Alemán y Cuna se fueron un día temprano de pesca, preñados de esperanza. En Cabo Rojo, Pedernales, el mar lucía tranquilo; el sol, brillante. Pero los peces, al parecer, se habían ido de vacaciones. Solo “picaron” algunas criaturas que solo sirvieron para carnada. Raro. Siempre la pesca era buena en el área del muelle.
Durante los sesenta y setenta del siglo pasado, la depredación del lecho marino no presentaba los ribetes calamitosos de hoy; la pesca indiscriminada, tampoco. El mar de Pedernales era rico en “pecaos”, langostas, lambíes y pulpos, y el negocio era bueno para pescadores tradicionales como Tinanina, Chino, Pellín, Julito, Sánchez, José Rodríguez, César Dolores, Los Caneco, Beté.
Dicen que hoy el fondo marino parece un desierto.
A FALTA DE PAN…
Al filo de la tarde, el desencanto se adueñó de Alemán y Cuna. Agotados por el calor achicharrante y las horas de espera, sintieron que “algo grande” mordía la carnada colocada al anzuelo. Y comenzaron los malabares. Se trataba de una “picúa” de metro y medio que se zarandeaba para zafarse.
Se trataba de un pez respetable entre los pescadores de Pedernales, por la fiereza mostrada cuando –según ellos– se siente herido. Narran que ésta es curiosa y, cuando ve a los buzos, se detiene y les mira fijamente.
Creen que es más peligrosa que los tiburones, y comerla requiere el mayor cuidado porque puede causar ciguatera. Por eso, cuando la pescan, la exponen a las moscas, y si éstas no se acercan, es mala señal.
La “picúa” carece de buena fama por allá. Con gracia sureña cuentan que un buzo de Juancho trató de “figar” una con el arpón, pero ella lo atacó primero “y se le llevó los cojones”.
Los textos documentan un comportamiento diferente. Explican que suele asustarse con los nadadores, y no ataca a los humanos. https://www.ecured.cu/Picuda.
Pese a mitos y verdades, Alemán y Cuna decidieron echar el pleito con una que se atrevió a morder el anzuelo. Era su único premio del día. Vencieron. Pero ahí mismo comenzó otra lucha. Y no fue con otra presa grande que les coronara del día, sino qué hacer con una sola, si ellos eran dos.
Acordaron partirla “mitá a mitá” para compartirla sin engaño. A Alemán le tocó la parte de la cabeza; a Cuna, la de la cola. Y regresaron al pueblo, a unos 15 kilómetros de Cabo Rojo.
Pero Cuna, creyéndose astuto, colocó el suyo en el refrigerador para esperar a que el amigo y su familia comieran primero y así asegurarse de que no sufrieran ciguatera. Todos los días lo visitaba sin que nadie se enterara del objetivo. Hasta que una mañana vio a su amigo degustando un trozo de “picúa”.
Entonces, corrió a casa “a salcochar el suyo. Comieron con gusto. En cuestión de horas, todos sufrían de agudos malestares gastrointestinales y calambres en las extremidades. Nunca imaginó Cuna que Alemán y demás comensales tenían la suerte de ser resistentes a las toxinas que causan la ciguatera. https://es.wikipedia.org/wiki/Ciguatera.
EL SUSTO DEL SIGLO
Beté no fue pescador de ocasión como Alemán y Cuna. Desde que llegó de Barahona, consumió su juventud sobre una yola. A las cuatro de la madrugada de cada día, ya iba camino a la playa con su motor fuera de borda al hombro.
Como los otros pescadores, conocía al dedillo cada punto del mar y los tiempos buenos y malos para la pesca. Sabía dónde colocar las nasas y tirar los trasmallos para regresar a media mañana con su yola cargada de productos.
Del mar salió la crianza de los 12 muchahos procreados con Zoraida. En la medida que crecían, los integraba para enseñarles a trabajar y alivianar la carga.
El mar era su mundo, pero — paradójicamente– no sabía nadar. Nunca le dio importancia, hasta un día en que naugrafó en alta mar a causa de la rotura de la barcaza. Jamás se vio tan cerca de la muerte. Suerte que a Íster, uno de los dos hijos que le acompañaban, se le ocurrió vaciar el tanque plástico del combustible y dárselo como salvavida.
Los hermanos nadaban hacia la orilla, siempre empujando a su padre. La distancia era kilométrica, casi imposible de recorrer a nado. Jadeantes, pensaban que “solo un milagro” les salvaría. Los segundos les parecían horas. De repente avistaron otra yola que se acercaba. Y llegó Tinanina, otro pescador, y les rescató.
A partir de ese momento, Beté no volvió a zarpar “mar afuera”. Se convirtió en el coordinador del negocio. Solo iba a diario a la playa a contabilizar el producto de la pesca realizada por sus hijos.
Una tarde, Toñito el Gordo se encontró con él en el parque central, y, con su estilo irónico, le preguntó en tono alto: –“¡Pero Betéee! ¿Ya tú no pescas?”
–“Nooo, ya no pesco, y meno ahora que ganó el perredé”, respondió orgulloso.
El Partido Revolucionario Dominicano y aliados habían ganado las elecciones nacionales del 16 de mayo de 1978, y Alejandro Revólver, la sindicatura de Pedernales.
Días después, a Beté lo designaron como “segundo capataz de Conserjería del ayuntamiento. Y él, feliz.