GRACIAS A DIOS por Oren Hazan.

Sin él, esto habría sido una visita sumamente aburrida.

Los ministros del gabinete de Israel estaban alineados bajo el sol ardiente al pie de las escaleras del avión para la recepción oficial del presidente Donald Trump.

Hacía mucho calor, no había sombra, los trajes oscuros para los hombres eran obligatorios. Sencillamente espantoso.

Muchos ministros del gabinete no querían asistir. El Primer Ministro tuvo que obligarlos con serias amenazas.

Pero he aquí que, cuando Trump descendió del avión presidencial, había una línea interminable de personas en el recibimiento. No sólo todos los ministros del gabinete estaban alineados, sino también un gran número de infiltrados, y era ya demasiado tarde para retirarlos.

El más destacado entre ellos era Oren Hazan. Siendo un simple miembro de primera legislatura de la Knesset, con un don reconocido para la vulgaridad, se infiltró en la línea de ministros del gabinete. Cuando el presidente Trump se acercó a su mano extendida, Hazan extrajo su teléfono celular y comenzó a tomar fotos de sí mismo con el Presidente, quien, tomado por sorpresa, cooperó mansamente.

En cuestión de segundos, la foto estaba en todo el mundo y en muchos sitios de internet. Parece haber hecho poca impresión en Estados Unidos. Pero Hazan estaba orgulloso. Elevó su imagen incluso más que el caso judicial reciente, donde se encontró que no había ninguna prueba de que facilitó prostitutas a los clientes de su casino en Bulgaria.

Fue como si alguien estuviera a punto de demostrar mi argumento de la semana pasada, que la Knesset actual está lleno de "chusma parlamentaria". Oren Hazan se ajusta perfectamente a esa descripción.

HUBO DOS Donald Trump esta semana. Uno de ellos estaba de gira por el Medio Oriente, siendo festejado en todas partes. El segundo estaba en Washington, donde fue golpeado por todos lados, denunciado por incompetencia e incluso amenazado con una impugnación en el futuro.

En contraste con sus problemas en casa, Las mil y una noches árabes de Trump eran fantásticas.

Su primera parada fue Arabia Saudita. El reino del desierto presentó su mejor rostro. La familia real, compuesta por unos cuantos cientos de príncipes (las princesas no cuentan) parecía la realización de todos los sueños secretos de Trump. Fue recibido como un regalo de Alá. Incluso a Melania, recatada y silenciosa como de costumbre, se le permitió estar presente (y eso que es un reino en el que a las mujeres no se les permite conducir un automóvil).

Como de costumbre entre los potentados del Oriente, se intercambiaron regalos. El regalo para Trump fue un contrato de US$110 mil millones en armas que proporcionará puestos de trabajo para multitudes de trabajadores estadounidenses, así como la inversión en empresas estadounidenses.

Tras su corta estancia, incluyendo una reunión con un gran grupo de gobernantes árabes, Trump salió con un tremendo entusiasmo por todo lo que sea árabe.

Y después de dos horas de vuelo, llegaba a un mundo completamente diferente: Israel.

ARABIA SAUDITA e Israel no tienen frontera común. Aunque en un punto, por el Golfo de Aqaba, sólo unas pocas millas de territorio jordano los separan; los dos estados igual podrían existir en planetas diferentes.

Contrariamente al romance del reino del desierto, donde los halcones de caza son apreciados, los caballos admirados y las mujeres se mantienen a puerta cerrada, Israel es un lugar muy prosaico. Y Trump aprendió rápidamente lo de prosaico.

Antes de la ceremonia en el aeropuerto, el primer ministro Benjamín Netanyahu tuvo dificultades para convencer a su gabinete de que fuera al aeropuerto. Era un día muy caluroso, el aeropuerto Ben Gurion es un lugar especialmente caluroso, y llevar un traje oscuro y pesado es una pesadilla para los israelíes.

Pero al final, el honor de asistir resultó abrumador. No sólo todos los ministros del gabinete asistieron, sino que un buen número de parlamentarios ordinarios (en ambos sentidos) y otros similares infiltraron la línea de recepción, que debe haberle parecido interminable al estimado huésped. Hazan fue sólo uno de muchos, aunque el más colorido.

No sólo querían estrechar manos. Cada uno de ellos tenía algo muy importante que transmitir. Así que el pobre Donald tuvo que escuchar cortésmente a cada uno de ellos recitando su comentario histórico, sobre todo, sobre la santidad de la Jerusalén eterna.

El ministro de Policía tenía una noticia urgente para Trump: había habido un ataque terrorista en Tel Aviv. Pareció más tarde que se trataba de un accidente de tráfico ordinario. Bueno, no siembre un ministro de policía puede estar bien informado.

(Mi humilde consejo: en días tan calurosos, por favor levanten una tienda con aire acondicionado en el aeropuerto).

UNA PALABRA sobre Las Damas.

Supongo que en su contrato de matrimonio, Melania Trump se comprometió a ser agradable y silenciosa en tales ocasiones. Todo el tiempo debes verte hermosa… y cállate.

Por eso ella se mantiene distante, esbelta, escultural, con su perfil para las cámaras.

Sara Netanyahu es todo lo contrario. No es elegante como Melania, y en realidad no se calla. Por el contrario, no para de hablar. Parece tener un deseo compulsivo de ser el centro de atención en cada escena.

Cuando un micrófono logró capturar un fragmento de su pequeña charla, se trataba de pintar las paredes de la residencia oficial en previsión de esta visita. Nada intelectual.

No creo que sea inteligente que Sarah’le –Sarita− esté al lado de una reina de belleza internacional como Melania. (Esto es solo un idea.)

TODO ME recordó un libro que leí hace muchos años. El primer oficial de distrito colonial británico en Jerusalén, hace casi cien años, escribió sus memorias.

Los británicos entraron en Palestina y pronto emitieron la Declaración de Balfour, que prometía a los judíos un hogar nacional en el territorio. Incluso si la Declaración era un pretexto para conquistar Palestina para el Imperio Británico, los británicos estaban realmente imbuidos de un amor por este país. También eran muy amigables con los judíos.

Pero no por mucho tiempo. Los oficiales coloniales llegaron, conocieron a judíos y árabes, y se enamoraron de los árabes. Invitar a los huéspedes es una parte de la cultura árabe, una tradición muy antigua. Los británicos amaban a la aristocracia árabe.

Estaban mucho menos enamorados de los funcionarios sionistas, sobre todo los de Europa del Este, que nunca dejaron de hacer reclamos y de quejarse. Hablaban demasiado. Discutían. No había caballos hermosos. No había halcones. Ni modales nobles.

Al final del régimen británico, muy pocos de sus administradores eran amantes ardientes de los judíos.

EN CUANTO al contenido político de la visita de Trump, pues fue un concurso de mentiras. Trump es un buen mentiroso. Pero no es rival para Netanyahu.

Trump habló interminablemente sobre la Paz. Como alguien bastante ignorante de los problemas reales, quizá haya querido darle significación. Al menos puso la palabra en la mesa, después de que israelíes de casi todos los colores la hubieran borrado de su vocabulario. Los israelíes, hasta los pacifistas, prefieren ahora hablar de "separación" (que, a mi juicio, se opone al espíritu de paz).

Netanyahu ama la paz, pero hay cosas que él ama más: la anexión, por ejemplo. Y los asentamientos.

En uno de sus discursos, estaba oculta una frase en la que, al parecer, nadie se fijó excepto yo. Dijo que la "seguridad" en el país –lo que significa el derecho a usar la fuerza armada desde el mar Mediterráneo hasta el río Jordán− estará exclusivamente en manos de Israel. Esto, en palabras simples, significa una ocupación eterna, reduciendo la entidad palestina a algún tipo de Bantustán.

Trump no pareció darse cuenta. ¿Cómo se podía esperar que se diera cuenta?

LA PAZ no es sólo una palabra. Es una situación política. A veces, también es un estado de ánimo.

Trump llegó a Israel con la impresión de que los príncipes saudíes acababan de ofrecerle un acuerdo: Israel liberará a Palestina, los árabes suníes y los israelíes se convertirán en una familia feliz, lucharán juntos contra el viejo Irán chií malo. Una maravilla.

Sólo que Netanyahu no sueña con liberar a Palestina. En realidad, el lejano Irán no le importa para nada. Él quiere seguir aferrado a Jerusalén Este, a Cisjordania e, indirectamente, a la Franja de Gaza.

Y así, Trump se fue a su casa, feliz y satisfecho. Y en unos días, todo esto quedará olvidado.

Y tendremos que resolver nuestros problemas nosotros mismos.