Durante la dictadura de Trujillo -hoy 30 mayo 2020 se cumplen 59 años de su ejecución- la avenida Máximo Gómez se extendía desde el Malecón hasta las proximidades de la mansión donde vivía su madre que es el actual APEC, y las residencias y palacetes que la jalonaban de uno y otro lado servían de morada a familias allegadas o no al régimen como la viuda Vicini, Anselmo Paulino, su hija Angelita, la Nunciatura y Bocico Bonetti entre otros. Nada que ver con lo concernido en el título.

A la avenida que me refiero era la denominada entonces “Tiradentes” en honor a ese dentista -por eso tira dientes- brasileño líder de una revuelta en Minas Gerais que luego fue asesinado y descuartizado, que empezaba en la avenida San Martín y finalizaba más allá de la hoy Nicolás de Ovando. Con el desarrollo urbanístico de la ciudad ambos tramos -Máximo Gómez y Tiradentes- se unieron bajo el odónimo de quien primero formó parte del ejército anexionista en el país y posteriormente combatiente por la libertad de Cuba.

Este sector de la Gómez tenía en los años 60 del siglo pasado una frecuentación nocturna importante, porque cuando las industrias y negocios que ocupaban ambas aceras se cerraban al ponerse el sol -y no haber casi viviendas familiares en la misma- la zona se prestaba a la apertura de locales o establecimientos para los amigos de la noche que se sentirían al abrigo de miradas indiscretas o inconvenientes. El estar estos sitios casi en la periferia de la ciudad contribuía también a favorecer su rojiza dedicación.

Si en verdad su insuficiente alumbrado público alentaba el discreto ejercicio prostibulario, su ancha calzada – aquí se tiena esta última como sinónimo de acera cuando en realidad es todo lo contrario, o sea, la parte de una calle reservada a la circulación de los vehículos- no era lo más conveniente para el sostenimiento de una constante animación. No sé si era por la existencia del Cementerio Nacional, pero prevalecía por lo general una tristeza urbana como si la avenida se avergonzara de su erótico destino.

Debo advertir también que no todos los lugares de alterne estaban en esta vía como así lo deja suponer el título, ya que existían algunos sitios ubicados en las calles aledañas -La Paraguay, Américo Lugo, Mauricio Báez- pero por razones de su cercanía a ella se incluyen. Para el movimiento y agitación prevalecientes en esos años la comisión de actos atribuidos a la delincuencia y la criminalidad registrada eran muy reducidos, no existiendo además los niveles de inseguridad en la actualidad observables.

“Herminia” un prostíbulo situado una esquina antes de la antigua “Algodonera” era el más afamado en los años 60 y 70. Con un ganado de buen ver y algunas de reciente importación campesina junto a los divertidos shows y música para todos los gustos, representaba un alivio, una descarga para la juventud y adultez de la época. Cuando finalizamos el pensum de estudios en la Facultad, un pequeño grupo nos aventuramos a este establecimiento para festejar. Recuerdo haber sido defenestrado por mi pareja debido a una inobservancia de mi parte. Qué comedia.

El “Maxims” no estaba lejos de la avenida San Martín y desde antes de la desaparición de la tiranía brindaba sus prestaciones a quienes podían procurárselas. No eran tan sensacionales ni vistonosas -éste dominicanismo mismo de tierra adentro para designar a las mujeres atractivas es de mi complacencia escucharlo- como las presentes en otros lugares, pero luego de la ingestión de algunos tragos la escrupulosidad se dejaba a un lado en tanto que la falta de aprensión tomaba su relevo.

Había un burdel denominado “La Gioconda” que a diferencia del cuadro de Da Vinci en el Louvre tenía escaso público, y ese motivo junto a su modesta apariencia lo hacían el preferido para los clientes conservadores, mansos, tímidos. En una ocasión al intentar entrar me encontré con una conocida que formaba parte de las que hacían sala pero sus vecinos y familiares donde vivía ignoraban por completo su trabajo. No se conmovió al reconocerme dirigiéndome una sonrisa mas falsa que una perla cultivada la promesa de un político.

Al local de “Tony Cambumbo” no iba con la frecuencia deseada porque en los 60 no disponía de los recursos económicos para hacerlo, ni tampoco permitirme -por los estudios- entrar pasada la medianoche que era cuando se ponía encantador. Él era un showman y el verdadero atractivo de esas noches de vértigo. En tiempos de la Revolución del 65 actuaba en un espectáculo del cine Santomé en El Conde, donde al final siempre le decía a la juventud y al público presente: Nos vemos después del show. En homenaje a su gran talento artístico hace poco se presentó en el Teatro Nacional la obra “Cambumbo”.

Desde luego los hombres del Torón ton-ton también debían de tener su disipación nocturna, sus lugares bajo techo donde sin temor podían abrir las puertas de su particular closet. Había más de uno y los shows de travestis imitando a Sarita Montiel, Casandra, La Lupe y Celia Cruz entre otras eran de una originalidad y profesionalidad que pocas veces en el cine, la televisión y en cafés- concierto de Río, New York o París se tiene la oportunidad de ver algo parecido.

“Blanquiní” era el comedor que luego de las locas errancias y andancias -como decía Cortázar- por la zona norte de la capital revitalizaba los estómagos exhaustos y los genitales extenuados. Los caldos casi en ebullición con fritos verdes era por lo general mi gastronómica solicitud. Como sucedió con el MARIO y luego con el LINA, al mudarse con posterioridad a Gazcue en la avenida Independencia con Osvaldo Báez, Blanquiní nunca volvió a ser lo que era y al parecer hoy está en paradero desconocido.

El crecimiento de la zona metropolitana de la capital dominicana; el ofrecimiento on-line de muchachas con estudio propio y la galopante inseguridad que a todos nos afecta, hicieron que la zona roja de la Máximo Gómez pasara de un rojo a un rosado pálido para luego acabar en una coloración blanco hueso revelador de la finalización de un tiempo que junto al antiguo cementerio, a las industrias de Trujillo y a otras empresas posteriores tuvieron que cerrar sus puertas para siempre.