Cuando escucho decir que aquí hace falta un Trujillo (alias Chapita), asumo que la afirmación responde a la ingenuidad de quizás no percibir que nunca se ha ido, que su ausencia física no ha sido equivalente a su muerte.

Cuando el bachatero Anthony Santos gritó  en los premios Soberanos “Que  viva Trujillo” quizás lo traicionó el subconsciente, por la vigencia que tiene el tirano en la sociedad actual. Y es que Trujillo continúa galopante sobre el imaginario social y de poder del pueblo dominicano y sus líderes.

La lucha entre conservadores y liberales que ha representado el escenario político dominicano mantiene su vigencia con el agravante de que nuestros líderes en tiempos de campaña piensan como liberales y al llegar al poder asumen lo peor del conservadurismo.

Es por ello que el ejemplo asumido por nuestros gobernantes ha estado más cerca de Santana que de Duarte, de Báez que de Luperón, de Lilís que de Peña Gómez y de Trujillo y Balaguer que de Juan Bosch.

El trujillismo vive en la lógica de poder con que se manejan nuestros líderes, en el odio visceral hacia el pueblo haitiano de ciertos sectores oligárquicos que ovacionan sentencias inhumanas porque protegen los intereses esclavistas.

Cada quien es un pequeño Trujillo desde la posición que le corresponda ocupar por la lógica autoritaria con que se desenvuelven. Trujillo subyace en la adicción  al poder, en la pasión por la lisonja y  los honores. Líderes nuestros han llegado al colmo de cabildear  reconocimientos extranjeros a través de las embajadas.

Trujillo está presente en ese sentido de omnisciencia que  rodea a nuestros líderes. Recuerdo que visité un ayuntamiento de la capital y había colgada una foto del síndico en cada oficina ¡barbarazo!

Trujillo permanece en el enriquecimiento de quienes ostentan el poder, en sus casas de veraneo, sus queridas, en la corrupción, en el afán desmedido de sentirnos poderosos. Cualquier funcionario de octava categoría quiere exhibir escoltas y agentes que les despejen el tránsito mientras se desplazan sin cumplir ninguna ley.

El Trujillismo se evidencia en la lógica represiva de la policía que justifica con unos confusos intercambios de disparos las muertes injustas y selectivas realizadas en los barrios.

Trujillo existe en la satanización del comunismo pues hay personas en este país que todavía entienden que ser comunista es un pecado y una desgracia. En un artículo publicado por un nieto del sátrapa afirmaba que si su abuelo no hubiese matado a los comunistas, nuestro país estaría en la misma condición que Cuba. Otro ¡barbaraso!

Un señor me justificaba la incapacidad de Guillermo Moreno para querellarse  contra Leonel Fernández sobre el argumento de ser un comunista y por ello no se  puede permitir que llegue a ser presidente. Ignora este amigo que el fundador del Partido al que pertenece fue derrocado acusado de comunista.

El tirano reina en la ridiculez de un color de piel ficticio que aparece en los documentos de identidad que nos proporcionan. Sencillamente en nuestro país la democracia es una metáfora satirizada de la tiranía.

A Trujillo hay que ajusticiarlo de nuevo, pero no bastará con matarlo pues ya lo hicimos y sigue vivo. Hay que exorcizar su espíritu, despedirlo de una vez y por todas porque como alma en pena se desplaza cada día por los estratos de poder.

Y si no puede el exorcismo, invoquemos a Santa Marta junto a las siete potencias africanas y el agua de tres tinajas, pero algo hay que hacer para eliminar de manera definitiva la vigencia de Chapita.