La enfermedad, sea cual fuere, es una de las condiciones que despierta los sentimientos más profundos de vulnerabilidad en los humanos y pienso que en todos los seres vivos.
El estado de enfermedad nos hace caer en la conciencia de que no tenemos control de nuestro cuerpo. Mientras tenemos salud le damos órdenes al cuerpo y este obedece; si queremos caminar, correr, dormir, sencillamente lo decidimos y nuestro cuerpo responde.
Lo que significa la enfermedad es que, como decimos en buen dominicano, “el cuerpo se gobierna” y comienzan a aparecer los síntomas que nos sorprenden, nos asustan o angustian de acuerdo a la madurez personal para afrontar la enfermedad.
Nuestro país está secuestrado prácticamente por el virus de la Chikungunya, un virus del que cualquier ciudadano pudiera ofrecer una conferencia en cualquier esquina acerca de cómo se transmite, cuáles son los síntomas y cómo atacarlos. Por supuesto de estos tópicos no se trata este artículo, quiero como suelo hacer, aprovechar la oportunidad para hablar de temas humanos y emocionales que afectan a las familias y a las personas.
Es un virus democrático pues nos ha tocado a todos y a todas, de hecho en el momento en que escribo este artículo estoy de licencia médica por el padecimiento del virus, de manera que he vivido en carne propia, literal, la gama de expresiones de síntomas del virus.
De manera natural y desde que tenemos conciencia sentimos que el cuerpo es nuestro, que nos pertenece y de hecho es así, pero pienso y siento que la enfermedad nos confronta a asumir esta propiedad con una mayor humildad y a vivenciar nuestro cuerpo con un mayor respeto.
Queremos hacer cosas y no podemos, de repente aquella rutina diaria que nos agobia comienza a hacernos falta por esa respuesta del cuerpo que no entendemos. Nos miramos al espejo y no nos reconocemos, ¡no es nuestro cuerpo! Este cuerpo hinchado, rosado, adolorido, febril y débil no es con el que nos hemos vinculado toda la vida.
Este cuerpo sin energía, completamente vago y con deseos sólo de estar en cama no lo conocemos, ¡nos lo cambiaron!
Por otro lado, afuera la vida continúa, la gente sigue trabajando, divirtiéndose, ejercitándose, haciendo uso de su cuerpo de la manera más natural mientras desde la cama lo vemos, lo experimentamos. Las horas y los días se hacen largos, no hay manera de leer o hacer algo interesante, sólo estar ahí a la espera del cese de los síntomas y el restablecimiento paulatino del cuerpo.
Ante esta situación sólo toca, como en la mayoría de las circunstancias de la vida, aprender las lecciones que la misma vida nos ofrece para crecer y ser mejores. Para sacarle provecho a mi condición de enfermedad quiero compartir con mis lectores las lecciones que he mirado y voy integrando poco a poco en este proceso en la espera de que de igual modo les sirvan:
– La enfermedad como cada uno de los hechos de nuestra vida no llega por casualidad. El momento, la circunstancia y el modo tienen siempre un propósito. Suele ser uno personal, individual, no para completar estadísticas, aún en el caso de un virus como el que estamos padeciendo. Hacer el ejercicio de descubrir cuál es el aprendizaje como propósito de la enfermedad, es un bien superior a la enfermedad misma.
– Estar postrada en una cama y ver la cotidianidad transcurrir sin estar involucrada es una gran mirada acerca de la propia vida. Como sentada en el público, vemos nuestra vida en el escenario y podríamos descubrir aspectos muy interesante acerca de lo mucho, poco o demasiado que hacemos. Acerca de las pocas, muchas o demasiadas destrezas que tiene la gente a nuestro alrededor para sobrevivir a nuestra enfermedad.
– Nuestra propia respuesta emocional a la enfermedad es también una gran información acerca de nosotras/os que recibimos en esta circunstancia. Frente a ella ¿me victimizo?, ¿me debilito?, ¿busco mantenerla para ser centro de atención?, ¿me quejo?, ¿maximizo los síntomas?, ¿los minimizo?, ¿me torno demandante con las personas que me cuidan?, ¿me rebelo?, ¿siento rabia?, ¿miedo? ¿impotencia? o ¿acepto que no controlo esta situación? ¿Me perdono al caer en cuenta de lo que he sentido o me castigo frente a mi propia emoción?
– Acerca de la gente que me cuida hay también muchas cosas que observar. ¿Quién me cuida?, ¿me dejo cuidar?, ¿recibo con amor el cuidado o lo rechazo de una manera solapada? ¿Digo lo que quiero y no quiero? o ¿aún en esta situación sigo queriendo complacer a los demás? ¿siento que molesto?, ¿no me siento merecedora de atención, cuidado y amor?
– El tema del control es uno de los más importantes que se ponen a prueba en la situación de enfermedad. Dios, la divinidad, la vida o como lo entendamos, de acuerdo a nuestro sistema de creencias, nos coloca en esta situación y mirándola de frente sólo nos queda honrar esta fuerza que nos pone frente a la vulnerabilidad y la indefensión que implica la enfermedad. Cuestionar, juzgar o luchar, sólo nos retrasa el camino del crecimiento.
Desarrollar la aceptación de lo que no controlamos, aprovechar para mirarnos y mirar nuestra vida, hacer nuevos planes y propósitos para tener una vida más saludable, plena y feliz, estableciendo un nuevo orden de prioridades, es la mayor recuperación emocional que podemos tener mientras llega la recuperación física.
Salud!!