La piedad mística recuerda al creyente que busca un descanso en el dolor de ser, de estar alejado del fuego producido por la “tenebrura” propia de la ensoñación, que invade el espíritu, la palabra y el contacto del amor. La misma caída y el abatimiento ontológico hace que su voz sea el pronunciamiento, el llamado de la esencia espiritual que quiere la calma, el cuerpo en mansedumbre:

“¡Dios mío,

que no pare de llover ahora!

Necesito esta lluvia

y este gris de la tarde…

Tengo una pena muy dulce

acumulada en el alma!”

En efecto, dicha pena es la ausencia que, sin embargo, complementa el espasmo amoroso, la separación social, legal y existencial de un amor cuyo tamaño y temblor lo llevó varias veces a la muerte metafísica, al desarraigo, al reproche a la sociedad civil y a la in-existencia misma:

“Te aconsejaron bien los que juzgaron

que poesía y amor no eran comida.

Te aconsejaron bien y bien hicieron

negándote mi amor y mi poesía…”

Presenta el poeta la virtualidad, el azar, el reclamo y sus oposiciones conocidas en la dolencia interna, el desahogo poético-vital:

“Tú ahora tienes

Techo seguro y comida

Y quizás eres feliz…

Yo sólo tengo

Un tedio inmenso,

Mi habitual tristeza,

El mismo terrible insomnio.

Nada de amor

Y, a veces,

Con mucho desencanto,

Mi poesía…”

La poesía de RAJP ha sido marcada por ese dolor, por la nostalgia y la ausencia de amor de los románticos y modernistas dominicanos. Su protesta parece ser el golpe que advierte el numen, la señal de toda hecatombe donde el amor, sin embargo, puede redimir la existencia individual, la palabra cuyo valor se asume como fundamento de la vida misma. El poeta en sus girones (fragmentos poético-filosóficos), promueve el reconocimiento del amor que de amor y desesperanza se nutre:

“Hoy sé,

Con pena indecible

Que sólo amaste a mi alma…

Que has convivido con lobos

Con halcones y alimañas…

¡Y eras a mis ansias fugitiva…

Sólo eran dulces tus besos,

Tu sonrisa y sus palabras…

Nunca supe si tu cuerpo

Se enardecía o temblaba…

¿Por qué ese afán de ser diosa

Para el hombre que te amaba…?”

La mujer ausente fue uno de los grandes motivos de la poesía y las visiones de RAJP. Pero también un símbolo, la religión de amor donde se encuentran las palabras y los cuerpos, la nota grave expresada con la musicalidad post-parnasiana libre de ataduras que no sean más que  las de su sentencia:

“Date prisa corazón,

¡Cierra la puerta…!

Alguien se acerca

Y siento tu presión en seis

¡Puede ser ella…!”

La mujer se convirtió para el poeta en espíritu y levedad, materia de amor que empuja el resorte, la huella que en solemnidad evocadora revela el nombre definitivamente, la tangible cuerda que la angustia intenta:

“Qué extraño

Amor era el nuestro;

Sufrimos más que gozamos

Y gozamos lo que sufrimos…

¡Kais amor!

¿Qué fue lo que soñamos?

¿Qué fue lo que vivimos?…”

Pero el amor es la señal, la travesía de un clamor psicovital que engendra la añoranza, el desvarío y la ausencia:

“¡Desvarío…! ¡Cuánto gris…!

Llueve en mi alma,

Y algo acumulado gime dentro…

¡Dios mío,

¿Dónde está  la calma que no encuentro?

¡Serenidad…!

¡Serenidad…!”

Y como reaccionando frente a personajes siniestros, al medio turbulento, frente al estruendo provocado, el poeta dice su momento como grito y desgarradura:

“¡Angustia!

¡Ruido!

¿Dónde están calma y serenidad?”

Los poetas de la edad romántica lograron penetrar los ritmos de una tradición cuyo modus/dictum fue la relación verbal entre la palabra y su vínculo unido al tiempo del sentimiento. La presencia de poetas simbolistas, románticos y místicos es visible en el girón poético de RAJP.

En esta misma dinámica literaria la poesía de RAJP se nutrió, como muy bien puede observarse, de lo más cualificado y esencial de aquella poesía que sentó las bases para una verdadera poética hispanoamericana.