La lectura de la violencia de género y los feminicidios acontecidos en los últimos días ha suscitado debates con algunas tendencias que niegan la mirada a la violencia como fenómeno social y la relegan a un problema individual o patológico.
El análisis de la violencia y su presencia en la cotidianidad no es posible desde el aislamiento del fenómeno a situaciones individuales. Las prácticas de violencia de género y violencia social están presentes en la socialización desde la infancia hasta la adultez y se legitiman continuamente. Los discursos y las percepciones resultan insuficientes para profundizar en esta problemática por lo que se hace necesario siempre contrastar estos discursos con las manifestaciones y la interacción social registrada con la observación participante.
Esta comprensión del fenómeno es posible desde la observación de la interacción social y las relaciones de género en la niñez, adolescencia y la adultez. Tanto al interior de las familias como en comunidades y todo el ámbito social.
La convivencia con las personas desde su cotidianidad ofrece una comprensión de su realidad social donde es evidente el peso del tejido social en las relaciones personales y familiares. El contexto social y cultural se convierte en el marco de referencia para la vida cotidiana de cada grupo social y en este los cambios intergeneracionales.
Desmontar la violencia de género supone desmontar toda una estructura de relaciones de poder que se tejen en nuestra sociedad desde la masculinidad hegemónica con fuertes raíces culturales y sociales
La negación de la mirada social y cultural de la violencia, así como de las relaciones de género y otras problemáticas que nos afectan no es casual ni coyuntural. Las corrientes neoconservadoras presentes no solo en nuestra sociedad sino en toda la región tienden a deslegitimar el pensamiento social y crítico frente a la sociedad y entre ellos el pensamiento antropológico. Se oculta así el peso que tiene la cultura, los grupos sociales y las colectividades en la construcción de patrones de conductas, valores, actitudes y creencias.
La violencia de género es una práctica social normalizada culturalmente. Los golpes y maltratos de hombres a sus parejas femeninas tienen una historia de permisividad y legitimación por cientos de años en la sociedad. Estas prácticas durante mucho tiempo no se calificaban como violencia, menos aún como un delito, maltratar físicamente a las mujeres, así como tampoco el asesinato de las mismas.
Hoy se logra identificar la violencia de género, registrarla y judicializarla. Sin embargo, los patrones culturales que la sustentan siguen presente y tienden a ser legitimados socialmente por algunas instituciones religiosas y grupos sociales.
Erradicar la violencia de género inicia por su reconocimiento como norma social y cultural y su presencia en la cotidianidad. De esta manera es posible prevenirla desde la educación en la niñez y adolescencia. No es posible erradicar la violencia tratándola como un fenómeno aislado e individual o patológico, esta perspectiva niega sus raíces y sus causas. Además de que no profundiza en su arraigo cultural que trasciende el escenario de la familia, la comunidad hasta llegar a toda la sociedad.
El sistema educativo juega un papel fundamental en este sentido no solo en el aprendizaje de los derechos y de la equidad de género sino también en el establecimiento de relaciones horizontales y marcadas por la igualdad en las aulas y el clima escolar.
Desmontar la violencia de género supone desmontar toda una estructura de relaciones de poder que se tejen en nuestra sociedad desde la masculinidad hegemónica con fuertes raíces culturales y sociales.
Este articulo fue publicado originalmente en el periódico HOY