Partiendo del pensamiento crítico de Mario Vargas Llosa, nuestro afamado Premio Nobel de Literatura, hace más de cuatro lustros atrás responsabilizó en gran medida a aquellos que influyen a través de los medios de comunicación para promover la cultura y no lo hacen. En ese sentido, el escritor, ensayista, periodista, profesor universitario y político peruano expresó su inconformidad y dijo: ¨la televisión ha sido un extraordinario invento, ya lo sabemos, pero ha sido también un formidable desperdicio, pues en lugar de contribuir a elevar la cultura y la sensibilidad de todo el mundo ha banalizado, frivolizado y aumentado el nivel de imbecilidad en un gran número de seres humanos, a quienes las imágenes de los programas más exitosos de la pequeña pantalla, dechados de vulgaridad, chismografía y amarillismo, exoneran de preocupaciones, inquietudes espirituales e intelectuales y hasta la incomodidad de pensar”.
Por lo tanto, si hace más de 20 años la televisión como un medio de comunicación importante genera enormes nubes de dudas en cuanto usabilidad; entonces, qué podríamos esperar de las redes sociales- a sabiendas, es el fenómeno de mayor impacto que arrastra como al viento a las sociedades del mundo. Incluso, a pesar de que es la minoría la que genera tantas suspicacias y distorsiones al lenguaje, de alguna manera, se escabullen de las políticas restrictivas impuestas por cada plataforma para publicar imágenes, vídeos o contenido en general. Y algunos, aprovechándose -quizá- de lo vulgar y lo obsceno, nadan mar abierto. Por eso, no basta sólo con las políticas de peligrosidad de las redes, sino que se debe proponer reglas que coadyuven a deconstruir lo que por años es vulgaridad y poco a poco se está viendo normal en la sociedad. No podemos tapar el sol con una mano porque los rayos del sol penetran entre los dedos. Es decir, todavía en nuestro país, no tenemos la normativa de control en ese contexto, ni el consenso para elaborar una normativa [aleccionadora], ni el nivel de consciencia para afrontar un tema tan delicado como es papel que tenemos todos y todas de contribuir a elevar la cultura desde el lugar de influencia.
Entonces, si la televisión es capaz de aumentar rangos de imbecilidad por el escaso contenido útil que disponemos para promover las buenas costumbres, las artes y la cultura, es claro que en poco tiempo, tendremos una sociedad totalmente irreconocible con nuevos códigos de vestimenta, lenguaje y pensamiento hacia la baja. En ese sentido, el ilustre Marcel Reich-Ranicki (2005) mundialmente conocido como el «papa de la literatura alemana», también dijo: “La televisión hace a los tontos, más tontos, y a los listos, más listos”. Dicho de otra manera, la televisión fue creada para la educación, pero unos listos le cambiaron el sentido y probablemente la repercusión eso esté afectando el rendimiento de muchos jóvenes. Por ejemplo, dedicarle más ocho horas al día a las pantallas, a las tabletas, videojuegos, Facebook y otras redes sociales, es un peligro en potencia que conduciría a la vagancia mental. Y nuestros chicos están inmersos en un mundo irreal, ligero y vulgar. Unos pocos aprovecharán eso para estudiar y desarrollar el intelecto o ver con detalles las ventajas que ofrece este campo tecnológico, pero en sentido general la minoría es exigua, no volteemos la cara.
En pocas palabras, si la mayoría de las personas persisten en llevar una vida ligera o sintética, sin lectura y sin razonar lo que lee o escucha, es banal. O de gente que solo llena el cerebro de contenidos morbosos extraídos por los moños desde las entrañas y chismografías de las pantallas, la radio o de letras descriptivamente estériles que solo sirve para incitar a la violencia, al sexo y a las drogas, estamos en el despeñadero. Y finalmente, si no acompañamos a las autoridades estatales a poner coto y control al desenfreno vulgar, en la mayor brevedad posible, vendrá otra sociedad dándole aquiescencia a la imbecilidad.