólicas, esas tu sabes que vienen, las reconoces y las esquivas. Es decir, no son las bodas ni los hijos de los amigos, no es la falta de resistencia física al deporte o alcohol, el pago de impuestos o la muerte de un ser querido, mentiras. Son las sencillas, son las canas surgidas, el apretar los ojos para recuperar la vista, los nuevos consejos paternales de tus amigos, sus excusas para faltar al dominó de los domingos.
Al último festival Presidente que asistí fui bastante emocionado, no por quienes tocaban allí, sino movido por el reencuentro y la nostalgia. Uno va prefijado con sus antiguas emociones y estructuras a los sitios de antaño, intentando repetirlas sin percatarse de que tal vez han desvanecido. Desde que llegué al Festival, al amigo que me acompañaba le dije con la confianza de años anteriores: “Sígueme, que es del lado izquierdo que se sitúa mi gente”. El estadio estaba repleto. Pero a diferencia de años anteriores, caminando y caminando me percaté de que nadie me era familiar. La gente seguía siendo joven, era cierto, pero no eran los míos, siquiera de mi edad. En una atiné a ver a un menor del colegio a quién le llevaba varios cursos y que en aquella época apenas saludaba, y me fundí en un abrazo, no por el hecho de verlo, era más bien un leve agradecimiento por reconocerlo, por ser alguien conocido en el lado izquierdo, que me ayudaba a no claudicar ante el amigo que hacía minutos me pedía marcharnos hacia el centro. Fue doloroso el golpe, era la vida boxeando, un straight punch con su guante rojo izquierdo a un pecho ingenuo y descubierto.
Hace unos meses, me llamaron de la DGII que presentaba incongruencias en mis estados impositivos. Sin temor alguno porque dudo tener un perfil profuso allá, estuve al punto de trancarle, pero resultó ser uno de mis mejores amigos intentado hacerme una broma. No le salió, pero ya que estábamos en hora de almuerzo, aproveché para preguntarle que tenía en agenda a ver si nos juntábamos a comer. Sin preámbulos ni adornaciones me dijo el buen perro “Comeré con mi esposa e hijo”. Right Hook. Una pedrada a la cara que me dejaría aturdido, pero que aún no me lograba tumbar.
Porque al menos me quedaba el fútbol. Y como envejecí jugando con la misma gente, todos nos hicimos más torpes sin sentir nuestro juego hacerse lento. Sin embargo, un buen día saliendo de la cancha, me topé con dos lindas muchachas que me pidieron llenar unos formularios para ayudarlas con su tesis. Después de haber terminado, me dicen que si podía conseguirle más amigos, así que invité a todo el equipo. En una se le zafó demasiado alto la siguiente frase a una de las muchachas “Ha sido mejor ahora porque hemos conseguido un grupo más viejo”… Yo levanté la mirada del celular con cara de quien ve a un amigo clavarle el cuchillo, y solo atiné a preguntar “Cómo?”. La otra muchacha al verme sorprendido y notar el desliz de su amiga trató de remediar el asunto “Quiso decir un público más adulto”, torcí la cabeza hacia a ella con cara de perro confundido mientras le veía girar el cuchillo, haciendo más honda la herida. No recuerdo si pedí una cerveza o me fuí del sitio. Pero en definitiva fue un uppercut a la barbilla. Knockout. La juventud al suelo. Había que admitirlo, estaba añejo.
Y es que no, no son las bodas ni los hijos de los amigos, son sus consejos y excusas justificadas. No son los comentarios de las muchachas jóvenes, es ver a esas muchachas buscándole la vuelta, los eufemismos pa’ no ofenderme y hacer lo políticamente correcto. No, no es que no exista el Festival Presidente ni que la cerveza ya no sea dominicana, es encontrarse solo buscando por todos lados a cualquier viejo amigo en el lado izquierdo del estadio.