No estábamos listos. El COVID-19 llegó y, al momento de tocar nuestra puerta, nos agarró desprevenidos. No conoce fronteras, razas, condición social, religión, género, orientación sexual , ni otras condiciones personales. La ansiedad y la incertidumbre están acá, pero, a la vez un brote de optimismo nos mantiene en píe, como bien han señalado un informe de Tomas Pueyo y un estudio del Imperial College.

Ahora bien, como esto es algo que nos importa a todos solo unidos como un todo podemos llegar al amanecer. Por ende, para actuar contra esta amenaza debemos inclinarnos hacia nuestro más profundo sentido de virtud cívica. 

Si alguna vez nos quejamos de nuestra falta de participación en decisiones y proyectos fundamentales públicos, porque la élite política o social secuestran ese espacio, las cosas son distintas ahora. Muy pocas veces nos veremos en una situación donde nuestras acciones personales impactan lo colectivo y el colectivo impacta lo personal. No es el típico conflicto de lo particular cede a lo general, es que nuestras acciones particulares afectan a lo general, y las acciones de la generalidad afectan mi particularidad.

Cuando compartimos nuestras libertades en un espacio donde otras por igual están, con el mismo derecho de estar, ciertas restricciones existen para que esta convivencia pueda ser posible. Si la convivencia no puede ser posible, no se trata de un problema entre libertades, sino de libertades que no pueden coexistir porque el espacio común está comprometido por un mal que impide la coexistencia. 

Por ello, el sacrificio que requiere de nosotros ante una situación que afecta a todos y con todo es básico de nuestra fibra social: entender que ceder no significa renunciar a nuestras libertades por un poco de seguridad, sino que ceder es una forma de proteger nuestra libertad mientras trabajamos en lo común. El distanciamiento social implica un grado de responsabilidad de nuestras propias acciones y vida, así que cuando hacemos valer nuestra virtud cívica somos capaces de saber qué es lo que el bien común exige y las motivaciones para actuar conforme a esto (Brennan y Hamlin, 1995: 37) y, por lo tanto, actuar voluntaria y decididamente — sin perder la prudencia de vista — para servir al bien público. En tiempos de epidemias pandémicas, esta más alta forma de conducta moral cuando lo que está en juego es nuestra propia existencia, la cual está unida con la del otro.

Al actuar conscientes de la virtud cívica, nos preguntamos, además, ¿qué es lo que moralmente nos debemos los unos a los otros en estas circunstancias? el distanciamiento social. ¿Qué es lo que nos debemos los unos a los otros? que nos cuidemos mutuamente, porque solo así llegarán los abrazos, el amor y el bien que cada quien persigue en su vida. El bien común de la república no puede realizarse ante obstáculos que afectan nuestra salud e impiden nuestra realización personal en libertad. Lo que mañana ocurra o venga dependerá de las decisiones del hoy, que serán difíciles, pero, mientras todos estemos conscientes de ellos y preparados para adoptarlos, estaremos a la altura de la responsabilidad.

Como miembros de una de tantas comunidades, lo que nos lleva y a la vez nos une es la virtud cívica. La virtud cívica en una república como la nuestra se sustenta en la idea de que nuestras libertades están interconectadas (Honohan, 2002: 1). La virtud cívica no requiere una renuncia de nosotros mismos, sino requiere que para que podamos aprovechar de nuestra individualidad debemos velar por lo común y, por ende, velar por los demás.

¿Cómo el alejarnos uno del otro nos ayuda? No se trata de la simple y falaz idea de renunciar para tener seguridad, sino de una ecuación simple: para poder disfrutar de nuestras libertades tenemos que proteger y preparar el escenario donde ese disfrute ocurre, la comunión. Aquí la clave es el coraje que denota una voluntad producto de un juicio motivado por el deseo de superar la crisis sanitaria que nos impide ser en lo público y nos limita las opciones de vivir.

Lo que debe diferenciar el trato de nuestras medidas extremas frente al COVID-19 con otras medidas extremas adoptadas en otros lugares es que lo hacemos velando por la oportunidad de que los enfermos y los expuestos tengan la oportunidad de volver a disfrutar la libertad y sus efectos.

 La libertad se disfruta o se ejerce de una manera distinta porque de lo contrario pondremos más personas en peligro y se quedarán sin eso que queremos o deseamos, la libertad misma. En otras palabras, en la medida que nuestra irresponsabilidad nos corrompe y pone más vidas en peligros, poco hacemos en defender la libertad a la larga porque no quedará bien común donde la misma pueda continuar desarrollándose. 

Como buen sistema republicano, nuestra estructural constitucional ofrece las herramientas y garantías de lugar para defender lo común. Se promueve el uso del régimen de excepción (Arts. 265 y 266 Constitucional) basada en una premisa de buena fe (Rodríguez Gómez, 2020), para promover y permitir que la excepcionalidad sea transparencia, eficaz y no arbitraria. Tanto así que, a pesar de la excepcionalidad, existen controles para evitar la desviación de dicho poder contra a los intereses de la república. 

Sin embargo, la autoridad poco valdrá si no existe la participación activa de todos nosotros, para para que lo común supere esta dificultad y podamos volver al ejercicio pleno de la libertad y a las otras luchas que tenemos pendientes para que nuestra sociedad sea más justa. La virtud cívica se manifiesta de tantas formas, hasta el solo hecho de no estorbar ayuda; el punto es contribuir entre todos y para todos ya que yo soy tu responsabilidad y tú eres la mía.