Según historiadores, la virgen de las Mercedes, o  de la Merced, protectora de los cautivos y encarcelados, ayudó a los españoles en marzo de 1495 a derrotar a los indígenas que ocupaban esta parte de la isla, cuando las fuerzas de Cristóbal Colón estaban a punto de ser derrotadas. En agradecimiento a tan salvadora intervención, el Descubridor construyó un santuario en su honor en el mismo cerro donde hicieron correr a los aborígenes. Unos 120 años después, en septiembre de 1615, ocurrió un terrible terremoto de grado IX en la escala Mercalli, con réplicas que se extendieron por 40 días, causando enorme destrucción  en la ciudad de Santo Domingo, declarándose a la virgen Patrona de la Española. Tras declararse la Independencia en 1844, se la declaró Patrona de la República Dominicana.

Todos los años, observando esa tradición, se celebra oficialmente el 24 de septiembre como el día de culto a la virgen y los políticos, de oposición como del  gobierno, tal como hacen el 21 de enero con motivo de la celebración del culto a otra virgen, la Altagracia, ofrecen pública manifestaciones de su veneración y les ruegan que interceda por el pueblo dominicano. Y lo hacen a sabiendas que ella mostró desde aquellos lejanos días su preferencia por otro pueblo, el de los conquistadores, y conscientes de que no les hace mucho caso, a juzgar por sus repetidas oraciones pidiendo años tras años siempre lo mismo, sin que ella, a juzgar por los resultados, atienda sus ruegos.

Con el perdón de quienes hacen uso de esa aparente obligada demostración de fervor religioso, como católico creo que esa práctica es otra muestra de la pobre retórica con la que se apela al sentimiento cristiano y a la ignorancia del pueblo dominicano, para ganar espacio político.  Y creo también que se trata de un acto de pura demagogia, porque como protectora de los cautivos, era a favor de los indígenas que la virgen debió intervenir.