El presupuesto de que parte el artículo analizado en la entrega anterior es que el mal, como una realidad innegable en la vida personal y colectiva, resulta en un problema para las pretensiones lógicas de la razón occidental. Esto es porque, en palabras de Ricoeur, el mal pone en cuestión “este modo de pensar sometido a la exigencia de coherencia lógica, en otras palabras, a la no contradicción y la totalidad sistemática a la vez”. Tanto el quehacer filosófico como la reflexión teológica se ven enfrentados a la misma pregunta que la tradición ha llamado como paradoja de Epicuro:
¿Cómo podemos afirmar en conjunto y sin contradicción, las tres proposiciones siguientes: Dios es todo poderoso; Dios es absolutamente bueno; el mal existe?
La llamada paradoja de Epicuro refleja la incompatibilidad de la presencia del mal en el hombre y la existencia de Dios como fuente de todo lo creado ya que “los atributos dados a Dios (omnisciente, omnipresente, omnipotente, omnibenevolente) chocan radicalmente con la realidad del mal y el sufrimiento”. De forma sucinta la paradoja del mal y la omnipotencia de Dios se desglosa de este modo:
1. Si una deidad omnipotente, omnisciente y omnibenevolente existe, entonces el mal no existe.
2. Hay maldad en el mundo.
3. Por lo tanto, una deidad omnipotente, omnisciente y omnibenevolente no existe.
A partir de este esquema de pensamiento, se dan dos formulaciones posibles al problema del mal y Dios; la primera se concentra en las siguientes preguntas:
• ¿Es que dios quiere prevenir el mal, pero no es capaz? Entonces no es omnipotente.
• ¿es capaz, pero no desea hacerlo? Entonces es malévolo.
• ¿es capaz y desea hacerlo? ¿De dónde surge entonces el mal?
• ¿Es que no es capaz ni desea hacerlo? ¿Entonces por qué llamarlo dios?
La segunda formulación es más extensa y se concentra en los siguientes puntos:
• Dios existe.
• Dios es omnipotente, omnisciente y omnibenevolente.
• Un ser omnibenevolente querría evitar todos los males.
• Un ser omnisciente conoce todas las formas en que el mal puede originarse.
• Un ser omnipotente tiene el poder de prevenir que el mal se origine.
• Un ser que conoce cada forma en que el mal puede originarse, es capaz de prevenir su existencia, y si quiere hacerlo, prevendría la existencia del mal.
• Si existiese un ser omnipotente, omnisciente y omnibenevolente, entonces la maldad no existe.
• El mal existe (contradicción lógica).
Según Ricoeur, la búsqueda de coherencia lógica de la teodicea planteará que sólo dos de estas proposiciones sean compatibles, nunca las tres juntas. Para nuestro autor, en esta manera de cuestionar el problema no se pregunta por lo importante: los presupuestos, la forma proposicional de coherencia, ni la regla de coherencia de la solución. La apuesta en el artículo es un largo análisis por la posición de la teodicea, la fenomenología de la experiencia del mal y los niveles de discursos en los que la especulación aborda el problema del mal.
Para no cansarles, digamos brevemente lo siguiente:
a. En la fenomenología del mal se distingue entre pecado, sufrimiento, culpa y violencia; por tanto, no se puede colocar en un mismo concepto como el de violencia realidades tan distintas, aunque conectadas.
b. En la fenomenología del mal la imputación recae sobre un agente, por tanto, es fácil dirigir el reproche o el castigo hacia este sujeto responsable de la acción malvada. Al final alguien infringe un daño y causa un sufrimiento a alguien. En este sentido, como refiere Ricoeur, el sufrimiento y el pecado son distintos: el primero es padecido y el segundo es realizado. Los sujetos agentes y pacientes son distintos. Hay víctimas porque hay victimarios, en otras palabras.
Paso de largo los niveles de discursos en los que se expresa el mal, trabajados en este artículo, y me centro en la respuesta que debe animar al pensamiento filosófico y teológico frente al enigma del mal. Esta respuesta se sustenta en un presupuesto kantiano que reza así: “el problema del mal no es teórico, sino práctico”: Esto es: no se trata de pensar el mal desde la coherencia lógica occidental, sino de enfrentarlo en el día a día. Al respecto nos dice el propio Ricoeur que
“El problema del mal no es un problema especulativo: este exige la convergencia del pensamiento, la acción (moral-política) y una transformación espiritual de los sentimientos”.
Aquí es cuando la hermenéutica subjetiva de Ricoeur, centrada en la reflexión sobre el mal, se encamina desde ya a una reflexión práctica y política en la que el problema del mal se observa desde su dimensión política y ética. Entonces el lenguaje filosófico ya no será hablar sobre el mal cometido y padecido, sino de la violencia, la colectividad política, la memoria, el olvido y el perdón.
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