Una cálida mañana, desde mi Ford Festiva 2000, preguntaba a dos guardias privados a la puerta de un club: “¿Y esa yipeta?”, al observar que estaba estacionada, entorpeciendo el paso.

“¡Ha ha! Pero… esa es del presidente… del club!”, dijo uno de los guardias.-¿Y ested es socia?, me interrogó el otro, desde la más fresca insolencia, como diciendo que solo los socios tenían derecho a reclamar. -¡Si!, respondí mintiéndole.

-“Vaya y  quéjese”, me dijo.

Este diálogo ilustra la “flexibilidad de la autoridad” que garantiza la seguridad para un club social, donde para salir si usted no da la vuelta como corresponde, será amonestado por un empleado, pero resulta que el presidente del club tiene todos los derechos para hacer lo que le venga en gana. Y si uno de esos empleados osa decirle algo, es probable que se quede sin empleo.

Y es que en este país, en todos los niveles sociales, se ha interiorizado que aquel que ocupa una posición ejecutiva, directiva privada y/ o de gobierno, es un ente sobrenatural al cual todos debemos  plegarnos.

El rol permite a los actores sobrepasar los límites de las reglas y las leyes: estar más allá del bien y del mal.

Lo que ha hecho que una gran mayoría de la población quiera ocupar posiciones especialmente en el ámbito político, donde la impunidad permite escurrirse y pisotear a los demás.

La conducta es tan recurrente en la historia del país, que no necesitamos abundar sobre el hecho. Basta con leer la prensa cada día, y transitar dos cuadras detrás de una voladora, y ver… Muchos son los jefecitos que nos salpican con su “autoridad” y su poder, jerarquizados por la mediocridad. Para que nadie respete nada, porque el hecho de no respetar está asociado además al status político, económico y no siempre social .

Son los más desfavorecidos los que incentivan,con su  ignorancia-menosprecio,esta conducta. Pruebe a entrar a una boutique mal vestido (como hizo Oprah en Suiza), o entre a ciertos salones de belleza, para que sienta cómo se manifiesta esta conducta en un personal que pretende parecerse a la clientela que recibe. Lo que no niega que esta conducta esté presente en todos los estamentos de una sociedad excluyente, que se expresa a través de objetos materiales – en especial, un automóvil, un celular, una cartera,un trapo de marca, una prenda, etc.

Muchos son los jefecitos que nos salpican con su “autoridad” y su poder, jerarquizados por la mediocridad

En general, las personas de todos los orígenes suelen creer que esos que tienen esos símbolos atravesados en su existencia ,para mostrar y mostrase en y desde ellos,son “gente importante”.Lo que es aun más grave, la gente que arrastran estos objetos consigo, terminan creyendo que los mismos lo hacen ser importante,dependiendo hasta cierto punto de los mismos ,haciéndose llamar por términos  a la moda: Fashionista, Socialite, …

Aquí estar montado, ya es status. Pero estar “bien montado” es otra cosa, que va dando un dégradé a todo este color deformante a través del cual nos miramos los unos a los otros en esta sociedad.

Una amiga de clase media, me decía: “Le di mi carro a mi hijo,porque en este país, un abogado joven tiene que andar bien monta’o.”Pareciera que todos estamos impregnados del simbolismo del querer ser alguien a través de cosas materiales.Lo que a veces conduce por senderos tortuosos y dramáticos, como el sobre endeudamiento por años, para comprar propiedades, carros, diversiones ,viajes ,objetos diversos …, que hablan de nuestra posición social.Así vemos matrimonios fracturados, porque uno de los  cónyuges tiene unos niveles de consumismos glotón ; maridos de clase alta que se suicidan ; y madres pobres que también se suicidan. Porque su marido policía no le dió 5 mil pesos para el cumpleaños del hijo.

El dialogo con esos dos guardianes es apenas ilustrativo, de gente que pasan el día y la vida viendo otros llegar en jeepetas a divertirse, a entrenarse con  un par detenis que representansu salario de todo un mes. Ellos sienten que ese que les mira desde su consumo compulsivo, es un Dios, una autoridad a la cual sirven con un servilismo patológico, pero sin respecto.

Porque lo que le inspira respecto, no es el hombre o la mujer que están detrás. Lo que se respecta, es el peso del dinero y el poder, simbolizado, representado y reproducido por esos objetos. Estos símbolos los mantienen a su vez en esas condiciones de dominación, en la cual esta nuestra gente atomizada y sin interrogantes, ni respuesta alguna que les permita verse fuera de esta esclavitud de lo material y lo pasajero, de los roles sociales y políticos en el cual está sumergida la sociedad.

En tales condiciones,recuperar los espacios de respecto a la autoridad pública o privada, al ser humano simplemente, es un tortuoso ejercicio que debe velar por el valor de las tradiciones, y el respecto a la existencia de los seres en sociedad.Esto pasa por los niveles de socialización,la familia, el Estado, la educación y los mensajes que se transmiten desde los medios decomunicación. Basta con escuchar algunos programas de radio o TV y leer como los lectores, que no coinciden con lo que se escribe, manejan el debate, y realizan sus comentarios siempre salpicados por una agresión:“ese negro”, “esa vieja”, “ese loco”, “ese maric*n”, “ese izquierdista”, …Porque aquí no hay tradición de debate. No se respeta nada, ni autoridad, ni diferencias, ni conocimiento. Todo pasa in extremis por la burla. Nos burlamos tanto del otro,que hemos perdimos el respecto por nosotros mismos.

Es un accionar sin consecuencias, porque no existe la capacidad de vernos en el otro. La tragedia banalizada es del otro…Aquí todo se dice o se hace sin responsabilidad alguna ante la vida (nuestras vidas). Esa es la gente que nunca se morirán, nunca serán viejos; nunca aceptarán su ADN y sus orígenes, incluyendo los étnicos;nunca perderán los puestos, el estatus, las fortunas,… en fin, es una población de seres omnipotentes, imperecederos,atrapados en lainmediatez de la miseria moral. Se trata solo de gente que, cuando la vida se presenta en la esplendidez de lo inesperado, se preguntan: ¿Y por qué a mí?